No sé a qué vienen
estos temores del milenio con el
cambio climático para arriba y el
cambio climático para abajo. Ni a qué
la demagogia del cambio climático, que
tanto preocupa a los rojos.
-Muy bien dicho lo de rojos, usted...
Si los progres le escupen lo de facha
a todo el que piensa por libre, ¿por
qué no hemos de llamarlos rojos? Vamos
a empezar a llamar a las cosas por su
nombre, y rojos a estos rojetes
mangones de Visa Oro, piso oficial,
sueldazo mas dietas, Audi blindado con
inhibidor, y escolta guaperas como el
que dicen que se va a casar con la
egrabrense de Pixie y Dixie.
Me escama muchísimo que Fidel Castro
esté preocupadísimo por el cambio
climático, y le dedique artículos
kilométricos en el «Granma». Y que ZP
dedicara ayer monográficamente el
Consejo de Ministros al cambio
climático. Y que tras el fracaso de su
claudicante Proceso de Paz se invente
ahora el cuento del envergue de la
Estrategia Española de Cambio
Climático y Energía Limpia y sus 170
medidas. El ecologismo es la brocha a
la que se agarró el rojerío cuando le
quitaron la escalera del muro de
Berlín y se vio la copla del paraíso
del proletariado que decían que era el
comunismo. Aquello sería el paraíso
del proletariado, hijo, pero todo el
paraíso comunista de la Europa del
Este se ha tenido que venir a España a
buscarse las habichuelas, porque
aquello es la pura miseria tras el
fracaso del modelo leninista.
Sin tanto cuento y tanta demagogia, en
Sevilla se ha producido hace mucho
tiempo el cambio climático y no ha
pasado nada. Al revés: estamos
encantados. Al menos el cambio
climático en verano. Haga la
temperatura que haga, merquen los
termómetros callejeros la leña que
pongan, la verdad es que ahora en
Sevilla se pasa menos calor, pero
muchísima menos calor que hace treinta
años. ¿Ha cambiado el clima? No, han
cambiado los medios de defensa contra
el achicharramiento del planeta (y del
Ateneo de Sevilla). Calor, lo que se
dice calor, el que se pasaba antes en
Sevilla, sin aire acondicionado más
que en el cine Pathé, sistema Carrier
o Baviera. ¿Pero ahora? Con los esplís
y las consolas del aire acondicionado
colgadas en las fachadas, ya no hay
noches de no poder dormir por la
calor. No aquellos primitivos aires
acondicionados de ventana que te
enfriaban sólo un cuarto, no: aire
acondicionado a lo grande, con sus
consolas en la azotea o en la terraza
y sus esplís echando osos polares por
las rendijas. Estás con el aire
acondicionado en tu casa, sales, y te
metes en el coche. Con aire
acondicionado. De pelarte. De darte en
todo el pecho, capaz de buscarte una
pulmonía doble. Y del aire
acondicionado del coche, pasas
directamente al aire acondicionado de
la oficina o del trabajo. ¿Cuánto
tiempo hemos estado a los 40 grados
que dicen los termómetros? Pues apenas
unos minutos: los de salir de casa,
bajar del coche, entrar a la oficina.
Y en las tiendas y en los centros
comerciales, ni te cuento. Ni Chipiona,
ni Valdelagrana, ni Mazagón. Donde de
verdad hace 10 grados menos que en
Sevilla es en un buen Cortinglés o en
un buen Carrefour. Al pasar por las
galerías de los yogures y los
congelados de Carrefour es que tienes
que echar a los pingüinos para coger
los desnatados de fresa o la pizza de
cuatro quesos.
Este es el verdadero cambio climático.
Esto sí que es segunda modernización,
¡toma, Chaves! Calor, el que se pasaba
en aquella Sevilla de búcaro, camiseta
de tirantas, silla a la puerta,
nevería del cine de verano, abanico,
talla de agua fresquita, plato de
higos chumbos, sandía, gazpacho y
ventilador. Y si quieren comprobar el
verdadero cambio climático, vayan a la
calle Sierpes y pónganse en la esquina
de los escaparates del chaflán de la
Joyería Ruiz, donde Ricardo Roldán
muestra su maravilla argéntea en honor
de San Fernando y de la Virgen de los
Reyes. En aquella esquina hace mucho
más frío en verano que en
Matacanónigos en pleno mes de enero.
¿Por las velas y su microclima? ¡Qué
velas ni qué velas! ¡Por el aire
acondicionado de HM! En HM tienen el
aire acondicionado tan fuerte, que por
las puertas abiertas del negocio...
¡ponen de fresquita toda la calle
Sierpes! Da gusto. A ese cambio
climático sí que me apunto. Como lo
que Joseph Peyré dijo de la Semana
Santa y la Pasión: el cambio climático
según Sevilla.