ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Yo quiero ser alemán

Aunque sea una cosa así como don Otto Moeckel von Friess, germánico del Baratillo, yo quiero ser alemán. Alemán de toda germanidad. Los alemanes, hoy más que nunca, me dan envidia. Por europeo, como ellos son los que parten el bacalao en la Unión, yo he pasado directamente de admirar a los americanos como modelo político y social a envidiar a los alemanes como ejemplo a seguir por esta nuestra nación de tiesos que se gastan lo que no tienen en derrochar por derrochar, y donde los insensatos incompetentes que nos gobiernan, como ha dicho la otra, creen que el número de parados va a bajar por la fuerza de la gravedad.

Hasta ahora, si pasaban ustedes por delante del Arquillo del Ayuntamiento y en el arranque de la calle Fernández y González, frente a La Adriática y la confitería Filella, miraban hacia arriba en el edificio del Fénix, en uno de los balcones más altos podían ver ondear la bandera de la República Federal de Alemania, roja, amarilla y negra. Ondeaba junto a la Plaza Nueva porque allí, en un piso del edificio del Fénix, en plan Cuatrecasas-Olivencia, estaba establecido el Konsulat der Bundesrepublik Deutschland (¡toma ya alemán!), con sus oficinas, su cónsul de carrera y todos sus avíos. La verdad es que el consulado alemán había reducido bastante su vitola. Antes había estado en La Palmera, en el pétreo y gris edificio que la aseguradora Winterthur construyó junto a la casa de los Carranza. Era un consulado por todo lo alto, que entrabas allí y te creías que estabas en Berlín. Pero como la cosa estaba achuchada, Alemania, siendo Alemania, redujo gastos y trasladó el consulado desde la Milla de Oro de La Palmera a un austero pisito en la Avenida.

Esa bandera alemana en El Fénix será hoy arriada para siempre. Ya no habrá más «Deutschland über alles, über alles in der Welt» ante el Arquillo. Alemania, a la vista de la crisis y de lo negro que viene por ahí, ha decidido cerrar su consulado en Sevilla. Los asuntos que se solventaban aquí los despachará ahora el consulado de Málaga. ¿Señal de que Sevilla va para atrás, como el cangrejo, que Málaga nos echa la pata y que los alemanes nos cierran su consulado como los americanos clausuraron el suyo en vísperas del 92, para celebrar a su manera la Expo? No, señal de que Alemania es un nación como Dios manda, por la que hay que sentir envidia. Alemania no derrocha un duro, y cumple un programa de austeridad de sus representaciones diplomáticas, al que responde el cerrojazo del consulado. Alemania, siendo Alemania, mira por el euro como si fuera suyo (que lo es), y no como aquí, que como «el dinero público no es de nadie», según dijo la chuflona de Carmen Calvo, pues, ¡hala, a derrochar!

Yo quiero ser alemán, porque me dan envidia un pueblo y un gobierno que actúan así, y me da vergüenza esta España donde estando como estamos los separatistas catalanes se gastan miles de millones en abrir embajadas de la Señorita Pepis de la Generalidad hasta en Pekín, y donde nuestra Junta pone sus embajaditas en media Europa para enchufar paniaguados. Nosotros, sin un duro, abriendo embajaditas autonómicas, repes con las del Reino de España, y Alemania, potencia europea, cerrando consulados. Por eso Alemania es Alemania y nosotros debemos hasta de callarnos. Y nada digo de Andalucía y de Sevilla. Alemania no tiene posición para mantener el consulado, pero nosotros sí para que la Junta derroche 2.978 millones de euros en políticas de Igualdad, Igual Da que sean los millones que sean... Y nosotros sí tenemos posición para gastarnos 180 millones de euros en el sobrecoste de las malditas Setas de la Encarnación y de la ampliación de Fibes. Don Otto Moeckel, por favor, dígame usted: ¿dónde hay que apuntarse para ser alemán, manque sea de la calle Adriano, y no estar gobernado por esta partida de derrochones incompetentes?

 

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