ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Impuesto sobre el color de ricos

Llamo buen color al bronceado no de gabinete de rayos UVA, que te pone la piel amestizada, y algunos salen tan morenos que están a punto de tener que colocarse en un semáforo vendiendo pañuelitos de papel. Llamo buen color al que te da el yodo de la playa, del Puerto, de Rota, donde dicen que el aire solo te da salud con ese olor a algas y a marea vacía que trae la brisita cuando paseas por el borde de la mar. Y llamo buen color de ricos al Color Puerto Banús, al Color Puerto Sherry, esto es, al bronceado de barco, de alta gama y alta mar, que no tiene nada que ver con el moreno playero y mucho menos con el célebre Bronceado Agromán, que era tener morenos los brazos sólo en la parte que descubren las camisas arremangadas, más el pico pectoral del despechugamiento para estar más fresquito.

Lucir buen color en verano, en pleno agosto, no tiene el menor mérito. Cada cual se pone entonces a trabajarse el cáncer de piel como puede. Aunque en esto se ha avanzado bastante. La gente le ha ido cogiendo al sol el miedo que aconsejan los dermatólogos que hay que tener. Basta ir a las tiendas playeras de los paseos marítimos andaluces, donde lo mismo te venden los manguitos para el niño que una sombrilla, un pareo que un juego de pala para que des convenientemente por saco en la orilla. En esas tiendas, los bronceadores que antes se vendían eran con factor de protección 2 ó 3 todo lo más: «¿Tú, qué, mucho Nivea, no?». Ahora ya el de menor protección es de factor 8. Y lo más habitual, del 10, del 15. Cada vez, afortunadamente, nos vamos protegiendo mejor la piel, y que conste que esto no es un anuncio de la Sociedad Sevillana de Dermatología.

Cuando tiene mérito de verdad tener buen color es ahora, cuando los niños todavía no tienen vacaciones y todo lo más que vas a la playa es el fin de semana. A estas alturas de fin de curso todavía arrastramos la color cetrina, que no nos da el sol desde septiembre. Por eso destacan más los que ¡ya! tienen el buen color anticipado del verano, ese color Marbella, ese color Caribe, que denota barco propio o de amigo y vacaciones de primavera.

La otra noche en la ópera, en la maravillosa «Traviata» de Zeffirelli que Pedro Halffter nos ha regalado en el Teatro de la Maestranza, me encontré a Felipe Luis Maestro, el director de Fibes y me sorprendió el costeado color tostado que lucía. Que no era un moreno de campo y escopeta, ni de hacer fútin por la orilla del río, no. Era un moreno de barco, casi con copyright antillano o de las Maldivas. Moreno de rico, que es estar bronceado cuando los pobres estamos todavía del color de la cera. Se lo celebré:

—¡Qué maravilla de color de rico tienes!

—Pues es de un fin de semana...

—Hijo, parece que te has pasado por lo menos un mes en las Bahamas. Como te vea el Gobierno, sólo por ese buen color no hay quien te libre del impuesto a los ricos.

—Que no te oiga Elena Salgado, porque es capaz de poner un impuesto por lucir color de ricos.

No sería de extrañar. En la dictadura, se tributaba por los que llamaban «signos externos de riqueza»: si tenías un coche o un apartamentito en la playa. ¿Qué más signo externo de riqueza quieren ahora que lucir un bronceadísimo buen color de rico cuando algunos estamos tan tiesos que me parece que este año nos vamos a tener que quedar sin veraneo?

 

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