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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El mejor apagón, el tuyo

Había en un andaluz casino provinciano un rico hacendado, Don Ezequiel el de Las Capellanías, que presumiendo estaba siempre de la primacía de todo lo suyo, de su riqueza y sus cortijos, de sus cosechas, de sus toros, de sus caballos, de sus olivares, de sus viñas y hasta de la belleza de sus hijas, con los amigos con quienes hacía tertulia diaria de divanes de verde gutapercha y criados que traían la copa de manzanilla perfectamente enfriada. ¿Que se hablaba de cosechas de aceituna? La mejor, la de Don Ezequiel, y no había más discusión. ¿Que de tiros de mulas? Los mejores, los suyos, con los que araban las mejores huebras de pan llevar, que eran los de Las Capellanías, por supuesto. Finca que, obviamente, tenía el mejor caserío de los señores, la mejor gañanía, la más artística capilla, las más limpias cuadras, los más extensos graneros, la mejor viga de molino, la más productiva almazara y la alberca más fresca, con las ranas más gordas y que mejor croaban de toda la noche andaluza de grillos y horizonte de perros ladrando muy lejos del río.
Don Ezequiel, como cada verano, se fue a San Sebastián a tomar los baños, porque a su mujer, hija de un hidalgo tan tieso como lleno de apergaminadas ejecutorias, le encantaba ronear de duquesa en la Corte de verano. Y fue que llegó un verano de incendios. Como eran los incendios antes. No incendios forestales, sino voraces fuegos de cosechas con las campanas de la iglesia tocando a rebato en plena siesta. No escapó Don Ezequiel en la excelencia de sus propiedades del fuego devastador. Y los amigorros del casino, hartos de sus exhibiciones de excelencia en la tertulia, al enterarse del fuego de Las Capellanías, llamaron al ordenanzas para que fuera a Correos a poner un telegrama urgente a Don Ezequiel en San Sebastián. Con un texto que redactaron entre todos, muertos de risa, y que decía con tela de guasa:
«Devastadora ola incendios agrícolas fincas provincia punto no te preocupes punto el mejor fuego coma como siempre coma el tuyo punto enhorabuena abrazos tus amigos del casino».
En Barcelona ha pasado exactamente igual que en Las Capellanías. En Cataluña siempre hay un señor, ora el presidente de la Generalidad, ora el que va a tomar café con los etarras en Perpiñán, ora el baranda de Convergencia y Unión, que se pasa el santo día lo mismo que Don Ezequiel el de las Capellanías: alardeando de que lo suyo es lo mejor, y que cómo vamos a ser todos iguales, si ellos tienen la población más productiva, las empresas más emprendedoras, la cultura más avanzada, la sociedad más innovadora y los servicios más eficientes. Don Ezequiel presumía de que Las Capellanías daba más aceite, y mejor, que cualquier otra hacienda de la comarca. Cataluña, igual. ¿Cómo van a tener los catalanes un Estatuto de Autonomía igual que el de Murcia, si Cataluña es la suma de todas las excelencias sin mezcla de dependencia centralista alguna? ¿Cómo van a tener en Cataluña un sistema fiscal igual que La Rioja, si ellos aportan mucho más a la caja común del Estado?
Y ha ocurrido como en aquel verano andaluz de campos incendiados en que el de Don Ezequiel, como marcaba la tabla, fue el mejor fuego. Todos los veranos estamos hartos de ver apagones en ciudades y barrios. Apagones producidos por tanto aire acondicionado enganchado a la larga en los días de las grandes calores. Pero son apagones del montón, como los incendios de las fincas de los amigos de Don Ezequiel. Apagones sin la mejor importancia. Apagones de segunda división. Apagones subdesarrollados. Apagones churris, que da penita verlos. ¿Dónde se van a comparar con el apagón estupendo y magnífico de Barcelona, que es un apagón europeo, un apagón globalizado, un apagón para echarlo a pelear con el famoso de Nueva York?
Es pena que Hereu, el alcalde de Barcelona, no tenga una señora que quiera ronear de duquesa y que tampoco se estilen ya los veraneos de la Corte en San Sebastián. De ser así, yo ahora convocaría a las sombras de los recuerdos de la tertulia de Don Ezequiel en el casinillo y con la evocación de su guasa le pondría al alcalde de Barcelona un telegrama que dijese:
«Apagones veraniegos en todas ciudades españolas. Pero no te preocupes: el mejor apagón, el tuyo».

 

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