ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Sevilla estrena Sol Alto

Ponía ayer Francisco Robles en estas gacetas que los nazarenitos de La Carretería, con su roja y velazqueña cruz de Santiago en el antifaz, son como el negativo en terciopelo azul de los blancos niños de La Borriquita, alfa y omega de la Semana Santa, principio y fin de todas las cosas, haz y envés de Sevilla. Le tomo la palabra a Micer, de lo divino a lo humano, para hacer constar que Sevilla, como todos los Domingos de Resurrección de los últimos siglos, tuvo ayer sus palmas y olivos profanos: volvió a estrenar, como todos los años, la plaza de los toros. Todos los Domingos de Ramos por lo civil, que son los de Resurrección, los sevillanos vuelven a estrenar la plaza de los toros, que está de dulce. Cuando ritualmente abría cartel Curro, hasta las ramitas de romero en el ojal tenían en las solapas algo de pegatinas del Amor o de cintitas moradas del besamanos del Gran Poder.

Palmas y olivos por lo civil y lo torero. Suenan palmas nuevas en los tendidos, como las que se colocan con lazos de los colores de la hermandad en el herraje del balcón. Palmas a un torero. Y olivos. El olivo, en el lenguaje torero, es la madera de la barrera y de los burladeros. Nunca hubo olivos de plaza de toros mejor pintados, que parecen recién salidos de la carpintería, como los que estrenaba ayer la plaza del Arenal. En Sevilla hay dos monumentos vivos perfectamente conservados por la voluntad de sus gentes y que confluyeron ayer en el almanaque. Terminaba uno y empezaba otro: la Semana Santa y la plaza de los toros. Dos monumentos vividos, habitados, sentidos, gozados, padecidos. Dos monumentos colectivos, que sin los sevillanos que los hacen posibles no son nada.

Y entre los estrenos de ayer en la plaza, lo de menos son las gradas nuevas de sol, primas hermanas de las que reformaron en la sombra en la temporada pasada. Lo que más me ha gustado es el rescate de viejos términos sevillanos en los carteles, en las puertas de la plaza y en la denominación oficial de las localidades. El año pasado, cuando reformaron las gradas de sombra, cometieron un pecado de lesa lengua española. ¿Saben cómo les pusieron de mote a las que toda la vida de Dios habían sido gradas de sombra? Pues le pusieron «tendido cubierto». Ojú. No, mire usted: si un tendido está cubierto no es un tendido, es una grada, joé. Mírelo usted en el Diccionario, que dice lo que es un tendido: «Gradería descubierta y próxima a la barrera en las plazas de toros». Ergo si está cubierto, ¿cómo va a ser tendido, que de suyo es descubierto? Vamos, que te pones chorreandito con estas lluvias de primavera...

Corríamos el riesgo de que tras su reforma hacia la comodidad, la popularísima solanera de la plaza se convirtiera también este año en esa contradicción del «tendido cubierto». Menos mal que ha funcionado la memoria y la tradición de los rótulos del caserío de la calle Adriano y de la calle Circo, donde en los accesos a las gradas del 10, del 11 y del 12 seguía poniendo un letrero como de título de un libro de versos o de romance de Villalón: «Sol Alto». Óle. Así se han llamado en Sevilla siempre las gradas de sol. Y así, con paladar, vuelven a llamarse en los carteles y en las entradas a las localidades. Y en el otro lado, en las gradas de sombra, acertaron rectificando lo de «tendido cubierto». Las del 1 y del 4, la del 3 y la del 7 vuelven a ser «Sombra Alta», como las nombraban los viejos abonados en una plaza con palco de los Herrera y postes de la luz en el callejón para las nocturnas.

Una vez comprobado que el Hijo de la Guapa venció a la muerte, Sevilla celebró ayer su Domingo de Ramos por lo civil. Entre los estrenos de este año, nada menos que la noche y el día, la Sombra Alta y el Sol Alto. Cuando empezó ayer esa civil procesión torera de las palmas entre olivos que es el paseíllo, al viejo Sol Alto le quedaban todavía dos garrochas de luz. Y muchos años de vida.

 

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