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El Recuadro   

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


100 millones de SMS con tacones

 
Si no me creo que cada Pentecostés vaya un millón de personas al Rocío, un millón exacto, ni un almonteño más ni un manriqueño menos; y si tampoco me creo que la Feria de Sevilla reciba un millón de visitantes, ¿cómo me voy a creer que por la Nochebuena y la Navidad, o sea, por el Solsticio y por las Saturnales, se hayan mandado en toda España 100 millones de SMS?
—Pues créaselo, que no sé a usted, pero a mí por lo menos me han mandado medio millón de SMS, y me parece que me quedo corto. Toda la cena de Nochebuena me la pasé recibiendo campanas de Belén, digo, alarmas del teléfono móvil diciendo que tenía un nuevo mensaje. Y antes, en la misa del Gallo, se oían más los teléfonos móviles echando humo con los SMS que recibían, que las monjas cantando esos villancicos tan preciosos que entonan todos los años. Y el día de Navidad, ni le cuento, la cantidad de SMS retrasados que recibí. Hasta ayer por la mañana todavía me llegaron algunos...
—No me irá usted a decir que era el de los tacones lejanos y el conejo, eso de que el conejo viste de Prada, pero en versión borde y machista...
—Pues no: era un SMS originalísimo, de los que no había recibido hasta entonces ninguno.
—¿Qué decía?
—Pues sencillamente: «Felices Pascuas».
¿Quién ha contado los SMS para saber que han sido exactamente 100 millones? Eso no es resultado de una estadística, eso parece el nombre de una administración loterías de las que nunca dan el gordo de Navidad: «La de los 100 Millones». ¿Y cómo se sabe, además, que los 100 millones de SMS les han producido a las operadoras unos ingresos de 30 millones de euros, ni un euro más ni un euro menos?
—Pues se sabe porque lo ha dicho la tele y además está en Internet...
¡Hala, lo que faltaba! Las dos nuevas sacralizaciones de esta sociedad secularizada: la televisión e Internet. Son los nuevos púlpitos. Y los presentadores de televisión y los autores de las bitácoras en Internet, los nuevos predicadores de la Santa Misión de la Modernidad. La gente no cree lo que dice el Papa, y pone en duda su doctrina: «¿Quién es el Papa para meterse en esos asuntos?» Y los mismos que tal dicen, se creen a pie juntillas lo que diga el primer chufla que salga por la tele con el paño de la modernidad puesto en el púlpito del progreso. Y nada digo si, además, entran en Google, ponen en la barra de búsqueda el concepto que indagan y les sale allí lo que sea. Dogma de fe automáticamente: «Viene en Internet». En Internet viene de todo, hijo. En Internet la gente, además, le da el mismo valor a un artículo de la Enciclopedia Británica que a la parida del día que haya puesto un niñato en Wikipedia; a un estudio de la Universidad de Harvard que al trabajo escolar de una clase de 1º de ESO. Sacralización de las nuevas tecnologías, que para muchos son como el Nuevo Testamento del relativismo.
El caso es que cuentan que los carteros han estado estos días en huelga de sobres caídos y casi nadie se ha enterado a la hora de recibir tarjetas de felicitación navideña. Ya estas tarjetas las ponen casi exclusivamente las empresas, no los amigos. Felicitaciones navideñas que abres el sobre y, como no andes listo, se te caen al suelo las cinco tarjetas de visita que vienen dentro, cinco señores que se han ahorrado el SMS: la del presidente de la empresa, la del consejero delegado, la del director general, la del director de márquetin y la del delegado territorial para Andalucía. Qué forma de aprovechar los sobres, hijos míos. Y, mientras tanto, qué forma de tirar el dinero con los SMS, que parece que los regalan.
Y lo peor, lo peor de todo, el virtual e involuntario anonimato del SMS navideño. Como casi todos son de «copiar y reexpedir», el que te lo manda ni se molesta en poner su firma. Se cree que tú o bien lo tienes archivado en tu teléfono, o te sabes de memoria que el Seis No Sé Cuántos es el suyo. Bien mirado, quizá mejor así: a veces es mejor no saber quién nos puso esa cursilada o esa ordinariez. O las dos cosas al mismo tiempo. Yo los castigaría a escribir 100 millones de veces: «No mandaré más cursilerìas ni ordinarieces por SMS en Navidad, no mandaré más cursilerìas ni ordinarieces por SMS en Navidad...»
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