ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Bienvenido, Monsieur Sarkozy

Me imagino que el Gobierno ya tendrá previsto darle a Sarkozy la gran cruz de Carlos III. O por lo menos la de Fundador, por no salir de la Casa Domecq. Y a Carla Bruni, del lazo de Isabel la Católica para arriba, como Juanita Reina. ¿Por qué? Por los servicios prestados. Qué puntería de almanaque tienen y qué exactitud en la predicción escenográfica de las cortinas de humo que van a necesitar. Sabrían que la EPA de los 4 millones de parados estaría por estas fechas. De otra forma no se explica su coincidencia con la visita del franchute bajito y de la italiana guapa. Que no vienen en visita oficial, lo desmiento: vienen como agua de mayo para que no hablemos de los parados, de la recesión, de los números rojos de la Seguridad Social, de la inoperancia de las medidas del Gobierno.

¿A qué vienen Carla Bruni y el señor bajito que acompañarla suele por las pirámides de Egipto y por las ruinas de la economía de España? Pues mayormente a cenar. A que los Reyes abran los salones para que todos estemos pendientes de cómo va vestida la Princesa de Asturias, y si es más guapa y tiene mejor fachón que la Bruni, dónde va a parar. Y para que no le quitemos ojo a la vicepresidenta económica del Gobierno. Pero no en materia de medidas contra esta gran depresión, que no tienen la menor importancia, sino para ver cómo va vestida. Y cómo la Fernández de la Vega. Y cómo ha ido Bibiana Aído, si de trapillo progre o de separata de portada del «Vogue».

A los franceses les encanta una visión pintoresca y folklórica de España. Sus viajeros románticos, como el Barón de Davillier, venían con su Gustavo Doré puesto, para pintar la España que les encantaba: bandoleros, guitarristas, contrabandistas, majos, toreadores, caballistas, monjas milagreras, espadones, hidalgos en su rincón. Pandereta pura y dura. A los franceses, cuando piensan en España, les sale la Carmen de Bizet con la navaja en la liga. Claro que a los españoles también nos encanta servirles la españolada. Les perdonamos el 2 de mayo vistiéndonos todos de flamencos si hace falta, como en «Bienvenido, Mister Marshall». Para no defraudarles en su visión de España, mañana vamos a montar a Sarkozy y a Carla Bruni una especie de Villar del Río en la cena de gala en Palacio, un «Bienvenido, Monsieur Sarkozy». Creo que los ministros no van de frac, sino vestidos de toreadores, porque Sarkozy confunde e identifica a España con la Fiesta Nacional; aunque para fiesta nacional, los 4 millones de parados, ésa sí que es ahora la verdadera fiesta nacional, menuda fiesta. Las ministras, por su parte, irán todas vestidas de Carmen, con su correspondiente navaja en la liga, para rajar al que no diga que el sistema financiero español es el más sólido del mundo. Los presidentes del Supremo y del Consejo del Poder Judicial irán de bandoleros, para no decepcionar a tan ilustres huéspedes. A última hora se ha desestimado que los presidentes de los grandes bancos vayan también de bandoleros, porque iban a dar el cante. Los grandes empresarios, no obstante, sí irán de contrabandistas. Los artistas palmeros de ZP irán con el uniforme del cuerpo al que pertenecen.

Cuando si de verdad quisiéramos que Sarkozy cenara con la España real, de momento de festorrón en Palacio, nada: llamando al Telepizza ya hacíamos un gasto muy por encima de nuestras posibilidades. Sarkozy debería conocer esta España que no tiene ni para el bocadillo de chorizo de la madre del anuncio del avión privado de su niño. Sarkozy tendría que cenar con una legacía de los 4 millones de parados, con los despedidos por los EREs, con los autónomos asfixiados por los concursos de acreedores, con los prejubilados, con los empresarios a los que los ayuntamientos no les pagan. ¿Cena de gala en Palacio en plan «Bienvenido, Monsieur Sarkozy»? ¿No sería mejor darle un sopicaldo en un comedor social de Cáritas, auténtica imagen de la verdadera España de ahora?

 

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