Está muy bien que la Junta haya anunciado las futuras líneas del Metro en plena Feria del Libro. El Metro pertenece a la narrativa andaluza. Están las novelas clásicas de Alfonso Grosso, los relatos gaditanos del asedio de Pérez Reverte, las obras de Juan Eslava Galán... y las líneas del Metro. Desde que al ingeniero Plácido Alvarez Fidalgo se le ocurrió el fagamos-una-obra-tal del Metro, todo lo referente al ferrocarril supuestamente subterráneo pertenece al género de ficción. Ya saben la clasificación americana de los libros: Ficción y No Ficción. Los atascos de la Ese Treinta viniendo por la mañana del Aljarafe o los de la Avenida de la Raza para salir hacia Tablada pertenecen a la No Ficción, a la realidad pura y dura de la circulación. En cambio el Metro es siempre Ficción, una historia que alguien se inventa y que no existe más que en el papel. Cualquiera que sepa lo que es un Metro de verdad, como el de Madrid, se tira de risa cuando ve los dos vagones mal despachados del nuestro. Visto así, el Metro no es de ciencia ficción, sino de género humorístico. Y es como la que se casó con un enano, salerito, pá jartarse de reír, el anuncio que ha hecho una señora enteradísima de las cosas de Sevilla, puestísima en lo nuestro, amantísima de la ciudad: la tránsfuga comunista Rosa Aguilar, ex alcaldesa de Córdoba y consejera de Obras Públicas. ¿Por qué le tienen los sevillanos tan poco apego al Metro? Porque lo deciden desde la Junta unos señores que no tienen nada que ver con Sevilla. El Metro, como Jacinto Pellón cuando la Expo, es algo impuesto desde fuera.

Miro la novela de ficción que no sé cómo no han presentado en la Feria del Libro, el plano de las supuestas y presuntas líneas, veo los nombres de sus estaciones y me quedo perplejo. Aquí, venga a discutir sobre los nombres de las calles, a quién ponérselas y a quién quitárselas, y viene la Junta y se inventa por su cuenta un nomenclator sevillano paralelo mucho más importante y sonado: los nombres de las estaciones de Metro. En la única línea de Metro que funciona por ahora no ha habido agravios, todas las estaciones, excepto Blas Infante, son topónimos de barrios: San Bernardo, Amate, San Juan, La Plata, Montequinto. Pero en las líneas azul, roja y amarilla de la novelita que ha presentado Rosa Aguilar veo que hay señores a los que, sin saber por qué, les han dado el peluche XXL en la tómbola de los nombres de las estaciones. No es lo mismo tener en Sevilla sólo calle que calle y además estación de Metro. Y ahí los tienen. Pedro Romero, no sé si el torero de Ronda o el de la manzanilla de Sanlúcar, tendrá estación. José Díaz, el estalinista, tendrá la suya. Y Pío XII, aunque verás tú cuando se enteren que se la han puesto, lo que va a durar, le va a pasar como a Federico Mayo Gayarre, que lo almanaquizaron como «1º de Mayo». Tendrá estación Isaac Peral, pues ya saben que no hay nada más sevillano que el submarino: yo es que si no estreno submarino el Domingo de Ramos parece que me falta algo, «¡al periscopio, sevillanos!», que dijo Carlos Herrera. Tendrá estación otro muy de aquí (tararí), Américo Vespuccio. Y el Doctor Fedriani. Y Borbolla: ¿mira que si es por Pepote? Y Ramón Carande. Y el Cardenal Ilundain, con lo que le gustaría aquí al Amigo tener la suya. Y Celestino Mutis, cuando no se dignaron poner una calle a Celestino Fernández Ortiz, que dio piso a todos los periodistas. Y Ramón y Cajal, qué sevillano era. Pero de todos los nombres de las estaciones de Metro, el que me parece más justo y equitativo es el de Miguel Ríos. Hombre, haber cantado «Popotitos» e ir de granadino profesional por la vida merece no sólo una estación de Metro en Sevilla, sino dos.

Como comprobarán, este cuadro de honor de las estaciones de Metro, tan aleatorio, lo ha puesto la Junta por su cuenta. Porque si hubiera sido el Ayuntamiento, ¡menudo pedazo de estación le habrían puesto a la sevillanísima Pilar Bardem!