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El Recuadro   

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Me ha escrito mi vencejo

QUERIDO cronista nuestro en la tierra de la luz:
No sé si en tu vida habrás recibido alguna carta de un vencejo. Alguna vez tenía que ser la primera. Y en cuanto por este otro Sur africano donde pasamos el invierno he empezado a ver esta luz que me ha recordado tanto a San Lorenzo, me he dicho que de este año no pasa que le escriba al cronista que nosotros los vencejos tenemos en aquella hermosa tierra, la que está a la orilla del río, la del gran redondel de arena dorada donde bajamos como a querer torear. Sé el riesgo que tiene esta carta. Como muchas veces cuando paso por tu casa en la dehesa de Tabladilla veo en la terraza a tus tres gatos mirándonos con ojos golositos, deseando echarnos mano, y sé que les ha dedicado a ellos hasta libros, quizá esta carta les dé achares a tus tres literarios romanitos atigrados. Encima de que no pueden cazarnos, como sería su deseo cuando se ponen a mirarnos tan fijos y tan mosqueados al pie del jazminero que te llevó la hija de José Andrés Vázquez, nacido del esqueje de otro del Alcázar plantado por propia mano de Romero Murube, cuando se enteren que tu vencejo te escribe, ¡qué depresión gatuna más grande van a coger!
Si te escribo por estas fechas es porque sé que tú eres de los que sigues creyendo que el Dios que ha nacido en Belén es el mismo al que, por la primavera, nosotros le quitamos las espinas cuando quiebran albores de Viernes por El Museo. Pues somos nosotros los vencejos los que en verdad, con nuestros zigzagueantes chirridos, le cantamos al Señor esa nana de espinas, y no las golondrinas, como les hizo la propaganda aquel relaciones públicas que tenían en San Lorenzo, que le decían Bécquer. ¿Pues no que nos ignoró y dijo que las que volvían a colgar sus nidos en la Casa de los Bucarellis de la calle Santa Clara eran las golondrinas y no nosotros, los humildes vencejos? Por eso te debemos un homenaje, querido cronista de los gatos... y de los vencejos. Y esta carta es en parte es para dártelo, en forma de alegrón a ti y a todos los sevillanos.
Pues sabrás por la presente, y con ello se alegrará tu ciudad entera, que estamos a punto de volver. Por esta África del Sur donde pasamos el invierno entre jacarandas, por lo mucho que nos recuerda a las nuestras de verdad, ya se empiezan a oscurecer los días. Y nosotros los vencejos, ya sabes, aunque más sevillanos que la madre que nos parió, somos como aquel alemán, Goethe le decían: siempre queremos «luz, más luz». Y como tenemos un sexto sentido especial, con el que nos creó el mismo al que le quitamos las espinas por Semana Santa, sabemos que esa luz que aquí nos está faltando os está empezando ahí ya a sobrar en los días más largos. También tenemos los vencejos un oído muy aguzado, tú lo sabes. Y desde aquí hemos oído tambores y cornetas. Sabemos que son los de la Cabalgata. Al oírlos echamos las cuentas y sabemos que pronto ahí en nuestra querida y lejana tierra el humo de las castañas dará paso a las nubes de incienso. Los vencejos somos tan sevillanos que en cuanto barruntamos un tambor y una corneta, y una luz larga de atardecer, y un naranjo en flor, y la cartonera de un capirote en la Alcaicería, nos ponemos nerviositos perdidos.
Y en ésas estamos. Haciendo las maletas, como aquel que dice. Sabemos que ahí ya estáis en la misma cuenta atrás que nosotros aquí: los días que nos faltan para el gozo de la luz y para la luz del gozo. En cuanto febrero marcee, ahí nos tendrás, en las espadañas de siempre, en los balcones de toda la vida. Estamos deseando llegar. ¿Sabes por qué nos gusta tanto Sevilla? Porque como podemos pasarnos semanas sin tocar tierra, como nos alimentamos del aire y vivimos en la luz, de la ciudad sacamos sólo lo dichoso: los sofocones por los cambios os los lleváis los que estáis abajo, viéndonos trenzar nuestras cruces palmadas de seises del aire entre los arbotantes de la Catedral o sobre la cúpula del Salvador, que estamos deseando verla. Gracias por habernos hecho líricos y populares ante los sevillanos. Aquí en África, de donde estamos deseandito volver a Sevilla, sabes que por nuestro agudo grito nos llaman «los pájaros del diablo». ¡Igualito que ahí, que nos consideráis los pájaros del Altísimo, al que ya mismito vamos a estar quitándole las espinas! Hasta entonces, recibe las mejores e impacientes memorias de,
Tu Vencejo del Arenal.
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