ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Asenjo, no se deje enseñar

Cuando el Papa recibió la carta de renuncia de Amigo Vallejo, se la guardó (en todos los sentidos de la palabra) y nombró a Asenjo arzobispo coadjutor, alguien de una de las Sevillas que se creen Sevilla entera y plena, dijo desde la cátedra con lomo en manteca de la barra de Trifón, cuando comentaban que el que llegaba no tenía idea de cómo es esto ni de dónde se había metido:

-Pues a éste tendremos que enseñarlo, ¿no?

Y corroboró otro que tal:

-Ya lo enseñaremos, no te preocupes.

Pues yo sí me preocupo, monseñor Asenjo, porque desde ayer habrá comprobado su ilustrísima la cantidad de gente que hay en Sevilla dispuesta a enseñarle cómo es esto, y a decirle, sin que usted se lo pregunte, lo que debe hacer y lo que no tiene que hacer bajo ningún concepto. Hasta el punto, respetado señor arzobispo, que yo mismo ahora también le estoy poniendo tarea. Vamos, enseñándolo, como se pavoneaba en la barra de Trifón aquel mafiosillo de nuestra Sicilia interior. Esto, monseñor, es una complicada silva, nada de floresta divertida. Ciudad de puñaladas, falsedades y cobardías. Mire cómo somos, monseñor, que sin que usted pregunte le hacemos de balde todo un programa para su pontificado, como si usted no supiera lo que debe hacer.

Qué le voy a contar yo que usted no sepa y de lo que no se haya dado cuenta ya, en los meses que lleva en ese Seminario resultante del trueque de San Telmo, desde donde sin saberlo quizá hizo usted la mejor crítica a cómo tiene Sevilla este Ayuntamiento. Dijo que se trasladaba a vivir al Palacio Arzobispal porque con el follón de los embotellamientos perdía todos los días 80 minutos en ir y venir desde la avenida de Bueno Monreal a la Plaza de la Virgen de los Reyes, que están casi al lado.

La gente cree, monseñor, que usted ha estado hasta ahora, no sé, en Belén con los pastores, y nunca mejor dicho lo de pastores. Que no ha estado endiquelando desde la avenida de Bueno Monreal a estos mismos que hasta ayer le hacían la pelota a Amigo Vallejo y que ahora se dan patadas en el culo para bailarle el agua a usted. Lo que no podría usted largar ya por esa boquita de nosotros los sevillanos, monseñor... Le he oído hablar una sola vez, cuando recién llegado presentó en la Casa de ABC la revista de Semana Santa, y me pareció lo que es: un intelectual. Un hombre de pensamiento, que cita las Escrituras y las encíclicas con la naturalidad con que un sevillista te habla de Jesús Navas por la banda. No un virtuoso de los medios ni quizá un pico de oro. Otra cosa.

Por eso sé que usted nos tiene ya calados. Usted, que es un intelectual, habrá visto que por algo esta ciudad tiene como símbolo una veleta, que es la Giralda. Somos unos artistas en ponernos en la dirección que convenga, hasta mirando para la Meca si hace falta, según soplan los vientos. Los mismos que hasta ayer decían que era usted un integrista de Rouco ya se habrán puesto el alzacuellos y habrán acudido a babearle su pastoral anillo y a ofrecerse de boquilla, tras lo cual se habrán ido a largar a la viña sin vallado de su parroquia. En cuanto a otros ganados de su grey, habrá sacado muchas enseñanzas del lance de la estampa de la Macarena. Esa estampa ha sido su báculo Magefesa, monseñor: la guasa con que Sevilla recibe a los arzobispos que Roma le manda. Lo mismo mío de anotar que tiene usted apellidos de árbitro de fútbol (porque los tiene, Asenjo Pelegrina) también le habrá servido para saber cómo nos las gastamos en la Ciudad de la Guasa.

No le eche cuenta a nadie. Pero ninguna. Ni a cuanto acabo de decirle, ni a los que se pavonean de que van a enseñarlo y a ahormarlo a su conveniencia. En Sevilla hay ochenta mil Sevillas y cada una trata de ser la única posible. Haga, monseñor, lo que deba hacer, que como buen pastor se conoce a su ganado. ¡Qué ganado! Que la Virgen de los Reyes le ilumine. Que falta le va a hacer.

 

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