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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El televisor como urna

QUE inventen ellos, no: aquí inventamos nosotros, y no hay más que hablar. A lo tonto, a lo tonto, nos acabamos de inventar un nuevo sistema electoral. El Mienmano de Mercedes Milá debe patentarlo urgentemente, que puede hacerse rico. Más todavía. Trátase del televisor como urna. De caja tonta, nada. Caja listísima. Marca nuestras vidas. Rige costumbres, usos y mentalidades, de un modo que para sí hubieran querido los confesores de las novelitas del Padre Coloma. El televisor es el causante del derribo de la frontera entre el bien y el mal, demolición mucho más importante que la del muro de Berlín. Dicta las nuevas tablas de la ley, los mandamientos del Todo Vale, del No Passsa Nada, del Cuestionarás Padre y Madre, del Fornicarás Todo Lo Que Puedas, del Que No Farte De Ná, del Dóblala Lo Menos Posible. Y el supremo mandamiento del santo temor a lo Políticamente Correcto, ni se te ocurra pensar por tu cuenta o atente a las consecuencias. Dadme una televisión, dicen los políticos, y moveré el mundo.
Y ahí tienen el televisor, para ellos solitos, con el programa de las 100 preguntas peor contadas del mundo. A las 100 preguntas del programa del Mienmano de la Milá les pasa como a los seises de Sevilla, que son diez, pero al revés. Las 100 preguntas son todo lo mas 68 ó 70.
Como un anticipo de las votaciones, en esta España donde siempre estamos en campaña electoral, mantienen que Rajoy ha vencido a Zapatero en ese programa, porque ha tenido medio millón más de espectadores. La dictadura del «share». En las televisiones se mata y se muere por la audiencia. La audiencia es la verdadera jefa de programación de las televisiones. De la papela matinal con los porcentajes de espectadores de cada programa depende el pan de muchos padres de familia. ¿Quién manda en las televisiones? ¿Los presidentes, los directores generales, los jefes de informativos? No, unos señores que no conoce nadie: los que tienen el audímetro puesto en el televisor de su casa y haciendo zapeo mandan al paro (y al carajo) a cuadrillas enteras de presentadores, guionistas y actores, o los hacen directamente ricos potricos. En esta sociedad laica, nadie cree en nada, salvo en el supremo Credo del Share. Y nadie nunca en ningún sitio de España ha conocido a un solo tío que tenga colocado en su casa ese archiperre. Eso es mentira. Los audímetros no existen. Más creo yo en la cigüeña de París o en el Ratoncito Pérez que en los audímetros. No existen. Son lo que ahora se llama una leyenda urbana.
Y esos audímetros que nadie sabe dónde están, que nadie controla, que nadie ha visto, pero que todos admitimos como dogma de fe mientras sometemos a revisión cuanto dice el Papa, han determinado que Rajoy le ha ganado a Zapatero. ¿Para qué nos gastamos entonces estas millonadas en elecciones y en campañas? Si tanto valor tiene la audiencia de un vivo y directo, ¿para qué celebramos las elecciones y hacemos el canelo yendo a votar? ¿No sería mejor convertir directamente los televisores en urnas, y que los resultados los proclamara la Junta Electoral del Share? Nos evitaríamos molestias, rollos de censo, pejigueras de componentes de mesas, la incomodidad de buscar la nuestra en un instituto. Y ahorraríamos dinero, mucho dinero, en carteles, folletos, mítines, autobuses de adictos, interventores, apoderados, dietas, bolsas de bocadillos y fondos de reptiles.
Y así, además, podrían todos los rocieros disfrutar tranquilamente del Pentecostés en la marisma almonteña el 27 de mayo, sin abstencionismo. Que ya es puntería, con la de días que hay en el año para poner las elecciones municipales, convocarlas precisamente el Domingo del Rocío. Aplicando la teoría de la victoria de Rajoy por medio millón de espectadores, se coge a los candidatos a alcalde de toda España, se les mete sucesivamente en un plató con el tío del café de 80 céntimos y con el otro que le pregunta el sueldo a la gente, se hartan de preguntarles cosas y al final el audímetro dice quién ha tenido más espectadores. Y a ése lo ponemos de alcalde, y listo. Y si de paso, por el medio millón de votos de más, ponen ya de presidente a Rajoy, pues antes pararemos el proceso. De destrucción de España, claro.

 

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