QUE
inventen ellos, no: aquí inventamos
nosotros, y no hay más que hablar. A lo
tonto, a lo tonto, nos acabamos de
inventar un nuevo sistema electoral. El
Mienmano de Mercedes Milá debe
patentarlo urgentemente, que puede
hacerse rico. Más todavía. Trátase del
televisor como urna. De caja tonta,
nada. Caja listísima. Marca nuestras
vidas. Rige costumbres, usos y
mentalidades, de un modo que para sí
hubieran querido los confesores de las
novelitas del Padre Coloma. El televisor
es el causante del derribo de la
frontera entre el bien y el mal,
demolición mucho más importante que la
del muro de Berlín. Dicta las nuevas
tablas de la ley, los mandamientos del
Todo Vale, del No Passsa Nada, del
Cuestionarás Padre y Madre, del
Fornicarás Todo Lo Que Puedas, del Que
No Farte De Ná, del Dóblala Lo Menos
Posible. Y el supremo mandamiento del
santo temor a lo Políticamente Correcto,
ni se te ocurra pensar por tu cuenta o
atente a las consecuencias. Dadme una
televisión, dicen los políticos, y
moveré el mundo.
Y ahí
tienen el televisor, para ellos solitos,
con el programa de las 100 preguntas
peor contadas del mundo. A las 100
preguntas del programa del Mienmano de
la Milá les pasa como a los seises de
Sevilla, que son diez, pero al revés.
Las 100 preguntas son todo lo mas 68 ó
70.
Como un
anticipo de las votaciones, en esta
España donde siempre estamos en campaña
electoral, mantienen que Rajoy ha
vencido a Zapatero en ese programa,
porque ha tenido medio millón más de
espectadores. La dictadura del «share».
En las televisiones se mata y se muere
por la audiencia. La audiencia es la
verdadera jefa de programación de las
televisiones. De la papela matinal con
los porcentajes de espectadores de cada
programa depende el pan de muchos padres
de familia. ¿Quién manda en las
televisiones? ¿Los presidentes, los
directores generales, los jefes de
informativos? No, unos señores que no
conoce nadie: los que tienen el
audímetro puesto en el televisor de su
casa y haciendo zapeo mandan al paro (y
al carajo) a cuadrillas enteras de
presentadores, guionistas y actores, o
los hacen directamente ricos potricos.
En esta sociedad laica, nadie cree en
nada, salvo en el supremo Credo del
Share. Y nadie nunca en ningún sitio de
España ha conocido a un solo tío que
tenga colocado en su casa ese archiperre.
Eso es mentira. Los audímetros no
existen. Más creo yo en la cigüeña de
París o en el Ratoncito Pérez que en los
audímetros. No existen. Son lo que ahora
se llama una leyenda urbana.
Y esos
audímetros que nadie sabe dónde están,
que nadie controla, que nadie ha visto,
pero que todos admitimos como dogma de
fe mientras sometemos a revisión cuanto
dice el Papa, han determinado que Rajoy
le ha ganado a Zapatero. ¿Para qué nos
gastamos entonces estas millonadas en
elecciones y en campañas? Si tanto valor
tiene la audiencia de un vivo y directo,
¿para qué celebramos las elecciones y
hacemos el canelo yendo a votar? ¿No
sería mejor convertir directamente los
televisores en urnas, y que los
resultados los proclamara la Junta
Electoral del Share? Nos evitaríamos
molestias, rollos de censo, pejigueras
de componentes de mesas, la incomodidad
de buscar la nuestra en un instituto. Y
ahorraríamos dinero, mucho dinero, en
carteles, folletos, mítines, autobuses
de adictos, interventores, apoderados,
dietas, bolsas de bocadillos y fondos de
reptiles.
Y así,
además, podrían todos los rocieros
disfrutar tranquilamente del Pentecostés
en la marisma almonteña el 27 de mayo,
sin abstencionismo. Que ya es puntería,
con la de días que hay en el año para
poner las elecciones municipales,
convocarlas precisamente el Domingo del
Rocío. Aplicando la teoría de la
victoria de Rajoy por medio millón de
espectadores, se coge a los candidatos a
alcalde de toda España, se les mete
sucesivamente en un plató con el tío del
café de 80 céntimos y con el otro que le
pregunta el sueldo a la gente, se hartan
de preguntarles cosas y al final el
audímetro dice quién ha tenido más
espectadores. Y a ése lo ponemos de
alcalde, y listo. Y si de paso, por el
medio millón de votos de más, ponen ya
de presidente a Rajoy, pues antes
pararemos el proceso. De destrucción de
España, claro.