ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Maleni in London

LA mayoría de los españoles solemos tener tan mal concepto de nosotros mismos como desmedida admiración por lo extranjero. En la imparable ascensión a las cimas de los 8.000 del Himalaya de la crisis, usted habrá oído muchas frases de este tenor:

—Si los alemanes o los italianos tuvieran estas cifras de paro, esta recesión, esta crisis tan gorda, ya habrían caído varios gobiernos, pero aquí, en cambio, fíjate, la intención de voto no le baja ni una décima a ZP.

Punto y aparte merecen los ingleses. Mientras que con los alemanes todos estamos de acuerdo en admirar su superioridad frente a nuestro colectivo complejo de inferioridad nacional, con los ingleses hay división de opiniones. Pero aun los anglófobos admiran muchas de sus cosas, como que no hayan hocicado ante el euro y mantengan la libra. Ir a Londres es algo que todo español quiere hacer una vez en la vida. Los españoles vamos a Londres como los moros a la Meca, en peregrinación, para comprarnos chalecos de lana o cretonas estampadas simpáticas para las cortinas de la salita.

No lo solemos tener en cuenta, pero los ingleses, a su vez, admiran nuestras costumbres. Ellos nos envidian a nosotros más que nosotros a ellos. Y vienen en peregrinación a nuestro sol, nuestras playas, nuestra paella y nuestra sangría, de la que se ponen hasta la mismísima corcha. La Costa del Sol está llena de ingleses con aficiones de españoles, del mismo modo que las rebajas de Harrod´s están llena de españoles con aficiones de ingleses.

Y como estamos en un mundo globalizado, cuando los ingleses vieron la gran nevada de Madrid-Barajas del 9 de enero, tuvieron también envidia de España. «Estos españoles —pensarían— no sólo nos ganan a sol, sino a nieve. Con lo que nieva aquí en el Reino Unido, no sabemos armar los follones que se organizan en Madrid en cuanto caen cuatro copos». Y dicho y hecho. Con el sigilo que exigen los grandes asuntos de Estado, dadas nuestras excelentes relaciones diplomáticas, Londres pidió a Madrid que le enviase un Comité de Inexpertos en Nevadas para dar un cursillo intensivo sobre fallos en la alerta de la predicción meteorológica, falta de máquinas quitanieves, colapsos en las carreteras y paralización de aeropuertos. Los ingleses no reparan en gastos ni en ínfulas imperiales, y por eso cuando les dijeron que iba a ir a darles estas lecciones un mindundi del Ministerio de Fomento, dijeron:

—No, no, nosotros queremos que venga personalmente la señora Maleni, porque queremos que nuestro follón por la nevada sea por lo menos igual que el de Madrid. Con los coches embotellados circulando por la izquierda, pero igual que el de Madrid. Y sabemos que eso solamente podemos conseguirlo si nos lo enseña Mrs. Maleni.

Así fue. Maleni estuvo en Londres dándoles un cursillo, y ya ven los espléndidos resultados. Sin la mano de Maleni no se puede comprender el caos británico. El follón de Heathrow ganó al de Barajas por goleada. Los ingleses hasta lograron que se paralizasen el Metro de Londres y los trenes de la Estación Victoria. Pero como las dichas nunca son completas, a Maleni se le olvidó enseñarles sus famosos trabalenguas de explicación. Qué pena. Con lo completamente Hamlet que hubiera quedado escuchar en inglés: «Si la borrasca cambió de una forma impredecible, no la pueden predecir. Pero si no la predicen los que la tienen que predecir, ¿cómo piensan ustedes que la vamos a predecir aquellos que estamos esperando la predicción?». Maleni o no Maleni, he aquí el problema. Los ingleses ya han sufrido su níveo Terror del Malenio. La nevada les salió realmente preciosa.

 

 

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