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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Cómo entrar al centro en coche

Hecha la ley, hecha la trampa. ¿Quiere usted entrar al centro con el coche, pero no por el desfiladero de las Termópilas de la calle Baños o de Águilas, sino a su libre albedrío?
-Ya sé: me alquilo un estudio baratito en el casco antiguo y pido tarjeta de residente.
-No, frío, frío. Es mejor.
-Bueno, pues me compro una plaza de garaje en la calle Rioja.
-Tampoco: frío como el agua del río... ¿Te das por vencido?
-Me doy: para ti la perra chica. ¿Cómo se puede entrar al centro con el coche por la cara?
Pues muy fácilmente: sacándole a la ley la trampa que dentro llevar suele. No sólo para ahora, sino para cuando la cosa se ponga peor y prohiban que entren al centro hasta los autos sacramentales del Corpus... en horario comercial, como dice ahora el alcalde con su freno y marcha atrás.
¿Usted no se acuerda del clásico de la historia (lo que ahora llaman leyenda urbana) que entraba de gañote en los toros por la puerta de Contaduría de la calle Iris, poniéndose una barra de hielo al hombro y diciendo que la llevaba a la enfermería? Pues se trata de algo por el estilo. Al centro pueden entrar sin pase ni tarjeta de residente determinados vehículos de servicio público. Por ejemplo, una ambulancia. Esté al tanto de las subastas de vehículos de organismos públicos, que suelen venir en el Boletín de la Provincia. Muchísimos ayuntamientos de pueblo subastan baratísimas las ambulancias viejas. Basta con que usted puje en esa subasta por una ambulancia, y, ¡hala!, a entrar al centro se ha dicho. Llega usted, un poner, a la Puerta Carmona. Tira para San Esteban. Y si lo para el guardia, no tiene más que decir:
-Voy a recoger a un enfermo en la calle Boteros.
Y entra, ¡vamos que si entra! Como si se compra de segunda mano un automóvil de servicio público de otra naturaleza, aunque de tocar madera: un coche fúnebre. Usted se compra un coche fúnebre y usted entra por donde quiera, sin nadie que le pare los pies. Los pies por delante del ataúd que tendrá usted que poner en la parte contratante del departamento de fiambres, pero comprendo que la cosa es un poco tétrica, Valdés Leal puro de oliva, y que no está usted por la labor de las pompas fúnebres.
Por eso le propongo la mejor fórmula, la más alegre, que además es la más útil: el coche nupcial. Si quiere usted entrar todos los días al centro con su coche, basta con que lo horterice convenientemente, disfrazándolo de nupcial, con lazos blancos en las puertas, con un buen ramo de flores blancas en la luneta trasera. Y si le pone otro lazo desde la antena de la radio hasta la punta del capó, níquel, superior. Con cuatro perras gordas de cintas blancas de mercería, tiene usted un perfecto coche nupcial y, ¡hala!, a entrar al centro, supuestamente a recoger a la novia, o al padrino, o a llevarlos al convite en una venta de la carretera de Brenes. Cuando tenga usted su Ford o su Opel ataviado de coche nupcial, le recomiendo que vaya por lo civil, no por lo canónico. Con un coche nupcial de boda por la Iglesia puede usted entrar a la Capilla de la Virgen de los Reyes, al Gran Poder, a la Basílica de la Macarena, a los sitios clásicos, sin guardia que le tosa:
-Es que voy a recoger a una novia.
Pero si va de boda civil es mucho mejor todavía, porque entonces puede entrar hasta la mismísima Plaza Nueva, donde casan a los novios en el Salón Colón:
-Es que voy a recoger a unos novios que se han casado en el Ayuntamiento...
Y no quiero ni contarle si le dice al guardia que va a recoger a Pepe y a Manolo, que acaban de celebrar su matrimonio homosexual en el Salón Colón. ¡Entonces es que el guardia hasta multa por homófobo a todo peatón que no le abra paso inmediatamente!
Quien no entra al centro con su coche es porque no quiere. Porque no quiere echarle imaginación.
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