El muñidor de La
Mortaja se ha quitado su negro ropón
y la medalla de la hermandad. El
muñidor de La Mortaja se ha quitado
la blanca, alechugada y almidonada
gola, sus zapatos de alto copete con
hebilla de plata. El muñidor de La
Mortaja se ha quitado hasta la
gomina ritual de la antigua
sevillanía. Ha dejado a un lado a
los servidores de librea que
escoltarlo suelen con sus faroles de
mano, delante de la cruz de
manguilla. En los ocultos milagros
de Sevilla, el muñidor de La
Mortaja, que trabajaba una sola vez
al año, cuando el Viernes Santo
atardece en vencejos por las
espadañas para hacer florecer el
silencio en el compás del ex
convento de La Paz, ha encontrado
una rentable, útil y moderna
colocación vestido de paisano.
Porque el muñidor de La Mortaja,
señores, se ha colocado de
tranviario. Es su tristona
campanilla la que suena por la
Avenida cuando el tranvía se acerca.
No sé quién lo habrá colocado en el
tranvía. Pedazo de empleo. No sé si
el hermano mayor de la Antigua, Real
e Ilustre Hermandad y Cofradía de
Nazarenos de Nuestro Padre Jesús
Descendido de la Cruz en el Misterio
de su Sagrada Mortaja y María
Santísima de la Piedad, en oficio
firmado por el secretario y con su
Vº Bº, le pidió a Fernando Martínez
Salcedo, baranda del tranvía y de la
Agrupación de Interés Económico del
Ayuntamiento, que en plan Bolsa de
Caridad colocara al muñidor como
fijo de plantilla en el Metrocentro.
Puede, incluso, que sea una
rufinesco-velazqueña operación de
altos vuelos y Palmas Altas. Pues
los duendes de la muralla de la
Macarena andan jacheando que la
Hermandad de la Mortaja había
demandado al Ayuntamiento por
plagio: que las dieciocho mil
catetarias en la Avenida eran una
copia descarada de sus dieciocho
ciriales. Y que a cambio de retirar
el pleito, pues el juez iba a
decirle al Ayuntamiento que ya se
sabe lo que le pasa al que la copia,
el Ayuntamiento le ha buscado una
colocación la mar de buenecita al
muñidor de La Mortaja. Desde
entonces el muñidor está que no da
abasto, pegando barzones y
campanillazos en el tranvía.
Lo supe la otra tarde, cuando, con
toda la calor, los citados duendes
Narilargo y Rascarrabia me llevaron
hasta la recalentada piedra del
Arquillo del Ayuntamiento y me
pusieron mirando para Coria. Oí a lo
lejos, por las Gradas, un ruido
ensordecedor. Como el Ave por
Brazatortas. No era el Ave. Era el
tranvía que se acercaba, El que el
municipal folleto «El tranvía a tu
paso» describe como «un medio de
transporte silencioso». ¡Silencioso
por los cojones! El tranvía no es de
silencio: es de capa. ¿Cómo podrán
dormir los vecinos de por aquí con
el tranvía? En estas cavilaciones
andaba cuando Narilargo y
Rascarrabia me sacaron del sopor de
la calor y del ruidazo que
acercándose iba, al decirme:
- ¿No escuchas una campana?
- Sí, como la antigua campana del
santolio, cuando llevaban el
Santísimo a un agonizante. O como la
campana que el carrácano que arranca
el cortejo de la Sacramental del
Sagrario lleva colgada al cuello y
va tocando a dos manos.
- No, no desvaríes con la calor --me
dijo Narilargo--, y escucha bien ese
sonido, más sevillano que todos sus
muertos, y nunca mejor dicho lo de
los muertos.
Fue entonces, tras la ayudita, y ya
acercándose el tranvía al Banco
Central, cuando caí en la cuenta del
tilín, tilán:
- ¡El tranvìa suena como el muñidor
de La Mortaja!
Y los duendes me hicieron la
revelación:
- No, no es que suene como la
campanilla del muñidor de La
Mortaja. Es que el muñidor de La
Mortaja se ha colocado de
tranviario. La campana que suena
para no pillar a la gente es la
suya. Por eso lo dice Er Pograma del
Tranvía: «Debes escuchar el sonido
de la campana que anuncia la llegada
del tranvía».
El aviso es lúgubre tañido. El
tranvía va hacia la Santa Iglesia
Catedral como en estación de
penitencia. Tilín, tilán. Escucha,
oh sevillano, al muñidor de La
Mortaja. Se ha colocado de
tranviario. Dobla por la Sevilla que
nos mató el tranvía con sus
dieciocho negras catenarias a la
funerala.