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El Recuadro   

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Mi Trini, ay, mi Triniá

Esta Trini, mi Triniá, no es la de la canción que escribió Rafael de León con Salvador Valverde en 1933 y a la que puso música el maestro Quiroga. La Triniá de la Puerta Real. La que quedó cegada con el brillo de los diamantes y huyó de España entre los brazos amantes del banquero americano que un mal día visitó el Museo de Sevilla donde iba a diario Juan Miguel a copiar las maravillas de Murillo y Rafael. Pintor Rafael Sanzio del que por cierto nunca hubo en el Museo un solo cuadro. -Eso sería porque Abengoa no se lo propuso...
Cuando antes de la guerra se hizo popular esta «Triniá», cuentan que le echaban en cara a Rafael de León su lírico error del cuadro de Rafael. Una leyenda afirma que se lo censuró el propio Lorca, que le sugirió que cambiara el verso y pusiera Valdés (Leal) por Rafael, con lo que no sufrían ni el metro, ni la rima, ni la verdad museística. A lo que cuentan que replicó Rafael de León con toda su gracia:
-¿Pero cómo voy a poner «Valdés» en una historia de amor, si Valdés Leal nada más que pintaba muertos y caninas?
La Triniá, mi Triniá, a la que dedico este artículo no es, pues, la de la Puerta Real, sino la de la Puerta del Sol. Que es la derribada puerta que había al final de la calle Sol, justo delante de los Salesianos de la Trinidad. Trinidad pura. Como el Sagrado Decreto. Como la más secreta de las Esperanzas. Como los pies juntos de Manolo González con el capote. Hasta que en la capilla de la Calle Central del Retiro Obrero se erigió la parroquia de la Sagrada Familia, La Trinidad fue la iglesia del barrio por cuya integridad histórica los vecinos levantaron la voz contra el PGOU y en justicia fueron escuchados. Y no se alteró ni mutiló un barrio tan representativo del urbanismo expansivo, higiniesta y utópico de los años 20 del siglo XX. Ahora la Asociación Histórica del Retiro Obrero vuelve a alzar la voz por otro trozo del barrio: por la salvación de la fábrica de vidrio de La Trinidad, en el comienzo de la avenida de Miraflores. Quieren impedir que sobre esa fábrica histórica, declarada monumental por la Junta, campeen las armas heráldicas de Pavón el Derribista: una pala y una espiocha cruzadas, escudo nobiliario como del Marqués de la Piqueta que en realidad es el bueno de Enrique.
La fábrica La Trinidad era la única de vidrio soplado que quedaba en Andalucía, y durante los últimos años cumplió una loable tarea de taller-escuela. Y era y es más. Es quizá el único recuerdo que queda en pie de los verdaderos polígonos industriales que, tras el derribo de las murallas, se crearon en el último tercio del siglo XIX en torno a la Ronda. Hasta la etapa del desarrollismo, entre La Trinidad y la Cruz Roja se extendía toda una Sevilla industrial, con esta fábrica de vidrio, con la de sedas de La María, con la fábrica de grifos, con la de lámparas, con las destilerías de la carretera de Carmona. Hasta con el interesante Garaje Miraflores, que aún existe y merece ser conservado como muestra de aquella Sevilla del Garaje Torre del Oro junto al Cine Alcázar (o a la Torre de la Plata), o de los talleres de oficios automovilísticos del corralón interior de la manzana del Bazar España.
La chimenea de ladrillo de la fábrica de vidrio de La Trinidad es reliquia valiosa de una etapa industrial de Sevilla de la que no queda vestigio alguno. La etapa de las industrias dentro de la ciudad: de la fábrica de tornillos, de la fábrica de cerillos, de las corchotaponeras, de La Forestal, de una fábrica de hilaturas o una harinera en plena Puerta Osario. Esa chimenea de La Trinidad es el dedo acusador contra las autoridades que deben preservar la integridad arquitectónica, histórica, etnográfica y cultural de la fábrica que fundó en 1900 don Luis Rodríguez Caso, el promotor de la Exposición Iberoamericana de 1929. En lo poco que vale, uno mi voz al movimiento vecinal que pide que se salve mi Trini, ay, mi Triniá de los recuerdos infantiles del piso de mi abuela Tomasa en el Grupo Cuarto del Retiro Obrero, donde llegábamos desde el tranvía de la Ronda, atravesando un verdadero polígono industrial que comenzaba con la chimenea de La Trinidad y terminaba, Avenida de Miraflores adelante, con la de la fábrica de corcho, con la inmensa A de Armstrong pintada en su ladrillería.

 

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