IGUAL
que, por su número, los antiguos concejales del
Cabildo Municipal eran los veinticuatro, en
Sevilla siempre han existido los
treinticuarentas. Los treinticuarentas han
mandado siempre tela. Eran antes los treinta o
cuarenta señores que, sin que los hubiera
elegido nadie, mandaban de hecho en la ciudad,
desde centros de poder alternativos. Lo que le
dijeron en el Aero a cierto candidato cuando lo
convidaron a comer:
-Desde esta mesa
se nombraban antes los alcaldes...
A lo que dijo el
otro:
-Menos mal que ya
los elige la gente en las urnas...
Los
treinticuarentas eran los veinte apellidos de
toda la vida y las diez grandes fortunas de
siempre, que ponían a los políticos para que
dieran la cara por ellos, más cogecosas que
testaferros. Los treinticuarentas eran los que
luego se llamaron poderes fácticos. Que les
gustan al sevillano tela. Al sevillano, aunque
se le llene la boca hablando de democracia, en
el fondo de su alma le gusta un poder fáctico
más que un Vacie a Zoido. De hecho en Sevilla
sigue habiendo poderes fácticos, que determinan
las curiosísimas autoridades virtuales. Hay unas
autoridades fácticas que no ha votado nadie en
las urnas municipales o generales, que no ha
nombrado Gobierno alguno, pero que ahí están,
con su chaqué, perejil de todos los guisos. Y
pasan protocolariamente por delante de muchos
señores que a lo mejor el que menos tiene detrás
100.000 votos ciudadanos. ¿Qué cuáles son estas
autoridades virtuales de Sevilla, reliquia y
fósil del Antiguo Régimen, pero no del antiguo
régimen de Franco, sino del Antiguo Régimen del
absolutismo de Fernando VII y del vivan las
caenas? Pues un chaparrón de ellas. En Sevilla,
junto al alcalde y al delegado del Gobierno, te
encuentras al presidente del Consejo de
Cofradías de autoridad virtual. O al teniente de
hermano mayor de la Real Maestranza de
Caballería, de autoridad virtual total. Haga
usted, si no, la prueba: ¿usted sabe cómo se
llama el presidente de la Diputación? ¿A que no?
¿Pero a que sabe en cambio cómo se llama el de
las cofradías y el de la Maestranza?
Observo que hay
sin embargo una nueva leva de treinticuarentas
que viene arreando, y que de hecho cada vez
tienen más parcelas reales de poder en la
ciudad. No son los treinticuarentas de los
poquitos ricos y poderosos que mandaban tela sin
que nadie supiera por qué. Son otros
treinticuarentas. Son los treinticuarentas
generacionales. Los jóvenes profesionales
sevillanos entre los 30 y los 40 años que de
verdad están levantando Sevilla, modernizándola
por encima y por debajo del timo del discurso
político del progreso, originando riqueza,
levantando empresas, creando puestos de trabajo,
haciendo a la ciudad no universal, que es una
tontería, sino europea, que es lo que
necesitamos.
Los nuevos
treinticuarentas no echan la tarde en el Aero o
en Pineda, sino que se machacan en las máquinas
de gimnasio de Galispor o de Antares. Llevan las
corbatas más buenas del mundo, los trajes mejor
cortados, en un punto siempre. Morenos de
deporte o fútin, sanos, sonrientes, felizmente
casados, con dos niños pequeños en los que
tienen puestas todas sus complacencias y a los
que les cambian los pañales y les dan el biberón
sin que se les caigan los anillos del machismo
trasnochado. Han cursado Derecho más Económicas
en el CEU, en el ICADE, en la Olavide, han hecho
un master en Bruselas, o el MBA en Londres o en
Barcelona. Son directores de márquetin, jefes de
producto, ejecutivos de ventas, adjuntos al
presidente-director general. Llevan la
delegación para Andalucía de una empresa
alemana, o se encargan del mercado americano de
algo agroalimentario de aquí. No salen en los
periódicos presidiendo actos, pero generan más
riqueza que muchos figurones de Sevilla. Cuando
Pepa Juste los saca retratados, sus caras no nos
suenan. Ya sonarán. Y ya están sonando. En esa
Sevilla emprendedora de las oficinas en los
parques empresariales, de los polígonos, de las
fábricas, de la banca, de los negocios, marcan
una nueva y esperanzadora frontera. Los
treinticuarentas de ordenador portátil,
blackberry y avión a Frankfurt sí que son la
modernidad y el progreso de Sevilla, y que no me
vengan con la demagogia montada en un tranvía o
pinchada en un palo de catenaria.