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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Parones cofradieros del tranvía

LA cabra tira al monte y Sevilla tira a lo tradicional. Es la única ciudad del mundo que cada día se inventa una tradición. O dos. Aquí tradición no es el uso o costumbre que se trasmite de padres a hijos, sino lo que se le ocurre a un tío, y como se transmita no de padres a hijos, sino por Sevilla TV, y el que lo ha inventado pueda presumir ante sus amigos, ea, ya tenemos otra tradición en el muy materialista inventario del patrimonio inmaterial.
Por eso me atrevo a sostener que hasta el tranvía, vulgo Metrocentro, tiene ya su tradición. Una tradición que más tradicional no puede ser, si me admiten el pleonasmo: el parón. Consideren conmigo: ¿a qué les recuerda un tranvía parado delante de la Catedral, cerca de la Puerta de San Miguel, sin que se vea venir ningún otro desde la curva que hacen los palcos delante del Bancospaña? En lo de los palcos y en la evocación de la carrera oficial del tranvía vacía, sin una sola pareja de nazarenos, digo, de tranvías, les he dado la clave de la tradición. ¿No les recuerda todo a un corte de cofradías en plena carrera oficial, de los que dejan minutos y parones, como cuando de pronto pasa el tramo del guión de la juventud por delante de la esquina de Cerrajería, se refleja en los cristales de los jipijapas del escaparate de Maquedano y de pronto aquello se corta y no viene ni un nazareno más? Bueno, sí, pasa corriendo a toda mecha hacia La Campana el diputado mayor de gobierno, a punto de darle un infarto...
Por eso propongo al alcalde que se deje de técnicos de por ahí y de problemas con el personal tranviario, y que encomiende la gestión del tranvía directamente al Consejo de Cofradías, o por lo menos a un buen diputado mayor de gobierno, con experiencia en haber sacado hermandades de días conflictivos, como el Miércoles Santo o como la antañona Madrugada del parón del Silencio y del Gran Poder por Cuna y El Salvador, hasta que Los Gitanos terminaban de pasar por Orfila y Lasso de la Vega para entrar en La Campana.
Esto de los ya tradicionales parones del tranvía no es cosa de Sevillana, como con tanta gracia gaditana recordaba Alberto García Reyes, evocando la anécdota de Agustín el Melu, cuando se enroló de fingido electricista en la tripulación de la motonave «Poeta Arolas», según el movimiento portuario del Muelle Ciudad que El Beni se sabía mejor que nadie. Tampoco es cuestión del espadín, como dijo aquella vez el alcalde. Que perdió la ocasión del siglo para haber inscrito, como sugiero, los parones del tranvía en la tradición hispalense. Si el alcalde, al decir lo del espadín, llega a afirmar que era una miniatura de la espada de San Fernando, aquí nadie hubiera protestado, e incluso hubiera habido más de un compositor con mono de estreno suyo en la entrada en La Campana que hubiera escrito inmediatamente una marcha procesional titulada «Lloran los espadines».
Con los parones delante del Banco Central, delante de la Catedral o por la calle San Fernando, como La Candelaria a la vuelta antes de llegar a los Jardines, los tranvías hacen algo tan tradicional y tan nuestro como «dejar minutos». Estoy oyendo a dos inspectores de Tussam en el control de la Pasarela como si fueran dos consejeros de penitencia en el palquillo de La Campana:
-Pues el que va pintado con el anuncio de Merkamueble ha dejado ya tres minutos en la Plaza Nueva...
-Es que a ese hay que darle más minutos de paso. Con la de gente que lleva, no puede tener los mismos minutos que el que va pintado con los anuncios de Cajasol, que siempre va vacío...
Se impone un Cabildo de Toma de Horas (o por lo menos de Toma del Frasco) del tranvía, para que regulemos todo esto de los parones y los retrasos de acuerdo con la tradición hispalense. Si las cofradías han sabido arreglar problemas más importantes y aparentemente insolubles de parones y retrasos en los días conflictivos, ¿cómo no van a arreglar lo del tranvía? ¡Con la punta del... palermo lo hacen!
En cuanto al que descarriló, ahora lo veo clarísimo: es que iba mal igualado. Y además el capataz, que es un paniaguado de la nueva junta, que quitó al de siempre, no supo mandar bien la revirá del Archivo de Indias.
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