ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Vuelve el velatorio

Sostengo que escribir de cofradías en Cuaresma no tiene mérito. Cuando ha verdadero merecimiento es en pleno agosto. Del mismo modo, hacerlo de muertos en noviembre, por Tosantos, está tirado. Lo meritorio es hacerlo ahora, cuando empieza la Cuesta de las Doblas de enero. Pocas ciudades hay que sepan tanto del protocolo de la muerte como la barroca Sevilla. Los forasteros que llegan en noviembre y ven las esquelas de ABC se sorprenden ante las mortuorias colectivas de las hermandades que convocan a misa por sus hermanos fallecidos a lo largo del año. Por este protocolo de la muerte que el sevillano conoce, domina y practica rigurosamente se explica que aquí hayan tenido tanto éxito los tanatorios. Donde los constantes duales de nuestro barroquismo también se cumplen más allá de la vida. Añadan a la conocida retahíla de Sevilla y Betis, Feria y Semana Santa, y Etcétera y Etcétera unos nuevos duales: tanatorio de la Ese Treinta y tanatorio de San Jerónimo.

¿Y las esquelas? Las esquelas, dije una vez, son esquemas de novelas. En Sevilla hay un arte de leer esquelas. ¿No hay lectores de español en las Universidades extranjeras? Pues en la Universidad de la Muerte que es Sevilla hay lectores de esquelas. Auténticos especialistas en su interpretación. Cualquier lector medio de esquelas sabe adivinar hasta las significativas ausencias de nombres en las papeletas, cuando el difunto estaba liado con otra o cuando la familia se lleva a matar desde la partición de aquella herencia, que te dicen hasta por qué cortijo era. Para los que escribimos en ABC, las esquelas son nuestra gran competencia. Nos dicen los sevillanos lectores de esquelas:

—Cuando llega el ABC a mi casa, lo primero que miro son las esquelas y después, le leo a usted todos los días.

Cuando me dicen eso, siento no llevar a mano un espejo, como las señoras en la polvera, para mirarme urgentemente y salir de la duda: ¿se me estará poniendo cara de esquela con estos lectores de ida y vuelta entre mi artículo y las mortuorias? En las que un sevillano gran lector del género me hace observar un retorno a lo antiguo, al uso perdido y a la rescatada palabra que lo designa: el velatorio. Si son buenos lectores de esquelas, habrán advertido, como mi comunicante, que en muchas mortuorias de ABC pone al final: «Velatorio, Sala número tal, Tanatorio SE-30». Si no fuera asunto tan fúnebre, donde no pega, estaba por decir: óle. Óle por la vuelta a lo antiguo, por el rescate de la sevillanísima palabra, ¿Qué capilla ardiente ni capilla ardiente? ¡Velatorio de toda la vida! Vamos, de toda la muerte. Ya nadie nace en su casa, de comadrona y de calentar agua. A los prohombres del futuro habrá que ponerles la lápida natalicia, no sé, en Fátima, en el Sagrado Corazón o en el Maternal. Y en la muerte, igual. ¿Será que como a los sevillanos nos gusta tanto una calle nacemos fuera de casa y nos velan fuera de ella? Nacemos en la clínica y nos velan en el tanatorio. El del difunto José María Javierre en casa de los Fernández Palacios en el Paseo Colón quizá será de los últimos velatorios hogareños que se recuerden dentro de unos años. Eso de velar al muerto en su casa, en su ambiente, ya no se estila. Antiguamente en los pueblos hasta alquilaban sillas para hacer los velatorios en las casas. Velatorios de botella de aguardiente y de contar chistes. Velatorios de mucho fumar. Ya saben lo que se decía de las tías salidas: «Es más caliente que el cenicero un velatorio». Es lo único que supongo el Grupo Mémora no ha podido rescatar de los viejos velatorios: el fumar. Antes en los velatorios el único que se había quitado del tabaco era el difunto. Qué manera de fumar. Ahora las leyes antitabaco nos han quitado a todos, los dolientes y los que vamos a dar la cabezada (qué palabra tan clásica). Los ceniceros de un velatorio están ahora tan poco calientes como un numerario del Opus.

 

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