ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La Bienal del Camelo Flamenco

LEO al gran Alberto García Reyes que en la Bienal de Flamenco un rico diablo de Jerez metió por bulerías El Tenorio de Zorrilla y se quedó vaheando. Vaheando con mucho compás, eso sí. Al paso que vamos, hasta que no metan por bulerías el Ibex 35 o la Guía de Teléfonos de la Provincia de Cádiz no van a parar.

—Y la de Sevilla, usted. Los vellos de punta se me ponen nada más de pensar que algún cantaor coja la Guía de Teléfonos, se vaya a las páginas de Utrera, y meta a compás esa lista completa de los García, óle...

¿No se ha metido ya por soleares a Góngora y al Dante Alighieri por no sé qué? ¿Por qué la Bailaora del Régimen no va a poder montar un espectáculo con la Crítica de la Razón Pura de Kant? ¿No suena acaso a flamenco eso de Razón Pura? La Razón Pura está pidiendo a gritos la guitarra del Niño de Pura. Es como lo de Manolo Sanlúcar, que le ha puesto música a los cuadros de Ressendi.

—Pues a ver qué guitarrista tiene cojones de ponerle música al cartel de los toros que pintó Barceló.

Se la pondrán. Y las gitanas viejas gordas de Jerez, con su ramita de romero en el rodete y sus largas faldas de mesa de camilla con mucho arte, harán de personajes de Botero en el próximo montaje de la Bienal. Usted no se morirá sin que una compañía oficial del Pesebre Flamenco de la Junta monte el entierro del Conde de Orgaz, ¡aire! (Aire acondicionado, por supuesto, que es el que tiene ahora el flamenco.)

Para todo esto son fundamentales los títulos de los espectáculos. Manuel Torre y Antonio Chacón no se hubieran comido ahora una rosca, porque salían con el guitarrista y vámonos que nos vamos, pónmela en el siete, sin darle título a sus recitales ni nada. Ahora el título es fundamental. Si se te dan bien las medias granaínas y los cantes de Levante, vas y le pones a tu recital «Las rutas de Alsina Graells», y exitazo. Si haces los cantes de Cádiz y de Jerez, le pones «Comes coge Los Amarillos». ¿Captas el matiz, no? Se trata de derrochar imaginación, ponerle a algo tan sencillo como un tío cantando y otro tocando títulos rebuscados como «A la vuelta lo venden tinto», «De casta le viene al galgo», «De fresa, vainilla y caramelo», «Me tocó la Primitiva» y cosas así.

Ah, y el atuendo. Cada vez que voy a un restaurante de diseño de éstos de los platos cuadrados con unas racioncitas así de chicas y estocás hasta la bola en la factura, me parece que los camareros me van a meter a compás el menú degustación. Porque van todos vestidos como los flamencos: de negro riguroso. ¿Por qué visten de negro los flamencos, ay, por qué, todos con el pantalón negro y la camisa negra por fuera del pantalón, con los faldones colgando? ¿A quién le guardan luto?

—¿A quién va a ser? Al flamenco puro, que en paz descanse.

Pues los asesinos le guardan luto a la víctima, qué cosa más rara. Ah, y el acompañamiento. Cuando Lorca y Falla organizaron en 1922 el Festival de Granada, al cantaor lo acompañaba un tocaor y pare usted de contar. Ahora el que menos sale al escenario con teclados acústicos, percusión, piano, coros, violines, saxofones, flautas, contrabajos y, si me apuras, la Banda del Carmen de Salteras. Pero de todo este acompañamiento lo más importante es el cajón. El flamenco está como las corridas de toros que acaban de embarcar en el campo: encajonado. Es de cajón. Gracias al cajón pueden hacer caja los que andan cortitos con agua de compás.

Y de fusión, ni te cuento. La fusión es ya un clásico al lado de las desvirtuaciones, degeneraciones y mistificaciones a que está llegando esta camelancia de protección oficial, que sostengo que la Junta y el Ayuntamiento son los nuevos señoritos de los flamencos. Tú te vistes de negro, coges a un tío con un cajón, le pones a tu espectáculo «Lo que yo te diga», cantas «Desde Santurce a Bilbao» con estilito, y cuela como flamenco, vamos que si cuela. Ay, Dios, digo, ay, Undibé. Y pensar que acusaban a don Juan Valderrama, enciclopedia viviente de los cantes, de mistificar el flamenco... Y pensar que decían que lo que Rocío Jurado cantaba por Cádiz, por Huelva o por Jerez, con tanto pellizco que te tenías que poner betadine en el alma, no era flamenco...


 

 

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