ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Abrazómetros para Sevilla

QUIZÁ, como en tantas otras cosas, esté equivocado, pero yo creo que Sevilla es la ciudad más abrazadora del mundo.

—Como que aquí hace una calor que te abrasas...

No, no, que no creo yo que se sesee escribiendo. No digo que sea la ciudad más abrasadora con ese, de calor que te achicharra y reduce a brasas, sino abrazadora con zeta, de abrazar, de ceñir entre los brazos en señal de cariño...

—O de ojaneta de la Barqueta de la guasa con tomate...

También, naturalmente. ¿Qué naturalmente? ¡Mayormente! Si todos los abrazos que se pegan fuesen auténticos y de verdad, esto no sería Sevilla. Sería Oslo. Esto es lo más bonito: que Sevilla es la ciudad más abrazadora del mundo, pero donde más abrazos falsos de fingida amistad, agradecimiento o alegría se pegan. Los abrazafarolas que codificó José María García tienen aquí variantes locales: son abrazafarolas fernandinos. No por las farolas fernandinas, sino por la conquista de la ciudad por el Santo Rey, a quien de momento el rey moro Axataf le pegó un abrazo que por poco le rompe la espalda, antes de entregarle las llaves, arrodillado a portagayola pero rezongando por lo bajini. El abrazo velazqueño de la rendición de Breda en el cuadro de las lanzas no era imaginado. Velázquez seguro que pintó uno de los siete mil abrazos falsos que había visto en su tierra, antes de coger el Ave e irse a hacer carrera a Madrid, porque aquí no le echaban cuenta y decía la gente (que acababa por cierto de abrazarlo por la calle):

—¿Pero cómo va a ser un pintor importante este Velázquez, el que ha pegado el braguetazo con la niña de Pacheco, si yo tomo café con él todos los días?

Estamos en plena temporada de abrazos. Acabamos de celebrar los abrazos de Semana Santa (con tradicional puñalada por la espalda incluida en muchas ocasiones) y entramos en los abrazos de Feria. En Semana Santa se abraza tela. Se pone usted en la delantera de un palio y sabe quién es el hermano mayor no porque lleve la vara dorada, sino porque es el nazareno a quien más abraza la gente, diciéndole:

—¡Enhorabuena, qué bonita la traes, Manolo!

Y el mismo que le ha pegado el abrazo, en cuanto ha pasado el palio, se pone a largar:

—Hay que ver lo mal fundida que va la cera y lo fea que está la Virgen con ese tocado en el que se ha empeñado el vestidor nuevo que ha impuesto Manolo por cojones.

Al viejo conocido que te encuentras viendo la cofradía por donde siempre, abrazo que te crió:

—Me cago en diez, Pepe, qué alegría verte como todos los años...

Ya se acabaron los abrazos de Semana Santa. Ahora empiezan los abrazos de Feria. Que tienen su prólogo en los abrazos a la entrada de la plaza de los toros. Almohadilla bajo el brazo, estás hablando con un sevillano sobre los toros que van a correr, cuando de pronto, para saludar a un desconocido, te deja con la palabra en la boca y se va para él, pegándole un abrazo que tiembla el misterio:

—¡Hombre, licenciado, qué alegría tenerle otra vez por aquí!

Cuando vuelve a tu lado, le preguntas quién es el tan efusivamente abrazado y te contesta:

—Ah, no sé ni cómo se llama, pero es un mexicano la mar de rico que viene todos los años a la Feria.

Y nada te digo luego en el Real, con el vinito de marca y la amistad de garrafa, en la caseta, esos abrazos a íntimos amigos (pero, vamos, amigos de toda la vida) que ni sabemos cómo se llaman. Todo esto, gracias a la tradicional ojana sevillana. Si fuesen de verdad, se daban apenas un diez por ciento de los abrazos que se pegan en «la ciudad de la falsedad y el mal gobierno», que dijo el moro de la pintada en la Puerta Carmona. Por eso habría que inventar el abrazómetro, con ojanómetro incorporado. Un aparato con una agujita o unos numeritos digitales, a pilas, que al momento te dijera si el presunto íntimo amigo que te lo pega te da un abrazo de verdad o si es a la sevillana. Esto es, de ojana total. Más falso que una moneda de 5 euros.

 

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