EL
que esté libre de dosieres, que saque el primer
folio...
Tanto buscar las
armas de destrucción masiva en Irak, en el
matarile de dónde están las llaves, y teníamos
mucho más cerca otra de daño selectivo bastante
más letal: el dosier. ¿A quién no le han sacado
un dosier o lo han amenazado con un dosier? Tan
clásico es esto del dosier que en Sevilla,
ciudad por donde siguen circulando los
personajes que Cervantes llevó a sus novelas,
pirandelianos, en busca de autor, hay un maestro
de esgrima de estas malas artes del folio
impreso que armó tal revuelo sacando uno, que lo
llamaron el Tío del Dosier. Y el Tío del Dosier
se le ha quedado. Hasta que se muera será ya el
Tío del Dosier. Y como la gran calle de Alcalá
no reluce hasta que suben y bajan los andaluces
en el cante de Don Antonio Chacón, puede ocurrir
que el Tío del Dosier haya cogido el Ave y se
haya plantado con sus malas artes en la Moncloa,
ofreciéndose al Gobierno para cargarse en un
momento al presidente del BBVA, don Francisco
González, a quien respetuosamente presento mis
números rojos, que paradójicamente son los que
nunca tienen en sus cuentas estos rojos que se
están haciendo de oro, a los que un empresario
que les tuvo que pagar la morterada en más de
una ocasión llama «rojos metalizados». Como el
color de los coches tuneados, los rojos
tunanteados.
O quizá el Tío del
Dosier no se haya movido de su hábitat sevillano
(hábitat con jamón), porque, que yo sepa, el Tío
del Dosier no se presenta a alcalde de Madrid, y
el que sacó el arma de vil destrucción contra el
presidente del BBVA, sí. Como no se le cae la
cara de vergüenza, no se cae del cartel
electoral. El Aquí No Dimite Nadie forma parte
de los suspiros de España del No Passsa Nada.
Lo del dosier no
es nada nuevo. Es la vieja España violenta de la
cachiporra goyesca de los dos adversarios
enterrados hasta las rodillas, arreándose
candela y estopa. Los lugareños de la España
solanesca, cuando alguien ponía un pie en su
linde, enseñaban la cachiporra y amenazaban:
-¿A que te pego un
palo que te avío?
Los lugareños del
poder, cuando ahora alguien se les acerca,
enseñan sus servicios secretos y amenazan:
-¿A que te saco un
dosier que te avío?
Los dosieres son
armas de nuestro tiempo, catapultas de la basura
ambiente, ollas de agua sucia hirviendo para
arrojarlas desde los merlones, almenas y
saeteras del poder. Los de ahora reproducen los
métodos que se introdujeron en España en los más
tristes tiempos del felipismo. Era voz común que
Alfonso Guerra tenía un dosier de cada español,
susceptible de ser utilizado en un momento dado.
Llegó diciendo que tenía siete mil carpetas con
los nombres de personas capacitadísimas para
ocupar cargos públicos, pero al cabo del tiempo
se comprobó que eran carpetas de trapos sucios
para callar bocas y obligar silencios, como un
poema de Quevedo con gomillas y tapas azules.
Tenemos que
acostumbrarnos a estas nuevas tecnologías de la
vileza. Ocurre con el arma de destrucción masiva
del dosier como con los nuevos castigos del
Código Penal, que son utilizados sin que los
haya aprobado Parlamento alguno. En el felipismo
se inventó la pena de banquillo, que Borrell
aplicó inmisericordemente a la gran Lola Flores.
El refinamiento se ha perfeccionado bastante
cuando la zapatiesta del zapaterismo le ha
aplicado a Isabel Pantoja la nueva pena: la pena
de calabozo. La misma que aplicaron a la hija de
Roca el conseguidor, que salió luego libre y sin
cargos. Aunque Isabel salió bien parada, pues no
tenía la pena accesoria de grilletes, y a la
pobre muchacha que prendieron en su colegio
mayor, ante sus compañeras, sí se la aplicaron.
A La Pantoja le han aplicado la pena de calabozo
y la pena de apertura de telediario. Al fin y al
cabo, un juicio sumarísimo, como el dosier es un
sumario espurio, instruido para condenar a
alguien sin capacidad de defensa posible. Toque
usted madera, porque todos estamos expuestos a
que nos fusilen al amanecer con una descarga de
dosier.