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El Recuadro   

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Sevilla, conservatorio del latín

Vuelve la misa en latín. Deo gratias. Benedicto XVI ha enmendado un inmenso error cultural. El buenazo de Juan XXIII era como un párroco de pueblo que quería poner su iglesia modernita, y se cargó de un plumazo conciliar el latín, para dar paso a las lenguas vernáculas en la misa y en los sacramentos. Y sin tener en cuenta que el latín es la lengua vernácula de Dios. Si Dios es la suma de todas las perfecciones, debe de saber hasta latín. Hablamos con Dios en latín como chapurreamos inglés con los turistas. Dios no necesita que le traduzcamos el latín a las lenguas vernáculas. El que está en San Lorenzo sabía latín. Latín de las colonias romanas. En Jerusalén se tendría que hablar el mismo latín que en Itálica. Un latín de provincias, con acento meridional. Cuando lo crucificaron, al Hijo de Dios le pusieron en el madero la tablilla con las iniciales de su delito en latín: INRI, Iesus Nazarenus Rex Iodeorum. Y para más inri, el buenazo de Juan XXIII se cargó el latín en la Iglesia. De ser una lengua viva, vivísima, hablada cada día hasta en la última parroquia de la Cristiandad en el diálogo de la misa, el latín pasó a lengua muerta. Santiago Amón decía que Juan XXIII, antes de tamaño crimen cultural contra una lengua clásica, tenía que haber consultado a la Unesco.
Vuelve el latín, ad maiorem Dei gloriam, laus Benedicti XVI. Como, total, el del báculo Magefesa me acabará mandando el motorista de la excomunión, yo nunca había abandonado el latín, dijera lo que dijese el Papa de turno. En la misa sigo rezando el Paternoster en latín. Por un problema jurídico. Las hermanas de la Doctrina Cristiana me enseñaron en castellano el Paternoster del Ripalda, que era de Derecho Mercantil y de Manuel Olivencia: «Perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Le rezábamos a Dios como si fuera el Cobrador del Frac. Llegado el Concilio y destrozado el latín eclesiástico por Juan XXIII, vino la traducción sudaca que adoptó la Conferencia Episcopal. Del Derecho Mercantil y de Olivencia, el Paternoster pasó al Derecho Penal y a Baena Bocanegra. De las deudas, a las injurias: «Perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». ¿Pero esto qué es, el Paternoster o el plató de Salsa Rosa anunciando pasar las ofensas a «mis abogados»? Aparte de un empobrecimiento del castellano, al suprimir los hermosos arcaísmos: «Venga a nos el tu reino». En vista de lo cual, me dejé de Aranzadi a lo divino, de deudas y de ofensas, y desde el Concilio Vaticano II rezo el Paternoster como mejor lo entiende El que Est In Coelis... y en San Lorenzo: en latín.
Dijera Juan XXIII lo que dijese, los sevillanos nunca hemos dejado de usar el latín como lengua de oración. Frente a las salves vernáculas, sabemos que la Pura y Limpia, Sine Labe Concepta, prefiere la Salve, Regina, Mater Misericordiae, Vita et Dulcedo, Spes Nostra Trianensis Macarenaque. Hacemos la maravilla colectiva de la Semana Santa tras un lábaro que proclama nuestras raíces romanas: el SPQR es el Credo in Unum Deum a la sevillana. Hay cofradías que han conservado todo el esplendor del latín en sus cultos solemnes.
Ahí, ahí es donde ahora las cofradías pueden volver a hacer un gran servicio a la Iglesia y al patrimonio inmaterial de nuestra cultura: volviendo a divulgar el uso del latín litúrgico. Recuperada la misa en latín gozosamente por Benedicto XVI, las cofradías, celosas valedoras de nuestras tradiciones, tienen ante sí la apasionante tarea de volver a los ritos tradicionales hispalenses en latín, Los formadísimos acólitos de las cofradías, conservadores del esplendor antiguo de la liturgia, saben latín. Los cofrades lo saben. Así que arriba los corazones, digo, Sursum Corda: que el hermoso latín de la Bética vuelva a resonar en los dorados retablos de las iglesias barrocas, en las funciones principales de instituto. Proclamemos el Evangelio en latín desde las cuatro caras de la Turris Fortissima. Las cofradías deben ser los grandes conservatorios del latín litúrgico, ahora que Benedicto XVI ha recuperado el tesoro cultural que se cargó Juan XXIII, que iba el buen hombre de catetillo moderno al que como lo suspenderían en latín en el seminario, se vengó luego contra la lengua clásica que habla el mismísimo Dios.

 

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