SI
la campaña electoral fue un campeonato de
chorradas, a ver qué candidato proponía una
idea más descabellada, que si el autobús
fluvial, que si el teleférico desde Tomares
(o tomases por saco), las locuras no han
cesado tras el arrollador triunfo de Don
Alfredo como la segunda lista más votada.
(El Ayuntamiento es el reino de los cielos:
los últimos serán los primeros.) Siempre en
la tradición del «fagamos una obra tal que
los siglos venideros nos tomen por
gilipollas», abren una cuestación y hacen
una vaquita para que compremos entre todos
el cuadro de «Santa Rufina» de Velázquez
(esquina a José de Velilla, donde los
boquerones en adobo huelen que alimentan).
Comprar con
suscripción popular un cuadro carísimo que
no nos hace ninguna falta me hace pensar en
los pueblos donde organizan rifas y
cuestaciones para que un pobre niño enfermo
sea operado en Estados Unidos. En esos casos
siempre me pregunto: ¿por qué no lo paga el
Seguro? Y si el Seguro no puede, ¿por qué no
se habla con ese cirujano maravilloso, para
que lo opere gratis y no se haga más rico
todavía a costa de una pobre familia de
pueblo? Y pienso en el casoplón que el
médico americano famosísimo que va a operar
al pobrecito niño. se acabará comprando en
las Bahamas a costa de las desgracias
ajenas. Lo de «Santa Rufina» es igual. ¿Por
qué vamos los sevillanos a tener que poner
nuestro dinero para que un señor particular
haga el negocio del siglo, y Sotheby´s se
lleve la morterá? ¿Usted sabe a cuánto sale
a subasta el cuadrito dichoso? Pues entre 9
y 12 millones de euros: entre 1.500 y 2.000
millones de pesetas. Una locura.
-Bueno, el
cuadro cuesta menos que el Carril Bici, que
es una locura mayor todavía...
Pero con la de
cosas que quedan por hacer en el maltratado,
agraviado, destruido, despreciado y
degradado patrimonio monumental, ¿cómo nos
vamos a gastar 1.500 millones de pesetas en
un cuadrito sin el que Sevilla ha vivido
hasta ahora perfectamente? Como pasar el
pañuelo le salió bien a Joaquín Moeckel con
El Salvador, se ha puesto de moda la
cuestación, la hucha, una perrita para la
cruz de mayo de las restauraciones. A pesar
de lo amiguito que es Amigo de los sociatas
de la Junta y del Ayuntamiento (que hasta
les echa un capote defendiendo el laicismo,
óle tus mitras), el Arzobispado pone por la
radio unos anuncios pidiendo dinero para
restaurar Santa Catalina que los oyes y se
te cae el alma a los pies. En Santa Ana,
siendo la Catedral de Triana, ya ven:
cuestación pública para restaurar el retablo
mayor de Pedro de Campaña. Y siga usted
poniendo necesidades del abandonado
patrimonio que debemos pagar entre todos,
mientras Gobierno, Junta y Ayuntamiento
tiran nuestro dinero en tonterías y locuras.
Mejor que
gastarnos ese dineral en un cuadrito que no
está en Sevilla y no pasa nada, ¿no sería
mejor, por ejemplo, poner de dulce Santa
Catalina y dejar reluciente el retablo de
Santa Ana? Pues nada. Hasta van a sacar
carteles pidiendo que aflojemos el dinero
para Santa Rufina. Esto será el habitual
campeonato de locuras hasta el 4 de julio,
en que alguien se hará rico potrico en
Sotheby´s a costa del cuadrito dichoso.
Locura que llega a un señor tan sensato como
el delegado municipal de Cultura, Juan
Carlos Marset, quien quiere crear el
Compracuadros Club de Fútbol: «Si hubiera
100.000 socios que renovaran todos los años
su abono y pusieran unos 100 euros,
podríamos comprar un Velázquez cada dos o
tres años». ¡Toma, y si mi prima tuviera dos
testículos sería mi primo!
Por todo lo
cual propongo que, vale, aceptamos
cuestación como animal doméstico para
recuperar el patrimonio. Pero voy más lejos
que los rufinianos, hablando de
recuperaciones: ¿por qué no abrimos una
suscripción popular para pagar entre todos
la supresión del tranvía, el derribo de las
catetarias, el arranque de la piel sensible
en La Alfalfa, la voladura de los parasoles
de La Encarnación y la sustitución del
carril bici por aparcamientos, a fin de que
Sevilla vuelva a ser Sevilla? Tanto dinero
no costaría dejarlo todo como siempre debió
estar. Y a Santa Rufina, pues que la saquen
los canónigos en procesión, ya que tanto les
gusta jugar a los pasitos de la cruz de mayo
con los santos patronos.