ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


...Y los locos saltaron la tapia

HAY una España tragicómica que nutrió las novelas de Cela. Nos la hemos vuelto a encontrar en el caso terrible del parricida de Santomera (Murcia), el pobre demente que cogieron por la calle cuando llevaba bajo el brazo la cabeza de su madre, a la que acababa de despescuezar. Digo tragicómica porque el parricida tiene nombre de película italiana, de personaje encarnado por De Sica o Sordi. Angelo Carotenuto se llamaba el hijo de Teresa Macanás, la madre condenada a la misma pena que muchas familias españolas: tener que convivir con un pobre demente en la casa. Y llamo tragicómica a la historia real porque me recuerda un romance que cantaba José Antonio Labordeta, sí el de la mochila: la historia del milagro de San Lamberto, aquel mártir aragonés del Imperio Romano que, tras ser decapitado por un centurión, «anduvo cuarenta leguas con la cabeza en la mano».

Dejándonos de Cela, de Sica y de Labordeta, no es para tomar a broma, en absoluto, sino para preocuparse muchísimo, lo ocurrido en Santomera. Porque evidencia, como el «caso Mari Luz» en otras instancias, que este sistema nuestro tan garantista, donde se predica tanta política social, da muy poco trigo para solucionar los problemas que no dan votos inmediatos. Hay muchas familias a las que no sólo les cayó la desgracia de tener a uno de sus miembros con una enfermedad mental sino, lo que es absolutamente trágico, no encuentran dónde poder llevarlos para que reciban la asistencia, cuidado y tratamiento permanentes que necesitan. Sé que para tales familias (a las que pido disculpas por usar esta palabra para ellas maldita) quizá sea muy duro lo que voy a decir, pero tienen que vivir «con el loco en casa». A esa madre de Santomera, su hijo enfermo mental le cortó la cabeza; pero hay muchas otras que la tienen perdida con este cáncer sin curación posible que es la demencia del hijo que han de tener en la casa.

Y todo, ay, producto de un mal entendido progresismo. Hagamos memoria. En los albores de la democracia, cuando la UCD tenía el Gobierno y el PSOE consiguió sus primeras parcelas de poder en la preautonomía andaluza, en los ayuntamientos y en las diputaciones, los progres de bata blanca, imbuidos por no sé qué teorías, tomaron como caballo de batalla la reforma psiquiátrica. La reforma psiquiátrica, dicho mal y pronto, consistía en cerrar los manicomios, pero sin organizar y dotar ninguna otra forma de asistencia perdurable a cambio. Cierto que los manicomios, tal como estaban, eran inhumanos, medievales, almacenes de enfermos abandonados a su suerte. Pero para muchas familias eran una solución. ¿Qué se ofreció a cambio? Pues poco menos que nada, parches: departamentos de Psiquiatría en los hospitales generales, unidades de día...y mucho defender que el enfermo mental donde podía estar era en su propia casa, con su familia. Sin pensar, claro, en los estados de peligrosidad de muchos de estos enfermos. Todos tenemos un amigo o un conocido con un caso así en su familia. Y todos se nos quejan, con todo amor, pero con toda crudeza, de lo mismo: de que no los pueden aguantar más en casa; que un día va a ocurrir una desgracia; que los demás vecinos del edificio no tienen por qué sufrir los escándalos que da la pobre loca, como aquella Aguedilla de la calle del Sol, la que mandaba moras y claveles a Juan Ramón Jiménez.

En aquella lamentable y demagógica reforma psiquiátrica que nos ha llevado a este (des)orden de cosas, se hizo famoso un lema político progre para cerrar los manicomios: «Salta la tapia». Con total inconsciencia, esta Sanidad pública que dilapida tanto dinero en asuntos «vistosos» no se preocupó de humanizar y poner al día los viejos manicomios. Su único interés era que los dementes «saltaran la tapia», sin preocuparse de dónde iban a saltar.

Ya han saltado la tapia, los pobres. Pero no les dan posada de asistencia continuada. Unos días en la Unidad de Agudos y después, a su casa. Allí sus padres, sus hermanos, tienen asegurado un calvario, un infierno en vida. Ea, estaréis contentos, progres de mierda defensores de la reforma psiquiátrica. Ya saltaron la tapia. Lo que no querréis quizá ver es que algunos de los que la saltaron pasean ahora por la calle llevando bajo el brazo la cabeza de su madre, a la que acaban de despescuezar.

 

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