NO
sé si se recuerdan a la cubana Emiliana, la que
cantaba Carlos Puebla: «Si no fuera por Emiliana/
nos quedaríamos con las ganas/ de tomar café». El
programa televisivo del formato francés parece que
lo presentaba Emiliana. No nos hemos quedado con
las ganas de tomar café. Nos hemos hartado. A ZP
le hicieron la pregunta clásica del cordobés:
-Rafaé, ¿quiés café?
Y en vez de
responder: «No, gracias, generoso, que lo tomé en
denantes», salió por peteneras con los 80
céntimos. ZP hizo una Alianza de Civilizaciones de
a perra gorda, y un Proceso de Paz que no vale un
duro, pero la rebaja a la realidad ha sido
drástica. Y acto seguido se fue al Congreso de los
Diputados, si no quieres café, dos tazas, a
tomarse su cortado subvencionado. En la España de
la agricultura subvencionada, del teatro
subvencionado, del cine subvencionado, hasta los
cafés de los padres de la patria están
subvencionados. Con lo mal que le sienta el café a
la Historia. El café le sube la tensión a España.
Trae muy malos recuerdos. A estribor, los malos
recuerdos de la II República y de la guerra civil:
vamos, la memoria histórica del café. CAFÉ en
mayúsculas era el acrónimo de los falangistas tras
las elecciones ganadas por el Frente Popular. CAFÉ
era «Camarada, Arriba Falange Española». Camaradas
que hablaban de tú a todo el mundo, por cierto,
como ZP a quienes le preguntaban en el programa de
Emiliana, digo, del Mienmano de Mercedes Milá. Y
«café», ojú, fue sinónimo de matarile, de
asesinato de cuneta en la guerra civil. Cuentan
que a García Lorca lo mataron porque consultada la
autoridad, militar naturalmente, respondieron:
«Que le den café».
Y a babor, en los
más recientes años del autotitulado socialismo
obrero y español, ni te cuento. El felipismo no
cayó por el GAL, ni por la corrupción: cayó a
causa del café. González perdió todo su poder y
gloria cuando se supo que, en la Delegación del
Gobierno en Sevilla, el Mienmano de Alfonso Guerra
se dedicaba a dar cafelitos a los empresarios, y
no precisamente a 80 céntimos el pelotazo. Al que
le dieron café realmente con aquellos cafelitos
fue al felipismo, a pesar de que era socialismo
descafeinado.
Si no el médico, sus
asesores electorales deben prohibir, pues,
terminantemente el café a ZP. Todo su proyecto se
ha quedado en una taza de café de 80. Yo ahora,
haciendo la competencia ilícita a Rappel, miro los
posos de ese café, e interpretando los dibujos que
han hecho caprichosamente sus zurrapas en el fondo
de la taza comprendo perfectamente lo que ocurrió
en el programa de marras, por qué Zapatero quedó
bastante peor que Cagancho en Almagro, y encima
con una audiencia como de partido de La Roja. El
bla,bla del chau,chau inocuo de su
discurso-placebo antes solamente lo conocían los
diputados de la oposición, los tertulianos y los
columnistas. Ahora se ha enterado España entera de
lo torpón que es.
No falló el formato
a la francesa. Falló la elección de los cien
preguntantes. No eran representativos de la España
de ZP. Unos señores que se preocupan por la subida
de las hipotecas, por el colegio de los niños, por
la inseguridad del barrio, por la cantidad de
inmigrantes que están entrando, por la
depreciación galopante del billete de 50 euros,
por la manga ancha con la ETA, por la rendición
del Estado ante los asesinos y por las listas de
espera en los hospitales no son la España de ZP.
La muestra no era nada representativa. Esa es la
España real, contante y cada vez menos sonante, la
que desprecia ZP. Tenían que haber llevado a los
suyos, a las minorías para las que gobierna. ZP
hubiera triunfado si le hubiesen preguntado un
homosexual que se ha casado con su novio, un
titirimundi del «No a la guerra», un separatista
catalán, un filoetarra, una feminista contentísima
con la paridad, un ateo que ha quitado el
crucifijo en la escuela, uno de la
antiglobalización y el anti-Bush, un progre
orgánico con carné y un empresario adicto al
régimen, encantado de haberse conocido como agente
social subvencionado. Pero ante la España real que
no tiene ni para café, ZP hizo lo suyo de siempre:
dar zapatetas al aire, como Don Quijote en Sierra
Morena.