ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La novia de Reverte

LA novia de Reverte tiene un pañuelo. Un pañuelo de color azul, como su cielo o sus seises de la Purísima. Un pañuelo de decir adiós a los galeones que traen la plata a la Torre del Oro y que se vuelven a descubrir más tesoros en la Nueva España. Un pañuelo para decirle adiós a los soldados de ros y uniforme de rayadillo que van a las guerras marroquinas para poner en el Barranco del Lobo una fuente que mana sangre de los españoles que murieron por su patria. La novia de Reverte tiene un pañuelo para despedir a los moros que no se quisieron ir y se quedaron en las islas de Fernando Villalón, en la tierra de frontera de las dos grandes partes en que se divide el mundo. La novia de Reverte tiene un pañuelo de encajes en las manos de todas sus Vírgenes. La novia de Reverte tiene un pañuelo para pedir la oreja y convertir en palomares de la gloria las ladrillerías sagradas de una catedral con suelo de albero y columnas que hay a la orilla de un río.

La novia de Reverte tiene un pañuelo, canta la copla. Pero lo que la copla no canta es que la novia de Reverte tiene ahora flamante la vieja alegría de la luna grande de marzo, con los naranjos en flor, con los amores nuevos que las muchachas acaban de estrenar entre tambores e incienso, tan antiguos como los quereres de siempre: el de la Susona, el de Carmen, el de María de las Mercedes, el de Rosita de Capuchinos, el de la Rocío que capullito florecido era, el de Trinidad la de la Puerta Real.

Tampoco cantan las coplas que la novia de Reverte es vencedora del tiempo. Se mantiene eternamente joven como la piel de un tambor, como el primer traje de flamenca, como el primer paseíllo de la temporada, como el primer azul de los ojitos morados de quereres de una jacaranda. Por la novia de Reverte no pasa el tiempo, detenido en los capiteles de viejas columnas, en verdinas de los patios, en macetas de las azoteas, en las rejas de los conventos, en las tizas de los mostradores, en el serrín de las tabernas, en la cal de las espadañas, en el sonido lento de los cascos de los caballos, amigo cochero, no tenga usted prisa, que se coge un coche para llegar después...

<Habría que escribirle coplas nuevas a la novia de Reverte, que no se ha cortado el pelo ni se corta un pelo, ni se ha metido a monja, que ésa es la Niña de Don Juan Alba, la que vio entrar en el convento chiquito Paco Infantes Florido, aquel poeta que vivía en la Plaza del Museo, donde iba a diario el Juan Miguel de Rafael de León, el marquesito de la calle San Pedro Mártir. Habría que escribirle coplas nuevas a la novia de Reverte para recordarle los quereres de su enamorado, que está harto de escribirle hermosas cartas, donde le abre su corazón y a todos, en plumeándolas, nos descubre la memoria de lo que fuimos, somos y seremos.

Este efímero papel quisiera ser hoy esa copla nueva. Como la copla nueva que cuando empezaba, la primera en sus labios en un teatro, cantó Luisa Ortega, la niña de Manolo Caracol, el que vivía en Las Lumbreras, donde iba El Pali por bacalao, y por donde, Alameda pura, Hércules que la fundó, anda todavía sentado en su silla de bronce del cuarto de los cabales que nunca se cerró ni en Los Majarones, ni en Las Siete Puertas ni en La Sacristía. Este papel quisiera hoy contarles la hermosura de esa novia que tiene Reverte desde hace mucho tiempo. De la que Reverte nunca se olvida, ni cuando en soledad cruza los mares, ni cuando está en las plazas más lejanas, plazas de armas virreinales, plazas castellanas de sol y una mancha de pringue en la bandera de España, liberales plazas gaditanas abiertas como una caballa asada con su piriñaca.

Toda la primavera cabe en una flor y todo el amor, en las cartas que Reverte le escribe a su novia, que vienen desde los anchos mundos, metidas en el sobre de los más proclamados amores secretos. Como el de la novia del embarcado que nunca la siesta dormía en el Arenal, tocando por Chopin rimas de Bécquer en su piano.

La novia de Reverte tiene un pañuelo. Y un río, y una torre, y una luz única.

La novia de Reverte se llama Sevilla.

Ayer, Reverte peló la pava otra vez con esa novia que se echó hace tanto tiempo.

Reverte.

Arturo Pérez Reverte.

 

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