ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


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El anarquista de la calle Hombre de Piedra, al paso de la Majestad en Público de San Lorenzo. (Foto cortesía de J.Dominguez Arjona, "La Sevilla que no vemos")

El Hombre de Piedra en el Corpus

La calle Hombre de Piedra se llama así por una hermosa leyenda que ojalá nunca desmientan los historiadores. Empotrado en la pared de una casa, a ras con la calle, está allí el que parece mutilado torso de una estatua romana. Mentira. No es una estatua. Es el Hombre de Piedra. Un sevillano de antes como muchos de éstos de ahora, que ostentosamente no quiso arrodillarse cuando pasaba el Santísimo, no se sabe si en viático para un agonizante o si con toda solemnidad y bajo palio, en la procesión de Su Divina Majestad de la Sacramental de San Lorenzo. A aquel sevillano que no quería tributar el debido honor a Dios Sacramentado, el Creador lo castigó, y lo arrodilló a la fuerza y eternamente, haciéndolo de piedra. Y allí sigue el Hombre arrodillado en su Piedra, para gloria del Altísimo.

El otro día volvió a pasar el Santísimo por la calle Hombre de Piedra, en la Majestad en Público de San Lorenzo. Y hubo esta vez otro sevillano que desafió el poder inmenso de Dios sacramentado. No estaba en la calle sin arrodillarse. Estaba en un balcón. Balcón colgado, como todos los del barrio. Pero no con mantón de Manila o colcha nupcial. Estaba colgado con la rojinegra bandera anarquista de la CNT. Al paso del Santísimo, el nuevo Hombre de Piedra alzó el puño cerrado como un desafío no sólo al Señor, sino a los creyentes que lo acompañaban. Pero Dios, que es misericordioso y sabe mejor que nadie cómo están poniendo el patio de teofobia estos gachós, no convirtió al desafiante osado en Hombre de Piedra, sino que me ha dicho precisamente desde San Lorenzo, desde la Majestad de su Gran Poder, que repitió su Palabra del primer Viernes Santo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que se hacen».

A Dios se le ha ido la mano con su infinita misericordia. El jueves nos privó de que en Sevilla tuviéramos ante la Puerta de San Miguel, bajo el recuerdo del Arquillo del Almirantazgo, no un Hombre de Piedra, sino toda una formación de hombres de piedra. Sí, como los guerreros chinos de Xian: una sección entera de Infantería convertida en hombres de piedra. Hubieran sido los guerreros de Xian sevillanos. Que cuando Dios salía en la Custodia no le rindieron sus armas, ni le inclinaron la bandera, ni le tocaron la Marcha Real, signos del debido honor a la Realeza del Señor. Sé que quien pidió a Dios ese perdón y rogó tal misericordia para la tropa fue un recto y refinado calonge aragonés, hombre de artes, músico virtuoso en el instrumento que más place al Creador: el órgano. Pues maese Enrique Ayarra, mientras Dios se iba echando a Cuerpo a las calles enramadas de romero, le tributó el honor debido a su Realeza, atronando con la Marcha Real las naves catedralicias. Y era ahora Ayarra quien con su arte, por las bocas de los tubos de los monumentales órganos, decía al Santísimo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen y porque por su propia castrense virtud de la disciplina deben tragar quina y cumplir la diabólica orden de una chufla descreída que sí que bien merecería tu castigo y que la hicieras Mujer de Piedra».

Si no hubiera sido por la infinita misericordia de Dios, el día del Corpus se habría acabado la piedra de las canteras del Puerto. Pues hasta tendría Dios que haber creado Alcalde de Piedra al que, terminada la procesión sin bandera, sin himno, sin honores y sin vergüenza, en vez de hacer protestación de su fe se alegró del agravio a Dios, aquí donde le tocan la Marcha Real hasta a la selección española de fútbol. Pues dijo el asistente que tales debidos honores a Dios eran antiguallas del nacional-catolicismo y estaban bien suprimidas. Perdónalo, Señor, porque no sabe lo que dice. Desconoce que los honores reales a Dios son muy anteriores a la dictadura. Son de la memoria de los tiempos de Sevilla. En la que cuando está saliendo la Custodia aún resuena una batería artillera emplazada en El Prado, que dispara las 21 salvas debidas a los Reyes en honor de Quien en Sevilla seguimos llamando Su Divina Majestad.

 

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