COMO
en el «Casarse tarde y mal» del artículo
antológico de Larra, a Sevilla suelen
llegar también «tarde y mal» los signos de
los tiempos. Tenemos siempre un empacho de
tradición que curamos con un purgante de
modernidad. Sevilla nunca disfruta de una
digestión tranquila y reposada. Pasamos de
la sal de frutas a la sal de higuera. Como
si no se hubiera tirado suficientemente el
dinero en La Cartuja cuando la Expo, ahora
estamos construyendo algo antiquísimo, que
era modernísimo a comienzos del siglo XX,
pero que en la casapuerta del XXI es una
ranciedad. Cuanto están perpetrando
hubiera hecho felices a los poetas
ultraístas de las revistas «Grecia» y
«Papel de Aleluyas», a Adriano del Valle,
a Isaac del Vando, al creacionista Gerardo
Diego de «Giralda en prisma puro de
Sevilla», al Rafael Laffón del surrealismo
lírico, al Fernando Villalón de la
telefonía celeste. Como lo más moderno del
mundo estamos recurriendo a vanguardias
pasadas de fecha, a las que no les han
mirado la fecha de caducidad. Cuando el
mundo viene de vuelta, nosotros vamos,
asombrados y boquiabiertos como unos
catetos ante cuatro mamarrachadas que
pasan de matute por moderneces. Tienen que
venir jueces imparciales como los nuevos
viajeros románticos de «Le Monde» para
poner las cosas en su sitio, del mismo
modo que tienen que llegar los
editorialistas del «Financial Times» para
decirnos que la economía no va tan bien
como se narra en el cuento de la lechera
que el presidente del Gobierno contó en la
Bolsa el otro día.
Como si
fuera el título de un libro de poemas
ultraístas de hacia 1925, Sevilla está
empeñada en el «Diálogo del rascacielos y
el teleférico». Empeñada en un campeonato
de chorradas, mamarrachadas, memeces y
tonterías con las que se han cargado ya a
la ciudad histórica. ¿Usted qué se creía,
que esto de cargarse a Sevilla era
exclusivo del PSOE? No, hijo mío: en el PP
no hacen tonterías porque no tienen el
poder, pero en cuanto los dejan sueltos,
superan a los otros. Jamás unas ideas tan
nobles como las liberales estuvieron en
manos de una partida de carajotes tan
conjuntada. Yo me creía que el absurdo de
llenar la zona monumental con las
candelarias del dichoso tranvía era
tropelía insuperable del PSOE, cuando
llegan los del PP, Zoido y Sanz el de
Tomares (o Tomases), y se les ocurre la
chorrada del teleférico. Nada, que se han
creído que San Juan Alto y Tomares son los
Alpes. ¿En qué cabeza cabe que la solución
a los embotellamientos del Aljarafe sea un
teleférico? Pues en la misma cabeza donde
cabe que la solución para el transporte
por el centro de Sevilla es un tranvía
inútil, de la Pasarela a la Plaza Nueva.
Mi pregunta es la que sigue: ¿llegan a
estas ideas tan descabelladas por impulso
natural, o es con la ayuda de un
entrenador personal?
El
teleférico, gracias a Dios, nunca se hará.
Pero el rascacielos de Puerta Triana ya
están empezando a construirlo. ¿Se
imaginan un rascacielos en Venecia? ¿A que
no? Pues aquí le tenemos tanto respeto a
la línea de horizonte y al perfil plano
como una mano abierta que hizo que Pedro
Salinas se enamorara de Sevilla, que ya
ven ustedes, pista, que va el artista
Cesar Pelli: un francotirador de la
arquitectura que quiere pasar a la
posteridad cual el loquito coreano del
rifle de la Universidad de Virginia,
cargándose a la Giralda, hiriéndola de
muerte con una torre 82 metros más alta
que ella.
Y lo peor de
todo es que los sevillanos están
encantados con estas cateterías de las
moderneces. Cuando perdíamos los cielos,
sólo protestaba Joaquín Romero Murube.
Ahora que nos rascan esos cielos ya
perdidos, nadie abre la boca, ¡qué partida
de catetos! A mí toda esta cernudiana
desolación de la quimera me parece como
las cintas magnetofónicas de las películas
de espías rusos y maletines nucleares.
Como si entre unos y otros, en este
campeonato de mamarrachadas, le hubieran
puesto a Sevilla la misma banda sonora de
la grabación del magnetófono en las
películas del 007: «Esta ciudad se
autodestruirá en cuantito pasen las
elecciones municipales».