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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Riapitá para Garmendia

Carlos Herrera se lo había llevado con su elenco radiofónico a Nueva York, con lo lejos que está Nueva York, con lo lejos de la Cuesta del Bacalao que cae Nueva York, donde habrá mucho Empire State Building, pero no hay Casa Morales. Y de nada le valió a José Antonio Garmendia abandonar por unos días su mejor cahíz de mostradores y tapas de Sevilla, porque Nueva York no le gustó nada. A la vuelta, ya en su programa matinal, le preguntó Herrera a Garmendia:
-¿Qué te ha gustado más de Nueva York, Antonio?
Y Garmendia dijo, muy serio:
-¿Que qué me ha gustado más de Nueva York? ¡Venirme pá Sevilla!
Por eso ayer tarde, cuando iba yo en la carretela de las Cobo paseando por la Feria y por el teletipo de los farolillos negros me dijeron Herrera y García Barbeito que se acababa de ir para el otro barrio el bueno, el grande, el sabio de José Antonio Garmendia, me imaginé que al gran humorista gráfico y verbal, gracia pura fina y guasona de Sevilla en el verso y en la versación, lo que menos le habrá gustado de la muerte es tener que irse de Sevilla. Y en Feria precisamente, con la de días que tiene el año. El coche de caballos pasaba por una esquina que me sonó a Feria antigua, a Prado. Donde Garmendia fue el heredero universal y unipersonal de la gracia feriante del Marqués de las Cabriolas, de Er 77, del Maestro Currito. La primera vez que puso caseta en El Prado, a Garmendia le dieron una con un poste de la luz en todo el medio de la puerta. ¿Y qué hizo? Pues humor del poste, que llenó de versos como de Galerín en «Sevilla en broma». A la caseta le puso «El Poste». Y cuando en las ferias siguientes no había ya poste, él plantificó uno de mentirijillas en la mismísima entrada de la caseta. Mañara plantaba rosales de santidad y Garmendia, los postes de la guasa de Sevilla.
Ayer, con Garmendia, se murió definitivamente el último recuerdo de la Feria del Prado. Se ha muerto toda una Sevilla popular de las tabernas y los fogones, de la que era supremo mantenedor. ¿Quién le hará ahora un romance al pavía, a la sangre encebollada o a las espinacas con garbanzos? ¿Quién le enseñará ahora a España entera, y además en verso, como es el verdadero bacalati con tomati? Las tabernas de Sevilla han perdido su cantor y los mostradores de caoba y tiza, su príncipe de las letras. Queda en Casa Morales el cuadro del tío de las largas barbas blancas del anuncio del Coñac Decano, que en realidad es Garmendia en una vida anterior, antes de reencarnarse en licenciado en Químicas por la Universidad de Sevilla, de servir en la Marina o de dedicarse en la calle Aduana a un negocio de maderas finas al que le puso nombre como de futbolista negro del Barcelona: Okume.
Yo estoy ahora en la Feria y cada poste de la luz por el que pasa el coche de caballos me recuerda la gracia irrepetible del gran Garmendia. Que era como un cervantino personaje de sí mismo, en las antípodas de su Cipriano Telera: ciudad pura. Garmendia era como aquella deslumbrante galería que nos describió en su incunable sobre la taberna de Vicente el Traga. Como Beni Garret, el vocalista que sólo cantó en público el día que hizo el examen para sacar el carné de artista del Sindicato. Como El Loqui de Triana, que le pedía al señorito Don Joaquín que le diera otra patá, que aquella le había sabido a poco. Como Joseliqui, que despreciaba al Pesetita porque no pedía cinco duros. Como Emilio el Mogro, que cuando la guerra se gastó en la taberna el dinero para las caretas de gas y les llevó bigotes a las vecinas. O como Eduardo Balbontín, que al contemplar el mar dijo: «Ojú, la que ha tenío que caer esta noche...»
La que ha tenido que caer esta tarde de Feria, querido Garmendia, para que te hayas muerto. Te has marchado a tu último viaje con la misma nerviosa antelación con que te ibas al aeropuerto cuando viajabas a los Chirlos Mirlos en el elenco de Herrera. Sin avisar. Eso se avisa, maestro Garmendia, último bohemio de Sevilla, último poeta del tinto migado. Lo que enos me ha gustado de la Feria este año, Garmendia querido, es que te hayas ido de Sevilla así, sin avisar. Esto se avisa. Porque te iba a hacer un gorigori, y, mira, me ha salido en tu memoria este viejo y triste riapitá del Prado.

 

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