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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


"Soleá" para Pepín Tristán

Más sevillano que el pasodoble «La Giralda». Más sevillano que los tambores y cornetas de «Estrella sublime». Así, siempre entre los toros y las cofradías, entre una entrada en La Campana y una salida por la Puerta del Príncipe, era el maestro José Tristán. Y más churumbelerías sonoras de las contradicciones barrocas de las sevillanías: igual que el Pasmo de Triana nació en la calle Feria y que el torero de la Alameda, en Triana, se escribía José Tristán, pero se pronunciaba Tejera. La de Tejera era la banda de Tristán. Un nombre wagneriano sobre el pentagrama de una ópera en todo caso flamenca de nocturna de plaza de toros con cantaores.
Pepín Tristán era dual barroco de sí mismo, cofradía de ruán y hermandad de barrio en una sola pieza, el toreo según Triana y el toreo según Sevilla fundidos. Era el solo de trompeta de «Nerva» y los triángulos de «Pasan los campanilleros». Lo mismo lo veíamos dirigiendo la banda en su balconcillo de solisombra del 9 (que mejor atril no tuvo en su vida Von Karajan), que en la trasera del palio de Santa Cruz por la calle Castelar, delante de la casa de Cecilia Ybarra, sintiéndose admirado por los aficionados viejos con paladar que allí iban cada Martes Santo para la suprema delectación de escuchar a la banda de Tejera tocar de fúnebre. A Pepín le gustaba más su banda cuando sonaba a ruán y a esparto que cuando sabía a terciopelo y a merino. O cuando le tocaba a su Curro Romero pasodobles ya sabidos. Jamás mandó Pepín a sus músicos que le tocaran a Curro pasodobles de mirar la partitura, recién ensayados. Le tocaban «Gallito» porque se lo sabían todos de memoria y sin tener que mirar los papeles podían ir viendo el prodigio del Faraón mientras soplaban los pitos.
Hay un pasodoble que yo creo que Abel Moreno lo escribió pensando en esta dualidad sevillanísima de Pepín Tristán más que en el torero al que se lo dedicó. Es «Dávila Miura». Sólo la Banda de Tejera podía tocar «Dávila Miura» como lo interpretaba con Pepín, entre saeta macarena de Manuel Torre y gallista pase de la firma, escrito con la pluma de oro de Muñoz y Pabón que la Esperanza lleva en su saya cuando tintinea el tintinábulo de las mariquillas bajo un sol de Resolana del Viernes Santo. Pepín tenía dual sensibilidad, popular y culta, torera y cofradiera, para sacar a su banda todas estas emociones. Y sabía de música de Semana Santa más que Antoñito Cofradías. Aún recuerdo el buen rato que eché con él hablando de marchas un día en que los dos nos fuimos más temprano todavía a los toros y nos encontramos a la entrada de la calle Circo desde Adriano. Por Pepín supe de otra dualidad musical sevillanísima, que yo creo que era su inconfesado espejo: Font de Anta. Font de Anta lo mismo escribió «Amargura» y «Soleá, dame la mano» que el pasodoble torero «Que salga el toro» o el otro, que más sevillano no cabe, de «Cruz de mayo sevillana,/cruz de mayo que en mi patio levanté».
Comentando «Soleá, dame la mano», me dijo Pepín aquella tarde: «Como eso no se ha vuelto a escribir nada igual de bueno, no como esas cosas raras que ahora pasan por marchas». A quien será memoria sonora de la Sevilla más popular, lo que le gustaba en el fondo era lo clásico. Por eso perdía los papeles de las partituras con Curro Romero. Cuando fuimos a presentar nuestro libro «La esencia» en el hotel Alfonso XIII, llamamos a Pepín para que su banda tocara en el acto. Al preguntarle cuánto iba cobrar, me dijo: «Yo a Curro le toco gratis y hasta pongo dinero encima si hace falta». Retirado el Faraón, como prometió, Pepín ya no pintaba nada en su balconcillo de solisombra, y por eso se cortó también la coleta. Se retiró de la plaza y se retiró de las cofradías. De las cofradías, tocando «Valle» detrás de la Virgen del Valle este Jueves Santo, cualquier cosa. De la plaza, recibiendo la primera ovación del pasado Domingo de Resurrección, que para él fue la última. Antes, como sabían que lo iba a llamar la Virgen de todos los palios a los que le tocó, le habían entregado «El Llamador». El llamador de la muerte ha sonado. Muy cerca de su balconcillo de la plaza de los toros, desde los palios a los que puso música, Soleá le ha dado la mano para siempre a Pepín Tristán.

SOBRE EL MISMO PERSONAJE, EN EL RECUADRO:  " PARTITURA PARA PEPÍN TRISTÁN"

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