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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El Rey, cumbre en la Cumbre

MACHÍN hizo arte con las dos gardenias. Gabriela Ortega, con los tres banderilleros en el redondel. Pepe Marchena, con los cuatro muleros. Y Su Majestad el Rey, con cinco palabras. Que hasta parece título de un bolero, o de un valsecito peruano, de los que con tanta dulzura canta María Dolores Pradera con su rebozo blanco por los hombros. (Rebozo blanco, por cierto, como el que se puso el otro día Antonio Gala cuando fue a Osuna a plantar un olivo de los que dan exclusivamente aceite 1881. Aunque me imagino que Gala, como suele, iba mayormente para cobrar la subvención que dan por plantar olivos, el caso es que anduvo por las almazaras de Diego Angulo disfrazado de María Dolores Pradera, pero con bastón).
Cinco palabras del Rey en la Cumbre Iberoamericana. Es para decirlo en lenguaje taurino, que S.M. entenderá como el mejor elogio, ya que es un gran aficionado, hijo de no te digo qué pedazo de augusta aficionada:
-El Rey estuvo cumbre en la Cumbre.
Si para ponderar la seguridad y certeza de lo que se afirma se dice que es «palabra de Rey», imagínense cinco palabras de Rey. Sobre todo cuando esas cinco palabras van dirigidas a un tío dictador una jartá de grande, con pinta de ser una jartá de flojo, armario de tres puertas con cara de pasmarote, orejas como los soplillos de palmicha que vendían en las esparterías de la calle Regina, berrendo en pánfilo, que se cree que es Bolívar que se acaba de bajar del caballo de bronce que hay en Las Delicias delante del pabellón de la Argentina, y que con la cantidad de apellidos que hay en el mundo tenía que llamarse Chávez, aunque sea con zeta de Zapatero al final, uuuuuuuuuuuuuuuuy, rozó en el palo: fuera y saque de portería.
Continuamos para bingo.
Las cinco palabras con las que Su Majestad le pegó en toda la boca al caralpargata venozolano han pasado ya a la Historia reciente de España. Como el «tranquilo, Yordi, tranquilo», el «mientes, Marcelino», el «puedo prometer y prometo», el «cambio es que España funcione», el «ni está ni se le espera». En Macael se va a acabar el mármol donde esculpir esas cinco palabras que significan ni más ni menos que la defensa de los valores y de los principios en este puerto de arrebatacapas éticas y morales que es España; el mantenimiento de la defensa del amigo ausente por encima de cualquier conveniencia; la falta total de ojana. Me he comprado recientemente (porque se avecinan tiempos en que me va a hacer falta), el último modelo de ojanómetro. Usted sabe qué es el ojanómetro, que han inventado los suecos de Nokia. Un aparatito como un relojito digital de los que venden en las tiendas de los chinos que cierran a las 10 de la noche, que te lo metes en el bolsillo y cuando un tío te está diciendo algo, su aguja señala el I.D.O.: Indice de Ojana. Del 0 a 100, el ojanómetro te señala científicamente si lo que dice el tío que te está hablando es leal y legal, o más falso que la objetividad informativa de Canal Sur TV. En el último telediario que ha repetido las cinco famosas palabras del Rey he sacado el ojanómetro, lo he apuntado hacia el plasma y la agujita del aparato me ha dado 0 de ojana en el puñetazo verbal regio sobre la mesa:
-¿Por qué no te callas?
No se puede decir más con menos palabras. Ni más honrosamente, en defensa de España y de un ausente, como Aznar. ¡Qué bien borbonean estos Borbones! Pero el borboneo de Don Juan Carlos en Chile ha sido por parte de madre, sevillanísimo. Por parte de Doña María de las Mercedes de Borbón; por parte de su abuelo el Infante Don Carlos, que tenía tela de gracia sevillana. El Rey mandó callar al indiazo dictador caralpargata como en los toros el abonado de siempre acaba con tres palabras con el gracioso jartocopas que llega puestecito de la Feria, pide otro güisqui y nos da la tarde. Le faltó al Rey ese plural mayestático del sevillano en los toros:
-¡Vamos a callarnos!
Pero fue peor. Le pegó al caralpargata con el «tú» en toda la boca: «¿Por qué no te callas?». Le faltó, eso sí, una sexta palabra. Aunque comprendo que no la dijera por la prudencia regia que mamó de su padre, el Conde de Barcelona:
-¿Por qué no te callas, imbécil?
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