Esta Trini, mi Triniá,
no es la de la canción que escribió
Rafael de León con Salvador Valverde
en 1933 y a la que puso música el
maestro Quiroga. La Triniá de la
Puerta Real. La que quedó cegada con
el brillo de los diamantes y huyó de
España entre los brazos amantes del
banquero americano que un mal día
visitó el Museo de Sevilla donde iba a
diario Juan Miguel a copiar las
maravillas de Murillo y Rafael. Pintor
Rafael Sanzio del que por cierto nunca
hubo en el Museo un solo cuadro. -Eso
sería porque Abengoa no se lo
propuso...
Cuando antes de la guerra se hizo
popular esta «Triniá», cuentan que le
echaban en cara a Rafael de León su
lírico error del cuadro de Rafael. Una
leyenda afirma que se lo censuró el
propio Lorca, que le sugirió que
cambiara el verso y pusiera Valdés
(Leal) por Rafael, con lo que no
sufrían ni el metro, ni la rima, ni la
verdad museística. A lo que cuentan
que replicó Rafael de León con toda su
gracia:
-¿Pero cómo voy a poner «Valdés» en
una historia de amor, si Valdés Leal
nada más que pintaba muertos y
caninas?
La Triniá, mi Triniá, a la que dedico
este artículo no es, pues, la de la
Puerta Real, sino la de la Puerta del
Sol. Que es la derribada puerta que
había al final de la calle Sol, justo
delante de los Salesianos de la
Trinidad. Trinidad pura. Como el
Sagrado Decreto. Como la más secreta
de las Esperanzas. Como los pies
juntos de Manolo González con el
capote. Hasta que en la capilla de la
Calle Central del Retiro Obrero se
erigió la parroquia de la Sagrada
Familia, La Trinidad fue la iglesia
del barrio por cuya integridad
histórica los vecinos levantaron la
voz contra el PGOU y en justicia
fueron escuchados. Y no se alteró ni
mutiló un barrio tan representativo
del urbanismo expansivo, higiniesta y
utópico de los años 20 del siglo XX.
Ahora la Asociación Histórica del
Retiro Obrero vuelve a alzar la voz
por otro trozo del barrio: por la
salvación de la fábrica de vidrio de
La Trinidad, en el comienzo de la
avenida de Miraflores. Quieren impedir
que sobre esa fábrica histórica,
declarada monumental por la Junta,
campeen las armas heráldicas de Pavón
el Derribista: una pala y una espiocha
cruzadas, escudo nobiliario como del
Marqués de la Piqueta que en realidad
es el bueno de Enrique.
La fábrica La Trinidad era la única de
vidrio soplado que quedaba en
Andalucía, y durante los últimos años
cumplió una loable tarea de
taller-escuela. Y era y es más. Es
quizá el único recuerdo que queda en
pie de los verdaderos polígonos
industriales que, tras el derribo de
las murallas, se crearon en el último
tercio del siglo XIX en torno a la
Ronda. Hasta la etapa del
desarrollismo, entre La Trinidad y la
Cruz Roja se extendía toda una Sevilla
industrial, con esta fábrica de
vidrio, con la de sedas de La María,
con la fábrica de grifos, con la de
lámparas, con las destilerías de la
carretera de Carmona. Hasta con el
interesante Garaje Miraflores, que aún
existe y merece ser conservado como
muestra de aquella Sevilla del Garaje
Torre del Oro junto al Cine Alcázar (o
a la Torre de la Plata), o de los
talleres de oficios automovilísticos
del corralón interior de la manzana
del Bazar España.
La chimenea de ladrillo de la fábrica
de vidrio de La Trinidad es reliquia
valiosa de una etapa industrial de
Sevilla de la que no queda vestigio
alguno. La etapa de las industrias
dentro de la ciudad: de la fábrica de
tornillos, de la fábrica de cerillos,
de las corchotaponeras, de La
Forestal, de una fábrica de hilaturas
o una harinera en plena Puerta Osario.
Esa chimenea de La Trinidad es el dedo
acusador contra las autoridades que
deben preservar la integridad
arquitectónica, histórica, etnográfica
y cultural de la fábrica que fundó en
1900 don Luis Rodríguez Caso, el
promotor de la Exposición
Iberoamericana de 1929. En lo poco que
vale, uno mi voz al movimiento vecinal
que pide que se salve mi Trini, ay, mi
Triniá de los recuerdos infantiles del
piso de mi abuela Tomasa en el Grupo
Cuarto del Retiro Obrero, donde
llegábamos desde el tranvía de la
Ronda, atravesando un verdadero
polígono industrial que comenzaba con
la chimenea de La Trinidad y
terminaba, Avenida de Miraflores
adelante, con la de la fábrica de
corcho, con la inmensa A de Armstrong
pintada en su ladrillería.