ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El "por supuesto" del Rey

A quien tenga memoria gramatical de España y amor por las libertades, la locución adverbial «por supuesto» le traerá muy malos recuerdos. Horrorosos. Una mala tarde la tiene cualquiera y España la sufrió aquel 23 de febrero que quedó etiquetado quedado para la Historia con el mote del 23-F, lagarto, lagarto. Yo aún recuerdo con horror cuando en la Redacción de ABC de Sevilla pusimos Radio Nacional de España y en la vieja Telefunken empezó a sonar la marcha de «Los voluntarios». Ahora puedo hacer la broma de decir que algunos nos asomamos a las ventanas para ver si habían llegado ya camiones con los moros de Queipo de Llano, pero para guasitas estaba la tarde... Tan hasta las mismísimas trancas te ponía aquella marcha que ni te acordabas de la canción de Georges Brassens sobre la música militar.

Y tras los ya tristemente históricos «todos al suelo» y «se sienten, coño», vino esa locución adverbial que ponía las cosas más negras todavía, cuando a los secuestrados diputados del Congreso les anunciaron que se esperaba la llegada de «una autoridad, militar por supuesto». Lo peor era el «por supuesto». Desde aquel instante muchos le cogimos tirria al dichoso «por supuesto», porque esa locución adverbial fue de hecho el derrocamiento de la soberanía nacional representada por las Cortes. Los diputados mandaban menos que el cabo de los municipales de Santiponce, por supuesto, y se esperaba a la verdadera autoridad de los golpistas, que era militar, por supuesto. Y nosotros por supuesto que estábamos hasta las mismísimas trancas. Para más jindama, Carlos Cano me llamó desde Granada, diciéndome que cogía el coche y se venía a Sevilla para refugiarse en casa, que a él no le pasaba como a García Lorca, por supuesto.

Y el mismo Rey Don Juan Carlos que nos quitó la jindama a los golpistas y sus paredones de aquella tarde, cuando ya a la noche salió por Televisión Española con su uniforme de capitán general tras poner firmes a los espadones, nos ha reconciliado ahora con el mal recuerdo que teníamos del «por supuesto» dichoso. Como hermano mayor de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, ha entregado en el mismísimo albero de la plaza del Arenal (sí, el de Pepe Luis y el de Curro Romero, el de la muerte de Montoliú y de Soto Vargas), los premios taurinos y universitarios que anualmente concede el Real Cuerpo. Como dicen los tertulianos en otra locución adverbial de nuevo cuño, «con la que está cayendo». La verdad que el discurso del Rey me defraudó una mijita, para qué nos vamos a engañar. Yo le he escuchado en semejantes ocasiones anteriores al Rey, como ha recordado aquí Andrés Amorós, hablar de la cabaña brava como preservadora del medio ambiente y de la Fiesta Nacional como Bella Arte, así como por la afición a Curro, al Betis y a los toros que tenía su augusta madre, la Condesa de Barcelona. Aquel discurso del Rey de hace unos años que evoco podía haberlo pronunciado perfectamente un defensor de la Fiesta ante la comisió abolicionista de los separatistas catalanes. Esta vez no fue tan directo.

Pero como estaba en la plaza de Sevilla, donde el arte entra por la planta de los pies, pegó una media verónica que valió por todo un discurso. Una media verónica de Pepe Luis. Una media verónica de Curro. De las que por sí solas valen las dos orejas. Preguntado si su presencia en la plaza y en su Maestranza era un apoyo a la Fiesta Nacional, dijo: «Por supuesto». Borboneando, respondió con esas solas dos palabras que, ya digo, nos reconciliaron con la locución adverbial del lagarto, lagarto: «Por supuesto». Con estas solas dos palabras, al Rey el valor no se le supone precisamente. Hay que tener valor para decir ese «por supuesto» en esta España más amenazada en su identidad nacional que los linces de Doñana. El «por supuesto» del Rey nos da muchos ánimos a los que odiamos toda dictadura. Hasta la dictadura de los nacionalismos y de lo políticamente correcto, por supuesto.

 

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