ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


SMS que carga el diablo

Como soy de Letras, pero no de Derecho, y no me fío, pero nada, de lo que ponen el Google, la Wikipedia y otros nefastos sucedáneos del Espasa, no sé si está recogido en el Código Civil el principio jurídico popular de que las cartas son de quien las recibe. Aunque ya casi nadie escribe cartas, más que los ordenadores de los bancos que nos mandan el estadillo de movimientos de la cuenta corriente (y moliente) o los departamentos de facturación de los sustos de muerte que nos llevamos con la luz, el teléfono, el agua o el gas. Eso en el caso de que no recibas algo terrible: un sobre en cuyo membrete venga el muy constitucional escudo de España, con sus columnas de Hércules, su corona y su canesú. No sé cómo la gente la tiene tomada con el antiguo escudo español del águila de San Juan, vulgo Pajarraco. Ese escudo es inofensivo. En cambio, tiemble si hay que temblar si llega a su casa una carta en cuyo sobre campee el constitucionalísimo escudo de España. O es una multa de tráfico que además le quita tres puntos del carné; o es la citación apremiante de un juzgado para nada bueno; o es la notificación de una inspección de Hacienda. ¡Como para tenerle apego patriótico al dichoso escudito de los co...lumnarios!

Ahora en vez de cartas o se ponen correos electrónicos o SMS por el teléfono móvil. Y aquí quería llegar. Si las cartas son de su destinatario, los SMS no sólo son de quien los recibe, sino que pueden ser esgrimidos por sus receptores como armas de destrucción masiva. Que levante la mano quien no lleve en su teléfono móvil un SMS guardado por si las moscas, por si en algún momento hay que usarlo para acusar a alguien, para reclamar algo, reprochar un amor no correspondido o para irse directamente al juzgado o a la Policía. Ese apartado de «mensajes guardados» de los teléfonos móviles es como el cargador del teléfono. El verdadero cargador del teléfono móvil no es ese enchufe con más confusión que las lenguas en Babel, ese absurdo de que existan siete mil modelos distintos de cargadores y de que todos tengamos los cajones llenos de cargadores inservibles de teléfonos que ya no usamos, no. El verdadero cargador del teléfono es ese apartado de «mensajes guardados». Pero cargador de balas de 9 milímetros o de 30 palabras, que para el caso es lo mismo. Cargador de trilita pura en muchos mensajes que la gente pone alegremente, retratándose de cuerpo y alma en ellos, vertiendo su pensamiento, sus deseos o sus bajos instintos, sin pensar nunca que esas palabras pueden ser guardadas y ser utilizadas en su contra por los enemigos, los adversarios o simplemente la habitual traición de los amigos. Si la poesía era un arma cargada de futuro, el teléfono móvil es un arma cargada de SMS mortales de necesidad llegado el caso. Como una bala, todo el mundo tiene un SMS guardado en la recámara de su teléfono, por lo que pueda ocurrir.

Me di cuenta de esto en una sobremesa simpática con unos amigos, la otra tarde, en los baños. Hablábamos de lo mal que se llevan Cristina y Roberto. A muerte. Y de lo lenguaraz que es la gente, de las cosas que pone en los mensajes con la mayor alegría. Y alguien saltó, teléfono en mano:

—Pues mira, como estamos entre amigos, os voy a leer este mensaje, ya veréis lo que Cristina me pone de Roberto.

Le decía de todo. Y ahí está el mensaje, con espoleta retardada, con temporizador programado, guardado como oro en paño. Mensaje que cualquier día de estos acabará leyendo Roberto. O alguien usará contra Cristina. Porque los hay tan necios que además se creen que todo el año es Navidad y mandan la leña marismeña del mensaje suicida, firmado, a toda su libreta de direcciones. Me alegro cada vez más de ser analfabeto tecnológico y no saber teclear en absoluto un SMS en el teléfono. ¡Qué ruina te puedes buscar con un SMS que alguien ha guardado!

 

 

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