En el reloj del crucero habrán dado las 8 menos cuarto de la mañana. Las campanadas habrán resonado sobre las caras cerúleas de los heraldos del escultor Mélida en la tumba de Colón. Los que el cicerone tunantón decía que eran los tres Reyes Magos y un compadre suyo que se arrimó a echarles una manita en la chicotá del traslado. Sobre las alpargatas color nardo de agosto de los costaleros, la Virgen de los Reyes irá hacia su cita con el sol de las tres gracias en la Puerta de los Palos. Abanicos y cretonas de pueblo junto a los mármoles de la fuente de Lafita. Guayaberas antiguas. Niquis de ahora. Dorados cascos de carráncanos y cordones blanquicelestes de medallas de la Asociación Virgen de los Reyes. Maceros. Municipales de gala. Y los que siguen viniendo desde el Aljarafe, andando, de promesa. Y los que llegaron anoche de Chipiona, de Rota, de Vista Hermosa, durmieron en el piso de Los Remedios, un horno de la calor de tantos días cerrado, y que en cuantito la Virgen entre volverán a los baños.

La Virgen saldrá a la plaza. Y sonarán las campanas. Y se hará el silencio de la oración en la bulla más abanicada del almanaque procesional. Y su Niño Guasón, el de la enigmática sonrisa eginética, irá en su falda a darse este paseíto por Gradas Bajas, y por la calle Génova, y por el Alfolí, y por la Lonja, como cuando sacramentado en Uva y Trigo se echa a cuerpo a la calle en el junio de seises y magnolias. Y todo será como siempre. Paraíso cerrado para pocos. Ciudad profunda. Desafiando al tiempo como vence a los vientos la Giganta en lo alto de la torre mayor, gloriosa con el bronce del campanerío en su solemne pino mayor. Y sonará la Marcha Real. Y luego se hará ya el silencio, cuando la Virgen vaya hacia Matacanónigos entre morados corales y recamadas pluviales capas.

¿Como siempre? Eso nos parece a nosotros. Quizá no tanto a la Virgen, única Dominadora del Tiempo en esta mañana de altas campanas y abanicos. La Virgen de los Reyes no sale desde la Puerta de los Palos. Bueno, sí, sale. Pero salir, salir, lo que se dice salir, sale desde la memoria de Sevilla intentando apresar el tiempo fugaz. La Virgen por una ciudad, oh portento, que ahora se parece a sí misma. Una barbaridad. La Virgen domina los secretos del tiempo y se los cuenta a su Niño, que es el Gran Poder de Dios que sonríe en esta mañana de verano ya casi declinante, el bucle perfecto de la vida que sigue, de la eternidad que amanece cada año con este sol agosteño.

La Virgen acaba de pasar las rejas del atrio de Los Palos. Ha cruzado las losas de Tarifa de las Gradas. Las columnas quizá traídas de Itálica. Las cadenas que para mí que son las mismas que rompió el Almirante Bonifaz en el río, cuando San Fernando ganó Sevilla a los moros. La Virgen está ahora mirando a los que llenan la plaza. A los que han venido a verla. Pasa lista. Dominadora del mundo que creó su Hijo, el que ahora sonríe con sus zapatitos nuevos entre nardos y faldones de oro, bajo el palio de tumbilla, ve a todos los que están. Pasa lista. Y ve, sobre todo, a los que ya no están. A los que hoy faltan por vez primera en su vida, porque este año les llegó la muerte. La Virgen está viendo ese otro barrio donde ahora están, en un agosto que nunca acaba, entre unos nardos que nunca se marchitan, bajo unas campanas que nunca dejan de repicar, los que se fueron a su eterna mañana de agosto. Con la mirada vidriada y antigua de la Virgen, yo también veo ahora a los que se fueron, a los que por vez primera este año no han venido a la procesión, pero que están todos aquí, tan presentes en nuestra memoria, en este sol mañanero de la Puerta de los Palos, bajo el que pido la suprema gracia, una y trina, de que nos esperen allí muchos años junto a esta Reina de Reyes que nos sigue dando la vida.