ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Treinta años de beduinos

Esto érase que se era la Transición. 1978. Los nuevos modos de la democracia empezaban venturosamente a regir la vida en Sevilla. Algunos de ellos, tomados con el radicalismo de los conversos. Los curas y los militares, tan influyentes antes, empezaban su ocaso civil en separaciones del poder en las que faltaba papel de fumar para escrúpulos de (mala) conciencia. El Ejército, que tenía queridos nombres propios regimentales, como Soria 9, como Artillería 14, empezó a dejar de estar presente en muchos actos civiles, ay, en esta ciudad donde tanto gusta un tambor, una corneta y un desfile; hasta el punto de que casi todas sus tradiciones consisten en un cortejo que pasa con el tatachín de un tararí, sea cofradía, Corpus, Virgen de los Reyes, Cabalgata o paseíllo de los toros. Por aquella mala conciencia, los sevillanos se perdieron la Banda de Soria, que dejó de salir en Semana Santa. Sus integrantes crearon la Banda de la Inmaculada, e iban vestidos de civil y de azul marino, como una extensa capilla musical castrense, pero, qué va, aquello no sonaba igual. Le faltaba el sonido caqui de don Pedro Gámez Larserna.

Y el Ejército dejó también de prestar apoyo (logístico se dice ahora) a la Cabalgata dirigida por José Jesús García Díaz, Pepito Caramelos en la leyenda sevillana. La Banda de Soria dejó de ir tras el trono de Baltasar; las cornetas y tambores de Artillería 14 abandonaron a Melchor, y allí no llegó más un solo caballo del Regimiento de Sagunto con su jinete soldado disfrazado de paje de un Rey Mago. Y dejó de aportar Capitanía la fiel infantería de los soldados disfrazados de beduinos, con sus largas capas y sus caras pintadas, que eran los que, a modo de heraldos, portaban ante las carrozas de los Reyes unos enormes abanicos como escapados de la ópera «Aida», para mí que diseñados por Gustavo Bacarisas en tiempos de Jacinto Ilusión.

Los hermanos Vázquez Perea, hijos del ilustre jurista don José Manuel Vázquez Sanz, eran en 1978 tan jovencitos que no entendían de estos complicados libros de Caballería o de Infantería de los cambios impuestos por la democracia. Querían salir en la Cabalgata llevando los abanicos. Se lo dijeron a su padre, quien habló con García Díaz. Imposible. La retirada del Ejército le obligaba a que no hubiera más beduinos portadores de abanicos. Uno de los hermanos Vázquez Perea, Francisco, no se conformó. Cogió y se presentó por su cuenta en el Pabellón de México, donde García Díaz y toda su familia se desvivían para montar la Cabalgata. Perea le pidió personalmente a Pepito Caramelos salir. Imposible. Y con la ilusión rota iba por la puerta, cuando aquel niño grande que era Pepito Caramelos lo llamó:

—Mira, ya no salen beduinos porque no vienen los soldados. Pero si tú me buscas un grupo de amigos, mantenemos los beduinos de Baltasar.

Dicho y hecho. Con muchas fatigas, los hermanos Vázquez Perea convencieron a unos amigos para completar un grupito de 18. Se presentaron a García Díaz. Les dio las órdenes desde su puesto de mando de papel de plata. El día 5, tempranísimo, estaban en el Pabellón de México para que Gil les embadurnara la cara de negro. Con sus abanicos y sus ropajes, fueron la primera ola de desembarco de la civil y fiel infantería de los beduinos de la Cabalgata. Hace hoy justo treinta años. Como tantas cosas de Sevilla, una solución provisional en plan vámonos que nos vamos se convirtió en definitiva. Un chapuz, en solución perfecta. Porque tanto éxito tuvieron aquellos primitivos 18 beduinos de Francisco Vázquez Perea, que luego pasó su organización a manos de Chari Lencina, la hija de Diego Lencina. Y hasta hoy. De los beduinos hieráticos y solemnes, de abanico y larga capa, se pasó a los actuales beduinos guasones llenos de movimiento, de alegría, de ganas de juerga, de corro de la patata y de agáchate y vuélvete a agachar a los sones de los tambores y las cornetas. Sin saberlo, aquellos muchachos de 1978 habían inventado una tradición en la Cabalgata. Del trabajito que costó encontrar a 18 se pasó a las actuales listas de espera para pasárselo chupi y superguay saliendo de beduino. O de beduina, querida sobrina Pilar que esta tarde te estrenas. Zurrón de caramelos al costado, cara pintada, larga túnica, agáchate, Sevilla, y vuélvete a agachar, que ahí viene la conga de Jalisco de los beduinos, arrollando el paso del tiempo con su ilusión sin edad.

 

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