ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Tres crujidos de Sevilla

Si el Domingo de Ramos comenzaba la nostalgia, y el eterno retorno a lo vivo lejano, hoy empieza la Semana Santa de arte mayor. Las horas grandes en las que por mucho que las hayas vivido otros años no llegas a creerte que pueda ser verdad tanta belleza, lo que acabas de contemplar, lo que te espera. Son las horas de la eterna novedad. El Domingo eran los estrenos: el estreno de la luz, el estreno de la ciudad, el estreno de los olores, el estreno de los colores, el estreno de los padres jóvenes con el carrito del niño chico viendo las cofradías, el estreno del amor, el estreno de la vida. Hoy también hay estrenos. La mañana del Jueves Santo tiene algo de Domingo de Ramos puretón, entrado en años. La ciudad también está como estrenándose. Estrena la honda tristeza de saber que dentro de unas horas estará muerto el Señor. Sevilla está como en el hermosísimo velatorio del Señor muerto. Sevilla se pone de luto, y parece que se diera el pésame a sí misma, porque se le ha muerto alguien. ¿Se le ha muerto el Señor? Sí, se le ha muerto. Ayer vimos cómo La Piedad baratillera lo llevaba entre sus brazos, Miguel Ángel según el Arenal. Pero a Sevilla se le ha muerto también el tiempo entre sus brazos, como a la Virgen de la Piedad su Hijo. A Sevilla se le ha muerto aquella alegría de barrio y de muchachas en flor de naranjo que tenía el Domingo. Hoy Sevilla estrena tristeza. Si el Domingo de Ramos el que no estrena no tiene manos, el Jueves Santo el que no estrena tristeza antigua no tiene la certeza de poder detener el tiempo. Sí, hay algo de Domingo en esta mañana. Ver la primera mantilla del Jueves Santo tiene algo de la fugaz aparición del primer nazareno del Domingo de Ramos, un rito del gozo que no sabes dónde lo vas a hallar. Hoy, oh peregrino, en Sevilla se rompe el soneto de Quevedo. Hoy buscas a Sevilla en Sevilla y a Sevilla en Sevilla misma la hallas, claro que la hallas, ten la certeza.

¿Se detiene el tiempo, vuelve a la niñez como en el Domingo de Ramos, el «ahí queó» de la fugacidad de la vida, o todo pasa más de prisa que nunca? ¿Cuántas horas van desde que ves la armonía antigua del palio de Las Cigarreras en la luz con globos de la tarde hasta que mañana esa misma luz pase muerta en los dieciocho ciriales de la Mortaja, como la visión de Miguel Mañara en la calle del Ataúd? Pues yo te lo voy a decir: van las horas de tres crujidos. Esta tarde, cuando los vencejos estén anocheciendo, si te vas a La Magdalena, o esta noche, si al Compás de la Laguna, podrás oír el primer crujido de esta Sevilla a la que le suena el alma como las choquezuelas a Don Pedro el Cruel cuando el lance de la Vieja del Candilejo. Como el minutero del reloj de las horas grandes, escucharás el latir del crujido del Señor Descendido de la Quinta Angustia. Es un crujido que hacia la media noche se guarda en la iglesia de La Magdalena. Se lo queda en su paso el Cristo del Calvario. Y cuando ya ha dado la hora de Sevilla en San Lorenzo, y en la calle Pureza, y junto al Arco, lo vuelve a sacar a la calle, para que escuchemos el sonido del tiempo que huye irreparable. Ese crujido lo lleva ahora el Cristo del Calvario, y lo proclamará con las claras del día, quebrando albores, junto a las murallas del Alcázar. Y se quedará ese crujido por allí, lamento de vencejos por los arbotantes de la Catedral, y se irá a la hora exacta de la muerte del Señor, cuando la ciudad está sosegada y en calma, hasta la capilla de los Toneleros, y se encarnará en el crujido marinero de la hojarasca de caoba antillana del barco carretero. Y, jardín cerrado para pocos, ese barco, como en el romance del Conde Arnaldos, dirá su canción a quienes se embarcaron con el Cristo de la Salud. Nadie se acuerda ya de la alegría de las campanas del Domingo. La caoba del barco de la Carretería cruje dentro de la capilla. Parece que no quiere salir a la triste luz de muerte de la tarde. La caoba que chirría y rechina en el barco carretero te suena a carraca de la Giralda que anuncia que el Señor ha muerto en tres crujidos de Sevilla.

 

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