ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Un pintor para San Gregorio

DESDE que el nuevo Consejo tomó posesión, sabía que la elección del pintor iba a ser la primera gran cuestión con la que la Sevilla cofradiera iba a medir a quienes administran los tres millones de euros que dan al año los capirotes, que es un dinero. La elección del pintor estaba como asunto prioritario en la agenda del único Arenas que gana elecciones en Sevilla y sale elegido presidente, y no como otros.

Hacía falta como el comer la elección del pintor. No sé cómo el equipo de Román dejó así la sede de la calle San Gregorio, con la fachada llena de desconchones, los caliches cayéndose por las habitaciones, y los cuartos de baño, ni te cuento. Y el techo del piso de arriba, tras las goteras del invierno pasado y las filtraciones sobre los dosieres, no es necesario explicar lo necesitado que estaba de una buena mano de pintura. Por eso el secretario Manuel Nieto incluyó como asunto urgente en el orden del día de una de las primeras reuniones: «Elección del pintor».

Ya habían tanteado a varios pintores de los que se habían ofrecido, pero eran de los que se anuncian en los semáforos y en las farolas, y ninguno de ellos estaba a la altura de Sevilla. En el propio Consejo se barajaron muchos nombres a la hora de elegir al pintor. Adolfo Arenas lo dijo bien claro:

—Señores, a ver si tenemos mucho tiento en la elección del pintor, porque toda la Sevilla cofrade está pendiente de nosotros, y no vaya ser que al primer tapón, zurrapa.

—Que tu Virgen de la Hiniesta nos ilumine, Adolfo --dijo el más pelota de los delegados de día.

Y de todos los nombres que se pusieron sobre la mesa, hubo finalmente consenso sobre Manolo Escalante, una joven promesa de la pintura sevillana, conocidísimo en el mundo cofradiero por las muchas obras que ha realizado su empresa, Bética de Blanqueos S.L., que fue la que pintó la capilla de los Negritos cuando el centenario, la que le dio dos manos de pintura a la casa hermandad de Los Gitanos o la autora del celebrado gotelé de Montensión. Sometido el asunto a votación, no hubo la menor duda, ni salió con su leña con tomate el habitual Tío del Dossier, tradición sevillana que, ay, se está perdiendo y es una pena. Elegido Escalante, cogió Manuel Nieto, marcó su móvil y pronuncio las palabras rituales:

—Un momento, hermano, que te habla el presidente del Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla.

Y Arenas díjole a Escalante, solemnemente:

—Mira, Manolo, te llamo porque para mí es un honor comunicarte que la Junta Superior, por unanimidad, te ha elegido para que le des a nuestra sede de San Gregorio la manita de pintura que tanto le hace falta y que tanto espera la Sevilla cofrade.

—¿Y eso cómo se llama? —Preguntó el famoso pintor de Bética de Blanqueos S.L.

—Hombre, pues se llama el gran honor que supone para un pintor que la Sevilla cofrade lo elija para darle perlita y gotelé a todo esto, y un poquito de temple, y a la fachada cal tradicional, nada de pintura plástica. Sabemos que vas a hacer el gran trabajo que la Sevilla cofrade espera.

—No, mire usted —cortó, tajante, Escalante—, lo que quiero decirle es que cuánto pagan ustedes por eso...

—Hombre, pues pagamos con el gran honor que supone la elección del pintor. En años anteriores esta fachada y estas paredes las han pintado las mejores brochas gordas de la escuela sevillana.

—Pues no, muchas gracias, pero pueden ustedes pegarle el mangazo de pintura a otro que le haga más falta, porque a nosotros, gracias a Dios, a pesar de la crisis, no nos falta el trabajo. Y eso que usted me está contando, nada más que en materiales y en andamiaje, es un dinero.

—Pues lo siento, Escalante, pero aquí eso es lo tradicional. Siento que no podamos distinguirte con este honor de pegarte el mangazo de pintura por la cara.

Y así fue, para que lo sepan, cómo el Consejo eligió finalmente para pintar San Gregorio a Juan Maldonado, el de Andaluza de Encalados S.L., que estaba deseandito el hombre pegar gratis los tradicionales brochazos del mangazo, y que no vean el salto que pegó cuando lo llamó Arenas, y que va ahora por ahí diciendo que también Revetón pintó las fachadas de balde cuando la Expo.

 

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