PORQUE Rogelio Gómez y el padre Estudillo se empeñaron en recuperarlas y lo consiguieron en 1986 con los clarineros de la Banda del Sol, hoy sonarán las Lágrimas de San Pedro por las cuatro caras de la Giralda. Si no hubiera sido porque el padre Estudillo se acordaba de la melodía de las Lágrimas y se la enseñó a los ministriles de Álvarez-Ossorio, hasta la memoria de su música se habría perdido. Menos mal que nos queda la Sevilla intangible de su patrimonio inmaterial, que nunca podrán derribar ni peatonalizar, al que nunca le podrán poner ni un rascacielos inútil ni unas setas innecesarias.

Suenan los metales de las Lágrimas de San Pedro y pienso que es un prodigio que se mantengan en esta Sevilla donde están consiguiendo que la ciudad se parezca cada vez menos a sí misma. Si con las Lágrimas hubiera ocurrido como con tantas y tantas cosas de Sevilla, hoy no subirían a la torre mayor los clarineros y alabarderos que restauraron la tradición perdida y que en sus celestes uniformes recuerdan a los últimos educandos de banda del Regimiento de Caballería Sagunto 7 que tocaron la melodía por última vez en 1961. Si a las Lágrimas hubiera llegado la inmensa goma de borrar Sevilla que tantos celebran, unos chavales en vaqueros subirían al cuerpo de campanas con un equipo de música y unos bafles, y pondrían un cedé con la música. O, a lo mejor, ni Giralda: un archivo digitalizado, un MP3 buenecito, adjunto a un mensaje masivo por SMS.

Mientras suenan las Lágrimas, pienso en Sevilla y lloro. Me acuerdo del título del libro del Padre Cue: «Cómo llora Sevilla». Cómo llora Sevilla, cómo nos hartamos de llorar, cuando suenan las Lágrimas de San Pedro y pensamos que ante la indiferencia general se están cargando esta ciudad, la están haciendo incómoda, insufrible, falsa, chabacana, degradada, en manos de la gentuza, como un inmenso escenario para el turismo, como un parque temático de tiendas de camisetas y restaurantes de paella y sangría, con los vecinos y comerciantes del centro cercados por la peatonalización, lo que ahora llaman «blindaje del casco antiguo», en su aversión contra el automóvil y los transportes públicos por los sitios donde la gente va (o iba) a comprar. ¿Qué va a ser del comercio de Puente y Pellón y de Lineros, ahora que quitan las paradas de autobús de La Encarnación? ¿No tendremos mejor que blindarnos contra quienes nos gobiernan de esta manera, con tal desprecio a lo que Sevilla fue y ha sido? Ayer, en la competencia, en un recital de cinismo, el alcalde decía: «El gobierno que presido jamás ha destruido nada en Sevilla». Já, já, poleá: ¿que no habéis destruido nada, si de momento os habéis cargado el centro enterito, y a los letreros de «se vende» y «se alquila» me remito? ¿Que no habéis destruido nada? ¿Y las setas de la Encarnación, qué son, platillos volantes que han aterrizado allí? Anda, hombre, Alfredo, no me hagas reír, que se me caen los empastes, como dice Manolo Melado. ¿Y la demagogia? ¿Y vuestra demagogia de que Sevilla no estaba terminada y vosotros la vais a rematar? Sí, a rematar, pero con un tiro de gracia. ¿Y la peligrosa reinvención de las dos Españas, barrios contra centro, la falsa supremacía moral de la izquierda ante una derecha achantada y cobardona, cagaíta de miedo? Oigan lo que dice el gachó: «Muchas tradiciones son del nacional-catolicismo. Yo no voy a respetarlas porque van en contra de mi modelo de sociedad. Y hay gente que está fijada en ese momento de la historia de Sevilla, en los tiempos de Franco». Pues me pido los tiempos de la II República, Alfredo, tan queridos para ti y para los que os dedicáis a pagar y a encabezar manifestaciones de la piompa: ni la Conjunción Republicano-Socialista, ni la CEDA ni el Frente Popular se cargaron Sevilla como tú te la estás cargando con tu jodido modelo de sociedad...que no fue por cierto el más votado.