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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Venga con ese Papa a la Avenida

Cuando la Avenida era la Avenida y Rafael Montesinos paseaba por su acera izquierda, porque entonces la Avenida tenía hasta aceras en vez de descarrilamiento de tranvías, me opuse a que el monumento a Juan Pablo II, al único Papa que se ha asomado a un balconcillo de la Giralda en toda la historia de la Iglesia, fuese colocado en la esquina de la Catedral que da a Correos, hacia el Alfolí, que decimos los puretones del barrio, junto al magnolio que es el mejor homenaje a Luis Cernuda.
Me opuse a que el monumento al Papa fuese allí por una razón muy sencilla: porque la Avenida era la Avenida, y no la calle Pascual Márquez de la Feria con catenarias, como ahora. Si se han cargado la Avenida; si han destruido el encanto de su ambiente provincianito y decadentón; si aquello parece ya cualquier cosa menos Sevilla, con esa Catedral de las piedras sustituidas de aquella manera, tan blanca y radiante que parece una novia de las que salen de casarse en la parroquia del Sagrario que ya no es la de don José Ruiz Mantero... Si ya no existe la Avenida de don Santiago Montoto escribiendo en la Punta del Diamante y de los hermanos Erausquin y Pedro Rodríguez Alfaro haciendo tertulia sobre motos y deportes minoritarios en el Bar Avenida, y las colas de la gente comprando lotería de la que siempre toca en El Gato Negro, y la familia del republicano Capitán Cuerda manteniendo la farmacia que estaba junto al esplendor europeo de la agencia de Wagon Lits Cook...
Y sigo, porque allí nací, allí me crié y me la conozco como la palma de la mano, ¿no queréis memoria histórica? Si ya no existe la Avenida del Catunambú de la esquina de García de Vinuesa trasminando el aire con el olor a sus tostadas del desayuno, y al lado no está la confitería de La Rosa de Oro con su imagen en cerámica de la Virgen de los Reyes, ni tiene Arjona el fotógrafo su galería con el perenne escaparate de Pepe Pineda vestido de corto y con capote para trajinar turistas extranjeras diciendo que era torero...
Si ya no existe la Avenida de El Capricho, del Rápido Algeciras, de la fotografía de Serrano con el retrato de la Macarena de luto por Joselito eternamente en su vitrina... Si ya no existe la Avenida de Fillol con la Niña Bombón, Juan Guardiola Soto, Luchi Contreras y El Niño de Las Cabezas. Y si en el edificio de la Aurora ya no está el portero que antes fue barbero con Elías, el del Aero, que vendía de contrabando chesterluqui americano. Si ya no existe la Avenida de la cafetería Festival con sus platos combinados, ni El Pali espera ya a nadie en la puerta de Correos donde los quintos del Regimiento Soria van a echar las cartas a la novia que dejaron en el pueblo antes de echarse aquí otra en El Cristina...
Si ya no existe la Avenida de los canónigos, con mis recordados Gil Delgado y Estudillo cruzando hacia el Colegio San Miguel, y de la mágica reproducción en miniatura de la fábrica de chocolates Suchard por el lado de la Oficina de Turismo, donde estaban el bar Gran Vía y el Bar Santander, frente al Bar Zahara y al Café Coliseo decorado con las cerámicas de Santiago del Campo, y al Coliseo España de la lámpara, los frescos de Hohenleiter y la última actuación en público de doña Concha Piquer en Sevilla...
Si esa Avenida ya no existe y en su lugar han inventado un mamarracho con el tren de los escobazos y de los descarrilamientos que parece como mucho el Ferrobús de Utrera o de Lora, pero pintarraqueado de anuncios, y todo está desfigurado con los postes negros, gordos y retotollúos de los cables, ¿a qué hervirnos la sangre diciendo que no pongan allí el monumento del Papa?
Que pongan allí el monumento del Papa y todos los que quieran. Y los que les han sobrado en la Alameda, el de Pastora y el de Caracol, que se los traigan para acá también si quieren. Y el de Manolo Vázquez, allí, Remedín. Algo de gracia sevillana tendrá así esta Avenida desangelada y muerta que nos han dejado. Mejor que pongan al Papa que no a Indalecio Prieto o a La Pasionaria, como querrán el Alcaide del Alcázar o El Cachimba. Sólo pido una cosa: que miren bien dónde ponen a Juan Pablo II. Porque puede ocurrir que al que se libró de Ali Agca se lo acabe llevando por delante un tranvía descarrilado.
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