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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La Ciudadanía de Dragutinovic

DESVANECIDO Antonio Puerta y caído al suelo como un ángel derrotado, con los ojos vueltos, se acercó Dragutinovic, le metió los dedos en la boca y consiguió que el mito sevillista no muriera allí mismo, ahogado al tragarse su propia lengua. Luego llegaron a todo meter el médico y el masajista del club, y ya conocen la posterior historia impresionante: Antonio Puerta se fue andando por su propio pie hacia su triste destino como un héroe griego, escrito ya en su afilada nariz de estatua de tragedia clásica el perfil de la muerte.
¿Dónde aprendió Dragutinovic primeros auxilios de un modo tan certero y eficaz? Y otra pregunta: si a usted se le hubiera desvanecido Puerta delante de sus ojos, ¿hubiera sabido acaso lo que tenía que hacer para que no se ahogara con su propia lengua? Y más preguntas, al hilo de las tablas de la gran metáfora sociológica que es el fútbol, que, José Tomás y Joaquín Sabina aparte, hace mucho tiempo que se ha convertido en la verdadera Fiesta Nacional Española, espejo de nuestro modo colectivo de ser, de pensar y de sentir.
Dios no lo quiera, pero si usted va por la carretera y el suyo es el primer coche que llega después de que otro automóvil se haya pegado un pellejazo importante y se encuentra con unos heridos que piden auxilio dentro de los hierros retorcidos, ¿sabe lo que tiene que hacer y qué no hacer bajo ningún concepto? ¿Y sabe lo que tiene que hacer si está en un restaurante en una comida de trabajo y el señor con el que va a hacer el negocio del siglo de pronto se atraganta con el villagodio, y se pone rojo, rojo, rojo, y ve usted que no puede respirar y que le faltan el aire y la vida, y que se está asfixiando?
Y más preguntas al hilo de la eficacia de Dragutinovic: si con un calentador eléctrico defectuoso salen ardiendo las cortinas de la salita de su casa, ¿sabe usted lo que tiene que hacer? ¿Debe abrir las ventanas o cerrarlas a cal y canto? ¿Tiene que abrir las puertas o que cerrarlas para que no entre una gota más de oxígeno y las llamas no se propaguen por toda la casa? Y si la cosa va a peor, ¿qué debe hacer? ¿Irse al descansillo de la escalera o subirse a la azotea? Y si en vez de un fuego es un terremoto, que empiezan a temblar las lámparas y a caerse al suelo todas las tonterías horteras de cerámica que tiene usted puestas en el mueble-mar, ¿sabe qué debe hacer que hacer para tener las máximas posibilidades de salvar el pellejo?
Probablemente usted, como el guardia que suscribe, no tiene ni zorra idea de las respuestas a estas elementales preguntas sobre primeros auxilios y supervivencia. Y los chavales de la moto (sin casco), ni le cuento. En cambio esos muchachos, a partir de este curso, conocerán perfectamente lo que hay que saber sobre la paridad de género, los matrimonios homosexuales o las excelencias del laicismo. Si se les cae redondo al suelo a su mismo lado un compañero, primeros auxilios no podrán prestarle, pero pueden encomendar perfectamente su espíritu ciudadano con el recitado de cualquier artículo igualitarista de la Constitución.
Digo yo que más que enfrentar a los españoles con la asignatura absolutamente prescindible de la Educación para la Ciudadanía, sería un canto a la vida y a la esperanza incluir en los planes de estudio la obligatoriedad de algo mucho más útil, humanitario y desde luego cívico: nociones y práctica de Primeros Auxilios y Supervivencia. ¿De qué nos vale saber los derechos civiles de las lesbianas si en caso de que una de ellas se medio ahogue en la playa con su amiga no sabemos hacerle el boca a boca para salvarla? ¿Cuántos de los muertos en carretera de las estadísticas de la Operación Retorno de hoy podrían salvarse si en el primer coche que llega tras el accidente van personas como Dragutinovic que saben qué primeros auxilios han de prestarse, y cómo? Quizá en los colegios de Serbia ya aplicaron eso tan racional que propongo y por eso Dragutinovic, acordándose de lo que aprendió en clase de Primeros Auxilios y Supervivencia, pudo evitar que Antonio Puerta muriera asfixiado allí mismo, en los verdes campos de su ya mítico edén del orgullo de Nervión.

 

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