NO
sé si será por causa del largo puente, que en
Madrid ha sido acueducto de Segovia; no sé si
por causa de la pasada Feria; no sé si por la
peatonalización de la Avenida de la FNAC...
-¿De la qué,
usted?
De la FNAC. En la
Avenida hacen falta muchas refinadas Fenás para
que aquello no se envilezca como el Barrio de
Santa Cruz. Para que no sea el infierno de las
tiendas de camiseta, de los veladores en la
calle con los pizarrones de tiza del menú
baratito y los alemanes de sandalias con
calcetines que dice Manu de Dos Hermanas
(nuestro nuevo Gandía) comiéndose una paella en
plena calle a las 6 de la tarde. Ya hay tres
tiendas de camisetas en la Avenida de la FNAC,
y, como en el cante de las tabernas de Utrera,
una sola librería. O la Avenida tira hacia la
excelencia, o corremos el riesgo de que, como
Sevilla entera, se envilezca y degrade. Que la
Avenida sea la nueva Milla de Oro o la Milla de
Lata, de lata fresquita de cocacola en las
máquinas automáticas de refrescos para los
turistas, depende del arranque del nuevo modelo
de centro que se han inventado, y con el que
están encantados... los que no viven aquí.
Visitantes que,
como decía, no sé si por el puente del Primero
de Mayo, no sé si por la Feria, no sé si por la
peatonalización, cada vez son más. Yo no sé
ustedes, pero servidor empieza a experimentar
caminando por las calles del centro la sensación
de los venecianos en Venecia: que su ciudad
querida ha sido invadida por los turistas y que
allí no queda un indígena. En el centro parece
que han construido el demagógico sueño de «la
ciudad de las personas... de por ahí». Turismo
chungalé, además, no crean ustedes que
millonarios americanos que paran en el Alfonso
XIII, de los que dejan aquí un dineral. Turismo
de tiendas de bocatas y latitas (Cervera) que
empiezan a proliferar en Sierpes y en la
Avenida: de ahí el peligro de envilecimiento
sobre el que advierto en tiempo y forma.
Refiero lo de
Venecia porque siempre que he ido a turistear a
la capital de la Serenísima he visto bandadas de
japoneses, mangás de americanos, cutres turistas
de toda suerte y condición en calzonas y
chanclas tras una guía con un paraguas en pleno
verano o una banderita, y, cruzándose con los
grupos, con una cara de pavor horrorosa, a unos
señores muy elegantes y bien vestidos, que
venían de comprar «Il Gazzetino» en La Piazzeta
o de hacer un mandado en su banco de la calle
XXIII di Marzo: eran los espantados venecianos,
los ya raros vecinos de la ciudad invadida por
el turismo. En Sevilla está ocurriendo algo así.
Siéntense en la terraza de La Ibense, y cuenten
cuántas mesas hay ocupadas por turistas y
cuántas por sevillanos. Tomen café en los
veladores del Laredo y echen las mismas cuentas.
Y paseen por Sierpes, por esa Sierpes
desfigurada y contaminada visualmente por las
decoraciones horrorosas de los locales
comerciales de venga acero inoxidable y venga
cristal, donde Ricardo Roldán mantiene como una
reliquia la Joyería Ruiz y los herederos de don
Enrique Sanchís conservan el monumento de El
Cronómetro.
-Es verdad, usted,
por la calle Sierpes cada vez se puede saludar a
menos gente de Sevilla, todos son turistas...
Y por Tetuán, ni
te cuento. Todo extranjerío, todo turisteo. El
sevillano llega a tener una cierta sensación de
ser figurante en un decorado para los turistas.
Y si vas con tu chaqueta de mil rayas y tu
corbata, ni te cuento: hasta se hartan los
turistas de echarte fotos, como pintoresca fauna
local. Fui la otra noche a comprar pescao frito,
papelón de pescada, en La Isla de la calle de la
Mar. Yo era el único sevillano que estaba
comprando pescao. Japoneses, americanos,
ingleses, mucho madrileño comprando pescao. Tú
allí, sevillano, pidiendo pescada en castellano
y no en el inglés con que lo ponen en la tarifa
de precios, te llegabas a creer un bicho raro.
Un extraterrestre en tu propio barrio. A este
paso, tendremos que pedir que el Ayuntamiento,
en vez de cobrarnos impuestos, nos pague como
extras, como figurantes de este gran teatro del
mundo en que están convirtiendo a Sevilla,
parque temático de sí misma. Estamos llegando a
lo del hermano de Manuel Machado, pero al revés:
Sevilla sin sevillanos, qué pesadilla...