ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


No paran ni para almorzar

Será que Dios escribe derecho con renglones torcidos, pero el Jueves Santo oí por la radio a alguien que, equivocándose, decía esa verdad que proclamar suelen los locos, los niños y los poetas:

—En estas Navidades de Semana Santa...

Ya que ha pasado, no me negarán que Navidad y Semana Santa cada vez se parecen más a efectos de que salgan en la tele las estaciones de esquí, las caravanas de coches de la Operación Salida, las noticias de dónde y cómo pasan las vacaciones la Familia Real y el presidente del Gobierno. Igual que La Habana es Cádiz con más negritos (y ninguna libertad), la Semana Santa es una Navidad con torrijas en vez de turrón y nazarenos en lugar de alquilones vestidos de Papá Noel. Pero es el mismo sentido del aprovechamiento de una fiesta cristiana tradicional para que se encuentren unas vacaciones no digo ya los creyentes, sino incluso los que no creen ni que el hombre llegase a la Luna. La partición de la Navidad como fiesta cristiana o como vacaciones de invierno cada vez es más patente, al igual que la Semana Santa como fiesta religiosa popular o vacaciones de primavera que coge, y nunca mejor dicho, todo Cristo.

Cada cual vive la Navidad y la Semana Santa como le place, gracias a Dios. El que por cierto murió el Viernes Santo a las 3 de la tarde en el Gólgota del barco carretero de mi barrio del Arenal y en todo el orbe cristiano. Frente a las imágenes hodiernas de la playa de Benidorm hasta la corcha del último piso de la Torre Coblanca, la tele ha recordado el sepia de No-Do de aquellas tristes y terribles Semanas Santas de la dictadura, en las que el dolor y la penitencia eran obligatorios, y donde los cines nada más que podían abrir para proyectar aquellas películas sacras de romanos que volvían loco a Terenci Moix. (A quien por cierto le volvió mucho más loco conocer la Roma de verdad que era Sevilla en Semana Santa.)

En esta Sevilla de la intensa Semana Santa, a las 2 de la tarde del Viernes Santo, la explanada de la Macarena estaba mucho más llena que la playa de Benidorm del telediario. Y además, sin sombrillas ni gordas. Ante la esplendorosa bulla, entraba en su templo la Virgen de la Esperanza. Anoten la hora: las 2 en punto de la tarde del Viernes Santo. Y tomando las aguas del río como un espejo, a la misma hora, en la calle Pureza de Triana, también entraba a las 2 en su templo la misma Virgen de la Esperanza. La Esperanza es lo último que se pierde, y Sevilla ni siquiera corre ese riesgo, pues la Esperanza es lo primero que recupera en la emoción antigua cada año, tal día, Viernes Santo, a tal hora, las 2 de la tarde, cuando acaba la larga madrugada del gozo.

Y a esa misma hora, las 2, como si no hubiera horas en el día, a esa mismísima hora en que en Sevilla entraba la Esperanza a ambos lados del río, en Calahorra estallaba un triquitraque asesino que era como la otra cara de la medalla sevillana. Viernes Santo, 2 en punto de la tarde, lágrimas de emoción y fe en Andalucía, y lágrimas de rabia y dolor en La Rioja.

Pienso que era para recordarnos que aunque el relativismo hace pensar que, total, a la hora de las vacaciones, Semana Santa o Navidad, ¿qué más da?, estos asesinos terroristas no respetan lo que es universal práctica ante todas las grandes fiestas religiosas: la tregua. Tregua de Navidad, tregua de Semana Santa. ¿A mí qué más me da que Cristo nazca en el Belén viviente del colegio donde mi nieta Ana hace de estrella de Oriente, o que muera en el paso impresionante de la cofradía de mi barrio, si es El mismo que da paz a los hombres? ¿No hubo siempre hasta en las guerras más crueles una tregua de Navidad, un respeto a la Semana Santa? Estos asesinos que no nos han concedido ni una tregua por Semana Santa me han recordado los bombardeos que sufría el Madrid de 1937, donde había quedado aislado un flamenco andaluz, Caracol el del Bulto, padre de Manolo Caracol, que había sido mozo de espadas de Gallito. Un día de terribles y cruentos bombardeos aéreos, el pobre de Caracol padre estuvo en el refugio desde las 7 de la mañana, sin que pararan de sonar las sirenas. Y a las 2 de la tarde, canino, no pudo más, salió a la calle, y jugándose la vida desde la entrada protegida con sacos terreros, gritó a la aviación de Franco:

—Fascistas, mamones, ¿es que no paráís ni p´almorzar?

Estos fascistas mamones de la ETA no paran ni para comer torrijas.

 

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