Vuelve la misa en
latín. Deo gratias. Benedicto XVI
ha enmendado un inmenso error
cultural. El buenazo de Juan XXIII
era como un párroco de pueblo que
quería poner su iglesia modernita,
y se cargó de un plumazo conciliar
el latín, para dar paso a las
lenguas vernáculas en la misa y en
los sacramentos. Y sin tener en
cuenta que el latín es la lengua
vernácula de Dios. Si Dios es la
suma de todas las perfecciones,
debe de saber hasta latín.
Hablamos con Dios en latín como
chapurreamos inglés con los
turistas. Dios no necesita que le
traduzcamos el latín a las lenguas
vernáculas. El que está en San
Lorenzo sabía latín. Latín de las
colonias romanas. En Jerusalén se
tendría que hablar el mismo latín
que en Itálica. Un latín de
provincias, con acento meridional.
Cuando lo crucificaron, al Hijo de
Dios le pusieron en el madero la
tablilla con las iniciales de su
delito en latín: INRI, Iesus
Nazarenus Rex Iodeorum. Y para más
inri, el buenazo de Juan XXIII se
cargó el latín en la Iglesia. De
ser una lengua viva, vivísima,
hablada cada día hasta en la
última parroquia de la Cristiandad
en el diálogo de la misa, el latín
pasó a lengua muerta. Santiago
Amón decía que Juan XXIII, antes
de tamaño crimen cultural contra
una lengua clásica, tenía que
haber consultado a la Unesco.
Vuelve el latín, ad maiorem Dei
gloriam, laus Benedicti XVI. Como,
total, el del báculo Magefesa me
acabará mandando el motorista de
la excomunión, yo nunca había
abandonado el latín, dijera lo que
dijese el Papa de turno. En la
misa sigo rezando el Paternoster
en latín. Por un problema
jurídico. Las hermanas de la
Doctrina Cristiana me enseñaron en
castellano el Paternoster del
Ripalda, que era de Derecho
Mercantil y de Manuel Olivencia:
«Perdónanos nuestras deudas como
nosotros perdonamos a nuestros
deudores». Le rezábamos a Dios
como si fuera el Cobrador del
Frac. Llegado el Concilio y
destrozado el latín eclesiástico
por Juan XXIII, vino la traducción
sudaca que adoptó la Conferencia
Episcopal. Del Derecho Mercantil y
de Olivencia, el Paternoster pasó
al Derecho Penal y a Baena
Bocanegra. De las deudas, a las
injurias: «Perdónanos nuestras
ofensas como nosotros perdonamos a
los que nos ofenden». ¿Pero esto
qué es, el Paternoster o el plató
de Salsa Rosa anunciando pasar las
ofensas a «mis abogados»? Aparte
de un empobrecimiento del
castellano, al suprimir los
hermosos arcaísmos: «Venga a nos
el tu reino». En vista de lo cual,
me dejé de Aranzadi a lo divino,
de deudas y de ofensas, y desde el
Concilio Vaticano II rezo el
Paternoster como mejor lo entiende
El que Est In Coelis... y en San
Lorenzo: en latín.
Dijera Juan XXIII lo que dijese,
los sevillanos nunca hemos dejado
de usar el latín como lengua de
oración. Frente a las salves
vernáculas, sabemos que la Pura y
Limpia, Sine Labe Concepta,
prefiere la Salve, Regina, Mater
Misericordiae, Vita et Dulcedo,
Spes Nostra Trianensis Macarenaque.
Hacemos la maravilla colectiva de
la Semana Santa tras un lábaro que
proclama nuestras raíces romanas:
el SPQR es el Credo in Unum Deum a
la sevillana. Hay cofradías que
han conservado todo el esplendor
del latín en sus cultos solemnes.
Ahí, ahí es donde ahora las
cofradías pueden volver a hacer un
gran servicio a la Iglesia y al
patrimonio inmaterial de nuestra
cultura: volviendo a divulgar el
uso del latín litúrgico.
Recuperada la misa en latín
gozosamente por Benedicto XVI, las
cofradías, celosas valedoras de
nuestras tradiciones, tienen ante
sí la apasionante tarea de volver
a los ritos tradicionales
hispalenses en latín, Los
formadísimos acólitos de las
cofradías, conservadores del
esplendor antiguo de la liturgia,
saben latín. Los cofrades lo
saben. Así que arriba los
corazones, digo, Sursum Corda: que
el hermoso latín de la Bética
vuelva a resonar en los dorados
retablos de las iglesias barrocas,
en las funciones principales de
instituto. Proclamemos el
Evangelio en latín desde las
cuatro caras de la Turris
Fortissima. Las cofradías deben
ser los grandes conservatorios del
latín litúrgico, ahora que
Benedicto XVI ha recuperado el
tesoro cultural que se cargó Juan
XXIII, que iba el buen hombre de
catetillo moderno al que como lo
suspenderían en latín en el
seminario, se vengó luego contra
la lengua clásica que habla el
mismísimo Dios.