HAY
días en que uno quiere ser otra cosa. Hoy es uno
de ellos. Hoy yo quisiera ser francés, sivuplé. Le
tengo envidia cochina a los franceses. Bueno, a
los franceses, a los alemanes, a los ingleses.
¿Por qué los alemanes pueden tener una Merkel, los
ingleses pueden tener un Blair, los franceses
pueden tener ahora un Sarkozy y nosotros tenemos
que aguantarnos con un Zapatero y, encima y por si
fuera poco, con un Monteseirín? Si ZP está
destruyendo España, Monteseirín se está cargando a
Sevilla, la esencia de Sevilla, y hasta que no la
ponga igualita, igualita que Düsseldorf, no va a
parar.
En vez de traernos
arquitectos extranjeros para que hagan rascacielos
en un cielo de Sevilla al que no le pica nada,
¿por qué no importamos mejor un presidente del
Gobierno y un alcalde en condiciones? Yo repetiría
la Operación Olavide: uno de los mejores alcaldes
que tuvo Sevilla fue Pablo de Olavide, el limeño,
el que tiene nombre de Universidad, que se lo
trajo Carlos III desde el Perú. ¡Qué tiempos
aquellos en que los peruanos que venían a Sevilla
de alcaldes, y no para tocar la flauta con un
poncho en la calle Tetuán! Y digo yo: en vez de
gastarnos millones para que Sevilla se parezca a
sí misma lo menos posible, ¿por qué no fichamos
mejor un buen alcalde? ¿No hacen fichajes los
clubes de fútbol? ¿Por qué no ha de hacerlos la
ciudad? Por mucho dinero que nos cueste, un poner,
un alcalde alemán, un alcalde francés, un Sarkozy
para aquí, siempre será menos que el Don Alfredo
tira y derrocha en tranvías llamados chapuza, en
carriles bici, en farolas de «¿pero qué es esto,
Dios mío de mi alma?», en peatonalizaciones y en
tócame los que riman.
Lo que más me gusta
de los franceses es que ha llegado Sarkozy, ha
mandado parar y la gente se ha quedado encantada.
Sarkozy se ha presentado como lo que es: como una
persona de orden y de principios; que no transige
ni esto con las minorías radicalizadas; que es de
derechas, no lo oculta, y lo proclama orgulloso;
que dice que lo de Mayo del 68 fue una locura que
hay que olvidar; y que lo que se necesita para
gobernar es sentido común, equilibrio, esquema de
valores. En Francia no han tenido que padecer una
derecha vergonzante que oculta lo que es y que no
hace más que transigir y hocicar, disfrazándose de
centro como al metro lo disfrazan de tranvía.
A mí me gustaría que
el candidato conservador a la alcaldía hubiera
traído sin tapujos un programa así como el de
Sarkozy. Que hubiera dicho: «Señores, vamos a
dejarnos de chorradas, de moderneces y de
chantajes de los comunistas de IU con las
tonterías del ecologismo y de la bicicletita.
Sevilla necesita escobas, y guardias, y
aparcamientos, y autoridad, y calles por las que
se pueda circular sin atascos, y un centro donde
puedan entrar en transporte público las personas
mayores que van al Cortinglés y los residentes que
vuelven con las bolsas del Carrefour. Señores, que
esto es muy serio: vamos a dejarnos de Tren
Playero de La Gallina Turuleta; vamos a exigir a
la Junta todo lo que Sevilla necesita como capital
de Andalucía que es; y vamos a mirar por la
peseta, que no lo regalan».
En lugar de esto,
siento decir que Don Zoido, que podría ser nuestro
Sarkozy revulsivo, se empeña en participar en el
Campeonato de Chorradas que es hoy por hoy el
Ayuntamiento. ¿Que el alcalde hace del derroche
del Tranvía del Guinness Book, el más caro del
mundo, como escribía ayer Alvaro Ybarra, y además
el más corto del mundo? Pues Don Zoido propone.
¡toma ya!, el «Busquivir», el transporte fluvial
con catamaranes. (¿Dónde tengo yo que coger el «Busquivir»
en Bami para ir a los toros, Don Zoido?) ¿Que el
alcalde peatonaliza Sevilla, no deja un
aparcamiento vivo, estrecha las calles con el
carril bici y los atascos del Aljarafe llegan a
Huévar? Pues Don Zoido propone el teleférico,
¡toma ya! Lo malo es que mientras las chorradas de
Don Zoido nunca se harán, las de Don Monteseirín
ya están hechas: 80 millones de euros nos ha
costado el tranvía, 24 el carril bici. Sarkozy ha
triunfado porque ha roto con Mayo del 68. Ojalá
viniera a Sevilla un Sarkozy que rompiera con el
92, con la destrucciòn de Sevilla que padecemos
desde la Expo y nos dijera: «Señores, yo soy de
derechas, ¿pasa algo? Y voy a acabar de un plumazo
con todas estas locuras, para conseguir
sencillamente que Sevilla se parezca a Sevilla,
que además es lo que vienen buscando los
turistas.»