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El Recuadro   

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Memoria histórica del tío Julio

ESTE año les hemos llevado anticipadamente las flores de noviembre. No en el tiempo de los crisantemos, sino en el de los nardos. El cementerio del pueblo aún no tenía el azacaneo de cubos y escobillas de cal de otras veces. El silencio sí era el mismo. Hacía verdad el verso de Juan Ramón: ellos se han ido, pero siguen los pájaros cantando en los cipreses, junto al romero, en la quietud de la sierra.
Sobre el mármol antiguo ya amarillecido del panteón, sus nombres. Y las fechas, ay, de su asesinato: «Julio Herce Perelló, 29 julio 1936; Julio Herce Nogales, 13 agosto 1936». Son el tío y el abuelo Julio. Isabel, mientras reza, se fija una vez más en esas fechas, y me advierte algo en lo que no había reparado antes. Me dice mientras salimos, las blancas flores sobre el mármol, los pájaros cantando en el silencio de la sierra:
-No me había dado cuenta antes: al tío Julio lo mataron antes que al abuelo. ¿Te imaginas lo que pasaría el abuelo, al ver que sacaban a su hijo para matarlo?
Fue en la Cuesta de los Molinos. En La Serenita.   Donde el atardecer se hace rojo los días de verano que la gente comenta la calor que ha tenido que hacer en Sevilla. Allí, en una cuneta, por esas fechas, mataron al tío Julio, estudiante de Derecho en la Universidad de Sevilla, falangista de antes de las elecciones del Frente Popular. Hubo un tiempo en que una cruz de hierro recordaba el lugar del sacrificio. Cuando de niños íbamos de jira al puente del camino viejo de Sevilla, los hombres se quitaban el sombrero al pasar por esa cruz y las mujeres bisbiseaban una oración. Y todos se santiguaban. Ya esa cruz no existe. La quitaron. Como quitaron en la plaza el mármol solemne que rendía honores a los nombres de todos los caídos del pueblo, asesinados por el terror revolucionario de aquellos días, cuando al abuelo Julio lo mataron apenas seis días antes que entraran los nacionales, por un terrible delito: ir a misa y, encima, con devocionario, y ser de comunión diaria. El Papa va a beatificar a 498 mártires de la fe en la guerra de España. Nosotros tenemos uno, anónimo, en la familia. Isabel sabe qué es el «odium fidei» con sólo evocar el misal negro de su abuelo.
Junto a la tumba del abuelo y de tío Julio están las de otras familias cuyos varones también fueron masacrados: los Crespo, los Puerto, los Castelló, los Fontán, los Yanes. los Lopez de Ayala. Todos nos habíamos olvidado del horror de aquellos asesinatos. Con la reconciliación habíamos perdonado. Pero con esta revancha de la Memoria Histórica se me revuelven ahora estos recuerdos terribles de cuanto me contaba mi suegro Daniel, que iban a sacarlo también de la cárcel para fusilarlo, pero lo salvó el encargado de «San Antonio», quien se encaró con sus camaradas: «¿Pero cómo lo vais a matar, si nada más que tiene 15 años?». Si no fuera por esta revancha de la Memoria Histórica, yo no habría vuelto ahora a leer las terroríficas memorias del sanguinario doctor Pedro  Vallina, sembrador del odio asesino en el pueblo: «Pero la semilla que arrojamos en el surco social germinó más tarde y cuando estalló la revolución popular contra la agresión fascista, se sublevó en masa el pueblo de Guadalcanal. Se sacaron de todos los edificios religiosos los objetos combustibles, como imágenes de madera, altares, retablos, etc., y los amontonaron en una alta pirámide en la plaza pública. Se prendió fuego a la pira y las llamas iluminaron con sus resplandores todo aquel territorio, hasta las más altas montañas. A pocos pasos estaban encerrados en el Ayuntamiento los peores fascistas, desde donde contemplaron sus símbolos reducidos a cenizas por el fuego purificador, y después fueron llevados al cementerio y fusilados. El cura principal, que había ejercido influencia perniciosa en el pueblo, fue fusilado dos veces. La primera vez quedó mal herido y a la mañana siguiente lo encontraron con vida, sentado sobre una tumba y rezando, y fue fusilado definitivamente.»
Isabel no me lo dice, y no quiero recordarle los nombres queridos cincelados sobre el mármol amarillecido de las blancas flores. Mas sé que con esta venganza revanchista de la Ley de Memoria Histórica siente como si al abuelo y al tío Julio los volvieran a fusilar en la tapia del cementerio o en la cuneta de la Cuesta de los Molinos. Por el terrible delito que querer a España o de creer en Dios.
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