Que ya huela a Semana Santa en la Punta del Diamante no tiene el menor mérito. Todo el santo año está allí, en la esquina del Horno de San Buenaventura, el vendedor de incienso con su mesita de campimplaya y sus pebeteros como chimeneas cartujanas de mister Charles Pickmann. Que ya huela a Semana Santa en la cal nueva, y en el verde de los hierros de los balcones recién pintados para las fiestas, y en los blancos botones de los naranjos en flor, y en la recién plantada rampla del Salvador, y en los palcos que esperan ruanes en la Plaza, y en las muchachas que se compran en Zara los vivos colores como de túnica de cofradía de barrio de los vestidos que han de estrenar el Domingo de Ramos, no tiene mérito.
A Sevilla se le nota en el aire y en la luz que ya tiene ganas de Semana Santa. Que el cuerpo le pide cuerpos de nazarenos. Que le bullen tambores y cornetas por la sangre. Pero es que ya huele a Semana Santa hasta en Ikea. Y eso sí que tiene mérito. Al menos, el sevillano va a Ikea con la Semana Santa ya puesta en su corazón y hace una interpretación cofradiera de esa Suecia trasplantada a Castilleja.
Llegas a Ikea y falta en la puerta el tío que vende almendras garrapiñadas. Porque entras en el obligado itinerario del pasillo y comprendes que es la carrera oficial de Ikea. Los mirones probando los sillones y repachingándose en ellos son como los abonados de las sillas, pero los que cuando han pasado las del Jueves Santo se quedan esperando a las de Madrugá. El pasillo con la flecha de dirección obligatoria que te lleva por tresillos y camas, muebles de cocina y mesitas para el ordenador de la niña es como una carrera oficial. Y pasa un manitas que lleva en el carro qué sé yo la de cosas y paquetones, y te parece una mudá, con las enfundadas figuras de un misterio.
Ya huele a Semana Santa en Ikea porque aquello es el paraíso de los priostes. ¿Difícil montar una mesa de Ikea, dice usted? Difícil de verdad, montar un paso de palio, eso sí que es difícil, y ya ve usted los prodigios que logra el arte de la priostía. Total, los suecos de Ikea lo que han hecho ha sido industrializar y comercializar el famoso perno de los priostes. Tú dale un perno a un prioste, que hace virguerías. Los suecos seguramente vinieron aquí, vieron las maravillas que montaban los priostes con media docena de pernos y gritaron el "¡eureka!" del descubrimiento de su negocio. Será que estamos ya locos de ganas de Semana Santa, pero a mí me parece que no hay nada más parecido a una parihuela que una mesa de Ikea. Y montar un sofá no tiene más dificultades que armar un palio. "¡Copiones, que sois unos copiones, y ya sabéis lo que le pasa al que la copia!", hay que decirles a los suecos de Ikea, cuando llegamos a la parte de las lámparas y... ¡hay cada guardabrisas que está pidiendo "Estrella Sublime"! ¿Y la cerería del Salvador en versión sueca que me tienen en la parte de las velas? Todos los colores de los cirios de últimos tramos los tienen allí para la mesa del comedor, el aparador de la salita o el yacuzi con tu pareja.
Sevilla puede con todo. Hasta ha sevillanizado a la globalizada Ikea. Llegas al restaurante y te parece que has entrado en Ochoa de la calle Sierpes. Allí, entre todo el golpe de salmón y de albóndigas escandinavas, está el letrero sevillanísimo: "Hay torrijas".
Óle, Ikea. Porque las torrijas te las venden enteras, ya montadas, sin que te entreguen el pan por un lado, la miel y la leche por otro, los huevos y el aceite aparte, y allá te las compongas con la priostía de Ikea para montarlas tú mismo. Las torrijas son lo único que venden en Ikea sin que haya que partirse la cabeza montándolas. Y como estos suecos de Ikea no se hacen el ídem en Sevilla, seguro, seguro que el Viernes de Dolores ponen el otro cartel: "Hoy es vigilia". En Ikea, como ya huele a Semana Santa, están a punto de descubrir las espinacas con garbanzos y el bacalati con tomati.