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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Puesta de sol, puesta de luna

Perfecta metáfora de la vida, en este cabo de julio, cuando ya ha pasado la Velá, cuando ya han terminado las novilladas nocturnas sin caballos, cuando limpian la plata para la novena de la Virgen, los días se van haciendo cada vez más cortos. Y por estas calendas suele ocurrir un milagro que pocos han contado, al que se han dedicado contados exvotos literarios como el que ahora trato de pintar, con la cajita de acuarelas de un artista aficionado que se pusiera a emborronar marinas cuando otros amigos largan la carnada en la caña del país desde el espigón de la memoria del muelle de Rota, con el Barco de la Hora llevando un huertano frescor de tomate y calabaza hacia mi Cádiz de cúpulas doradas y blancas azoteas, donde el telégrafo de banderas de la ropa agitada por el levante fabrica sueños para el cine de las sábanas blancas.

En estos días, lector, quizá no hayas visto este milagro de la orilla de la mar, de la alta sierra que ya viene preñada de aceituna manzanilla, de las albarizas de viña y moscatel, del ruedo sin fronteras de la marisma, de la calor de la vega que escolta al ancho río de los lentos meandros de maizales y lejanos chopos de regajos. El milagro consiste en que cuando todos van a ver la puesta de sol se pierden a su espalda, sotavento de la belleza, el supremo espectáculo de la puesta en escena de esta luna llena del verano en el horizonte. El sol se pone en los malvas, violáceos, cárdenos, rosas, en el monte de lirios del horizonte. Son puestas del sol teatrales, con rugido del mar en la Caleta gaditana, en la colombina mar de Huelva, en una Tarifa desde donde se alcanza con la mano el recuerdo africano de las espingardas y los miedos de la pena mora, pena mora de soldados de rayadillo por cábilas rifeñas de pita y chumbera.

El sol se pone. Y todos lo están contemplando, enamorados, soñando, mirando al mar. Este sol y esta mar por la que no pasa el tiempo. Viste de niño muchas veces, con una caña nueva entre tus manos, este sol que se ponía ante La Viña Perdida. Cuando ya has encontrado las amargas uvas de la vida de aquella roteña viña infantil, y llevas entre tus manos una vieja caña cascada, aquel mismo sol se sigue poniendo sobre la misma mar, y cada atardecer certifica que el tiempo no ha pasado, que mirando al mar podemos seguir soñando boleros, amores y hermosuras.

Y nadie mira que, a su espalda, la luna llena de agosto también se pone. A la misma hora en que el sol se oculta, se está poniendo de guapa la luna en el horizonte de Gibalbín y de Matrera... Esta inmensa luna llena de verano. Luna de la marisma y del monte. Luna de la mar y de la bahía. Luna de la vega y de los olivares. Una luna oronda y redonda como un pandero, como un dulce pastel de pueblo, como un blanco lebrillo de espumas, como un Polifemo de plata que con su único ojo contempla la belleza de la tierra que amas.

Aún se está poniendo el sol cuando ya ha salido esta luna llena de verano. Tiene también algo de teatral esta luna como reinona de copla con bata de cola. Desde su silencio, su luz de plata es como un redondo vizarrón que se enciende dando gloria al Dios que creó estos cielos por los que la luna asoma, esta tierra por la que va saliendo, tan humana, tan mujer, tan voluptuosa, tan blanca de arroz de la marisma, de harina de las azudas de tu río, de cal de las casas de tus pueblos. Todavía está baja, por eso está tan grande, tan cercana, sobre las últimas encinas del horizonte, sobre el campanario de aquel pueblo, sobre la espadaña cigüeñera de aquel cortijo. La luna es como el pandero de plata que un niño tuviera en sus manos para que, remontándolo a los sueños, se hiciera cada vez más pequeño, más lejano, como estos días que se van acortando, cuando aún no se ha puesto el sol con su torero traje de luces, rosa y oro, y ya ha salido esta luna llena, gris y plata. Los dos en el ancho ruedo del cielo, en el albero de azul, mano a mano, mientras por dentro, para no pensar lo lejanos que están ya aquellos atardeceres de la infancia, vas echando las cuentas de las pocas lunas llenas que faltan ya para que los naranjos estén en flor y huela a incienso en esta tierra donde los olivares se hacen de plata en estas noches de verano en que el mar se pone tan brillante como el inmenso lomo de una caballa, de una mojarrita que vive como una reina en su palacio de piedras ostioneras de la Caleta.

 

 

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