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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Relación simpatía-precio

LAS guías turísticas y las recomendaciones de crítica gastronómica suelen utilizar un concepto que es un tópico: la relación calidad-precio. Aunque no sé por qué se circunscribe a los bares y restaurantes, a los hoteles y a las casas rurales con encanto. También podríamos aplicarlo a la vida cotidiana. Y a la política. Con el dineral que nos han costado, que nadie sabe cuánto, imaginen por un momento cuál es la relación calidad-precio de las obras del tranvía, si miran en el Arquillo ese cruce de vías que es el Monumento a la Chapuza, con las uniones chungas que están como pidiendo dedos de nazarenos descalzos para que los metan allí y vayan directamente a cocheras. Imaginen cuál es la relación calidad-precio de los separadores de circulación para el carril-bici y el carril-bus, que si los rozas nada más con tu coche, la dos vueltas de campana en plena Ronda no hay quien te las quite.
-¿Y la relación calidad-precio del alcalde, dónde me la deja usted? ¿Cuál es su relación calidad-precio, con lo que nos cuesta y con lo rana que nos está saliendo, que quiere imponer su santa voluntad por co...jinetes del tranvía y hacer todo el centro peatonal? Mire usted cómo no hace peatonal la calle San Jacinto. Claro, como él vive allí...
-Pues eso es nada si lo comparamos con la relación calidad-precio del Tío de la Cachimba. ¿A cuánto nos está saliendo cada uno de los 30.000 votos mal contados que tuvo, con todo el presupuesto que está administrando? Bueno, si le llamamos administrar a tirar el dinero por la ventana y a querer convertir a Sevilla en una dictadura comunista, en Sevillagrado...
-Tenga usted en cuenta que Carmen Calvo, la de Pixie y Dixie, ya dijo que el dinero público no es de nadie.
-Claro, dinero del aleluya: aleluya, aleluya, el que coja la partida presupuestaria es suya...
Llevándola fuera de sus ámbitos habituales de la hostelería, con los ejemplos que he puesto comprobamos que la relación calidad-precio es harto engañosa. ¿Yo qué sé lo que cuestan estas gambas blancas que me ha puesto este tío por un ojo de la cara, yo qué sé si son de verdad de Isla Cristina o de Pescanova total, y si la relación con su precio es adecuada? Por eso yo inventaría un nuevo concepto para valorar establecimientos públicos. No sólo de hostelería, sino de todos los servicios y comercios: la relación simpatía-precio. ¿A mí que me importa que la mentada gamba blanca sea magnifica y me la ponga baratísima el tío, si me la sirve con esa cara de asco que parece que me está haciendo un favor y me las regala? De verdad, prefiero que por ese mismo precio me ponga el tío un platito de camarones la mar de simpático, pero que no me trate con la puntalpie, como si me estuviera convidando, encima de la estocá que me va a pegar después de juntarme las manos al presentarme la factura.
La relación simpatía-precio debería ser fijada por unos baremos oficiales de las asociaciones de consumidores, para que dejáramos de hacer ricos a esos tíos estirados y a esas tías vinagre que en el comercio y en la hostelería, en los servicios y en los grandes almacenes nos hacen creer que tenemos nosotros la culpa de su mal humor, como si les hubiéramos hecho algo. Que más que dependientas, o camareros, o recepcionistas, o taxistas, o cajeras, parecen el Cobrador del Frac o el fiscal de «Morena Clara», con esa cara estirada como de dolor de estómago.
En el proceso de destrucción de Sevilla hay que censar también, junto a los cielos, las plazoletas de albero y las conchas de ensaladilla, las sonrisas que perdimos. ¿Se acuerdan cuando al camarero, al taxista, al pescadero, al de la ventanilla del banco, a la estanquera, al carnicero no se les caía la sonrisa de la boca, en sesiones de sesión continua de simpatía? ¿Se han fijado que la gente en Sevilla cada vez está más malhumorada y es más antipática, y te da peores contestaciones? Se impone el criterio de la relación simpatía-precio. Ojalá todos los establecimientos tuvieran en su muestra un rótulo como ese bar que pone: «Especialidad en simpatía». ¡Qué pocos especialistas en simpatía van quedando en esta Sevilla cada vez más antipática! (Claro, con tanta bicicletita, nos estamos volviendo tan antipáticos como en Amsterdam.)
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