ME
encantaría elogiar todos los días al
Ayuntamiento, señal de que Sevilla no es lo
que es ni está como está. Así que lo que voy
a hacer hoy es lo que me gustaría tener como
tarea cotidiana en los próximos cuatro años
de los que acaban de tomar posesión: coger
el sahumerio. O por decirlo en términos más
sevillanos por cofradieros: llamar al cuerpo
de acólitos, pedirles el incensario, el
carbón de la talega, el incienso de la
naveta, echar una buena morterá y ponerme
dale que te pego con el botafumeiro
hispalense, para atufar todo esto de olor a
delantera de palio, en honor del alcalde y
de sus concejales. Especialmente de los que
llevaran en el anterior mandato lo de
Parques y Jardines, que no sé qué mote
tendrá ahora, y lo de Patrimonio Artístico
Municipal, que tampoco sé cómo lo llamarán
en la moda de las tonterías de la Viabilidad
de la Sostenibilidad de la Movilidad y de la
Ojaneta de la Oficina de la Bicicleta.
¿Ha visto
usted cómo han restaurado y recuperado los
Jardines de las Delicias, entre el Pabellón
de la Argentina y la Glorieta de México,
toda esa zona verde histórica? De maravilla.
Aquello estaba completamente destrozado por
la llamada Cultura del Botellón, en torno al
quiosco del Bar Líbano. Las esculturas de
las más hermosa colección de estatuaria
romántica pública de Sevilla habían sido
destrozadas y mutiladas por los gamberros;
las fuentes, rotas; los mármoles,
desencajados; los jardines, pisoteados.
Hasta que llegó la autoridad municipal e
hizo lo que hay que hacer en toda Sevilla y
por lo que hay que aplaudirla: poner orden,
concierto, racionalidad y buen gusto. Los
Jardines han sido cercados con una reja que,
vamos no es que sea la de la Virgen del
Rocío en la ermita, pero no está mal. Porque
es mucho mejor: no hay almonteño que se la
salte cuando los jardines se cierran por la
noche, para evitar una nueva llegada de los
Bárbaros del Sur de la Movida, las litronas,
los plásticos y las bolsas de hielo.
Y, lo que es
más importante, han sido perfectamente
restauradas todas las estatuas románticas de
estas deliciosas Delicias de Arjona. Jardín
interesantísimo, por histórico, Mucho más
antiguo que el Parque de María Luisa en la
ordenación de Le Forestier. Los Jardines de
las Delicias Viejas, llamados de Arjona por
el asistente que los mandó hacer, fueron
trazados por Claudio Boutelou entre 1828 y
1829. Son, por tanto, un ejemplo estricto de
jardín romántico. Enriquecido, además, por
la colección de esculturas que he referido,
que estuvieron en un tiempo en la Plaza del
Museo y proceden de los jardines del Palacio
Arzobispal de Umbrete. Las esculturas
estaban que daba pena: robadas, mutiladas,
abandonadas. Los faunos, sin nariz; las
doncellas, sin manos. Y pacientemente todo
ha sido reconstruido y restaurado, y lo ha
dejado el Ayuntamiento de forma que parece
que todo aquello acaba de salir del bastón
de mando de don Manuel María de Arjona, el
interesante asistente innovador y
perfeccionador de la ciudad, cuya biografía
investigó y publicó el recordado historiador
Alfonso Braojos, director de la Hemeroteca
Municipal.
Lo que el
Ayuntamiento ha hecho en las Delicias Viejas
nos demuestra que tan difícil no tiene que
ser dejar a Sevilla tal como ha estado
siempre, pero sin añadidos ni
adulteraciones. Ojalá en La Alfalfa, en la
Plaza del Pan, en La Pescadería, en la Plaza
Nueva se hubiera hecho lo mismo que en las
Delicias Viejas de Arjona, sacarlo todo de
brillo, restaurarlo, preservarlo, cuidarlo
para que no lo vuelvan a destrozar.
No quiero
quebrar el debido y justo elogio al
Ayuntamiento ni los 100 días de gracia si
digo finalmente que así, así como Las
Delicias, rodeado por una verja, tenían que
poner todo el centro histórico. Como en Las
Delicias lo han puesto para que no las
destrocen los gamberros, en el centro tenían
que colocar esas verjas para que los
modernos del progreso y del Pacto de
Retroceso no entren a cargárselo todo. No
olviden que el Distrito Casco Antiguo queda
en manos del tío de la cachimba, como
castigo por haber votado tanto al PP. Que
cada cual rece lo que sepa...