ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La enfermera de Rayan

Escribo Rayan en vez de Ryan igual que a la tierra africana donde lo han enterrado le digo Medik, a la española, como se llamaba el campamento militar de Rincón de Medik en tiempos de nuestro olvidado Protectorado de Marruecos.

En Medik, pueblo con un pasado de amores de legionario y de penas moras entre las verdes chumberas que cantaba Juanito Valderrama, han dado tierra por el rito coránico al pobre niño muerto a causa de un error médico al que nos faltan adjetivos apocalípticos para calificar. Pongan espantoso, pongan increíble, pongan inexplicable a estas alturas de siglo y de técnicas hospitalarias. Maticen, si quieren, que no es error médico, sino error de enfermería, para descargar las culpas en un sufrido estamento sanitario que se tiene que conformar a veces con todo lo que le digan, el primer esforzado e ignorado escalón que sufre las agresiones de los enfermos cabreados y de sus parientes hartos.

Y no es una diplomada en Enfermería ni un antiguo practicante quien me trae una terrible meditación sobre la muerte de Rayan. Es un médico sevillano, que me llama a veces para comentar los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa y otras cachimbadas. Esta vez no se lamenta de nada de su ciudad querida, sino de los dobles raseros de esta sociedad más falsa que las facturas del Ayuntamiento o que las acacias que han talado en El Porvenir. Me dice:

—Mira, iba a poner una carta al director, pero estoy tan indignado que no iba a saber escribirla y me iba a salir tan dura que no me la publicarían. Es por lo de la tragedia de esa familia marroquí, la muerte de Dalila, la señora de la gripe A, y luego la desgracia de la equivocación que causó la muerte de su hijo. La carta al director que iba a poner era sobre esta profesional de la Sanidad, sobre la enfermera de Rayan en el Gregorio Marañón. La pobre se ha convertido en el pararrayos de todos los defectos de un sistema, y ya leíste lo que dijo el presidente del Consejo de Enfermería. La pobre ha reconocido que ha sido «sin querer», ¿cómo iba a querer que se le muriera el neonato?

«Y ahí —continuó el médico—, y ahí es donde quiero llegar, Antonio, en el carácter involuntario de esa muerte. La enfermera no quería, y fíjate la que le han formado. Pero si llega a querer, esto es, si interviene intencionada y voluntariamente en un acto médico relacionado con la eutanasia o con el aborto, si quiere matar a un ser vivo en avanzada gestación o si quiere poner fin a la vida de un señor mayor que nada más que da a la Sanidad pública problemas, gastos y camas ocupadas, entonces, Antonio, esa enfermera no sería inculpada de nada, y mucho menos tendrían que aplicarle la presunción de inocencia y que abrirle un expediente. Si esa enfermera hubiera matado a Rayan no sin querer, sino queriendo, en el quinto mes de su embarazo, ahora dirían todos de ella que es “muy progresista”. Y ni te cuento si esa enfermera fuera la que en ese horrible piso de Zurich le puso la inyección letal al matrimonio inglés del director de orquesta que quiso interpretar el adagio maestoso de su propia buscada: entonces sería una heroína de la muerte digna.

«Fíjate —siguió diciéndome— si estamos en una sociedad falsa, que ha perdido los valores. A la misma madre de Rayan, a Dalila, le hubieran practicado un aborto por el riesgo de tener un niño en esas condiciones, y a la enfermera no le habría pasado nada. ¿Por qué? Porque no era sin querer, sino queriendo como le hubiera dado muerte. Saca las conclusiones que quieras, piénsalo, y si te parece, escríbelo en ABC, para que hagamos recapacitar a esta sociedad que hasta nos ha aplicado la censura al juramento de Hipócrates que hacemos los médicos para defender la vida. No es que yo sea Shakespeare, Antonio, pero “querer o no querer” matar a alguien. Este es el problema de la enfermera de Rayan.

 

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