CON la piel más
blanquita que han dejado las
piedras de la Puerta de la
Asunción de la Catedral, el
sevillano estrena temporada de
playa. Tela de clásico de
almanaque. Inaugura los baños
por la Virgen del Carmen, la que
está en San Gil, cuyo
escapulario su madre le echó al
niño que en la copla de los
campanilleros pilló la rueda de
un carro en el Arco de la
Macarena. (Escapulario como el
que me han mandado los hermanos
del Carmen de San Gil, que les
agradezco. Necesario y muy
conveniente para andar por
Sevilla. Yo me he puesto ya mi
escapulario del Carmen, antes
que me pille la rueda del carro
de un tranvía por la Avenida, o
la rueda del carro de un
ciclista por los 70 kilómetros
de carril-bici. Que ahora
repintan de verde. En La Palmera
había un carril bici como de
teniscuit, de color rosita. Eso
no vale. Tiene que ser verde,
que es como le gusta al tío de
la cachimba y de la bimba. A
pintar de verde todo el
carril-bici de La Palmera se ha
dicho, hasta donde pone Donmanué...¿Cuánto
costará eso?)
Íbamos antes del inciso por el
sevillano clásico que estrena
veraneo por la Virgen del
Carmen. El sevillano llega a su
apartamento de Punta Umbría, de
Chipiona, de Valdelagrana, de
Conil. Y se harta de limpiar,
como siempre que llega al
apartamento. Ya saben: un
apartamento de playa es aquel
sitio que te deslomas
limpiándolo cuando llegas, y que
cuando lo has puesto como un
jaspe, te tienes ya que venir, y
así hasta el año que viene.
Limpiado y escamondado el
apartamento, el sevillano baja a
la playa. Y por el camino,
sombrilla y butaca en mano, le
parece que la acera por donde
siempre van la han puesto más
ancha este año. Le comenta a su
mujer:
-María, ¿tú no ves que esta
acera está más ancha este año?
Y la mujer, sabia, sentencia:
-No, Pepe, ésta es la acera de
toda la vida. Lo que pasa es que
con la dichosa peatonalización
tú ya has perdido la costumbre
de ver aceras, y todas te
parecen grandes.
Y entonces el sevillano cae en
la cuenta de que este año sí que
le va a sacar partido a la
playa. Vaya descanso. Va a
descansar de Sevilla, de los
sobresaltos de Sevilla, de los
desaguisados de Sevilla. Otros
años bajaba a la playa
mosqueado, porque sabía que se
iba a encontrar a los
domingueros que siempre plantan
la sombrilla al lado, con la
casé a toda pastilla, come que
te come, chilla que te chilla,
con la Mari llamando al Yónatan
para que venga a comerse el
picaíllo. (Yónatan: taurinísimo
nombre por cierto. Ya lo vieron
en el cartel de la nocturna del
jueves, donde actuó Jonathan
López, de la Escuela Taurina de
Ronda. La que se está perdiendo
Corrochano. ¿Se imaginan el
título de la crónica? «Es de
Ronda y se llama Jonathan».)
El sevillano este año da por
buenos a los domingueros, al
Yónatan, a la Yénifer, a las
marías gritonas, al niño del
pandero que te lo deja caer
encima, a los tatuajes y
pírcines de los canis con sus
pantalones piratas, a las radios
a toda potencia, a los niñatos
dándote pelotazos, a los novios
peloteando en la orilla con las
palas y que te dan con la bolita
en todo un ojo si te descuidas.
El sevillano este año soporta la
voz de la niña de la megafonía,
que ya es soportar. ¡Qué dulce
le parece! El sevillano este año
está feliz en la misma playa
contra la que el pasado
despotricaba y prometía no
volver. ¿Por qué? Oh, maravilla.
Porque el redescubrimiento de la
acera como Dios manda le hace
valorar este paraíso de la
arena. ¿Usted sabe la maravilla
que es que no haya Monteseirín
capaz de poner un carril-bici a
lo largo de la orilla del mar,
ni tío de la cachimba que le
obligue? ¿Usted sabe lo que es
poder pasearte por la orilla del
mar a lo largo de la playa sin
que te atropelle un ciclista? Y
del tranvía, ni te cuento.
¿Usted sabe lo que es que no
haya más vibración que la de las
olas en la rompiente? ¿Usted
sabe lo que es que dejen la
arena como siempre estuvo, y que
no haya quien llene aquello de
granito gris al que llamen La
Piel Playera Sensible, con sus
correspondientes bancos de Ikea
y sus farolas-supositorio? ¡Una
maravilla! Dios creó la tierra y
los mares. Y la playa, tan
perfecta que no hay quien tenga
cojones de ponerle un carril
para que te atropelle el tío de
la dichosa bicicletita.